Bicentenario de la Constitución de 1812
El legado del Doce se desmorona
La dejadez desvirtúa el Centro de Interpretación del Oratorio de San Felipe
Era difícil imaginar en el año 2012 que uno de los centros neurálgicos de la celebración del Bicentenario de la Constitución de 1812 en Cádiz iba a caer en el olvido cuando aún las administraciones ni siquiera han terminado de hacer frente a su coste. Si grandes proyectos como el castillo de San Sebastián siguen sin ver la luz en la actualidad, otros como el Centro de Interpretación del Constitucionalismo ponen de relieve la dejadez por parte de quienes destinaron millones de euros de las arcas públicas para su puesta en funcionamiento.
Casi ocho millones de euros destinó la Junta de Andalucía –a través de un convenio con el Obispado– a la rehabilitación del Oratorio de San Felipe y la adecuación del edificio anexo para la creación de un centro dedicado a la interpretación artística, social y arquitectónica del templo donde se firmó la Carta Magna . Hoy en día, cuatro años después, el Centro de Interpretación está prácticamente abandonado y el proyecto conjunto de visita entre el Oratorio y dicho centro ha caído en saco roto tras las desavenencias más que notables entre la Iglesia y el ente regional. De hecho, desde hace más de tres años, no se puede acceder de un lado al otro, tal y como se configuraron las visitas inicialmente.
Mientras que la institución eclesiástica mantiene abiertas las puertas del Oratorio y organiza visitas al precio de tres euros, la Administración ha desviado la mirada ante el preocupante deterioro de unas instalaciones que, según el convenio, pueden ser utilizadas por la Junta durante 30 años, a cambio de una contraprestación de tres millones de euros a pagar en ocho años. Estas cantidades astronómicas chocan frontalmente con el estado en el que se encuentra el recinto. Muy lejos quedan las casi 250 visitas diarias y las casi ocho horas de paseos constantes entre sus pasillos, que se han transformado en silencio y soledad en menos de cuatro años. De hecho, es difícil ver entrar a alguien en las instalaciones.
El Centro, que junto al Oratorio, costó ocho millones de euros, apenas recibe visitas
Ya ni siquiera hay placa o cartel en la puerta para identificar al que se vendió como uno de los mejores espacios museísticos de la ciudad. Parece ser que la loneta de la puerta con esta información se cayó hace más de un mes y medio a causa del temporal y nadie se ha preocupado en volver a colocarla. Tampoco es fácil acoplarse a su reducido horario de visitas. De las ocho horas del inicio, el horario ha pasado a ajustarse a menos de tres horas . De 11 a 13,45 horas.
Una vez en su interior, llama la atención la gran cantidad de objetos e instrumentos deteriorados o atracciones museísticas que han dejado de utilizarse. Más allá de que haya paneles de decoración caídos y de que el suelo se encuentre levantado en muchas de las zonas, lo primero que atrae la mirada es un cartel de «averiado» en la primera atracción del museo. En esta primera sala de la planta baja, descansa sobre una gran mesa, el escáner que servía para explicar de forma visual el Cádiz de la época gracias a una amplia mesa donde a través de proyecciones se explicaba cómo era la ciudad, sus habitantes, sus costumbres y su forma de vida.
Tampoco funciona uno de los audios de la sala destinada a dar a conocer el contexto social de 1812. Las explicaciones sobre cómo eran las casas de los comerciantes no están disponibles, ya que ni funciona el mp3 ni están los cascos. Y ante el asombro por las carencias del espacio, llega la sala más importante del Centro de Interpretación. El tótem holográfico que se instaló en mitad de esta habitación para dar a conocer los detalles de la Carta Magna está completamente deteriorado. El cristal ha sufrido desperfectos y hace prácticamente ilegible el texto que se esconde tras esas pantallas.
La mitad de los focos y luces de las instalaciones se encuentran apagadas o fundidas
A su espalda, en el stand dedicado a personajes de la época como Fernando VII hay una notable ausencia: su retrato. La reproducción de la imagen que colgaba de la pared ha dado paso a una especie de cinta blanca, ya que al parecer dicho cuadro se cayó y no se ha vuelto a colocar.
Cualquier persona que acuda a visitar las instalaciones también puede observar en uno de los pasillos la presencia, tras una vitrina, de un plasma de grandes dimensiones que al parecer está estropeado y tampoco ha sido repuesto. Se trata de la pantalla que abría dicha exposición y donde se podía acceder a toda la información sobre este espacio. Justo al lado, en el pasillo, también descansa una torre de ordenador.
En la segunda planta las carencias de mantenimiento de las instalaciones también se aprecian con un solo vistazo. Más de la mitad de los focos que cuelgan del techo están apagados o fundidos, y hay que seguir los paneles casi a oscuras. De la mesa invertida que cuelga del techo para explicar acciones tan cotidianas como las tertulias que se celebraban en la época por toda la ciudad, también faltan utensilios que han ido cayéndose con el tiempo, al igual que las piezas de la vajilla, que se encuentra incompleta.
Estas son las principales carencias de un edificio que ha caído en el olvido, al igual que parece haber caído las grandes inversiones que se realizaron para celebrar un acontecimiento como el Bicentenario.