Crítica del FIT de Cádiz
Educación para la ciudadanía
Monólogo didáctico y aleccionador que se asemeja más a una clase de historia o filosofía que a un montaje teatral.
A raíz de que Pablo Fidalgo Lareo encuentra “Papiro-Zoo”, primer manual de papiroflexia editado en Argentina y escrito por su abuelo, se da a la tarea de investigar más sobre su familia y descubrir un pasado marcado por la Guerra Civil Española y el posterior exilio en Argentina.
El valor narrativo de la obra de Lareo es innegable como aportación a la memoria histórica de unos hechos que seguirán siendo cicatriz. La ficción creada retrata a un Giordano Lareo (su abuelo) íntegro, sensible, cabal, justo, comprometido con la sociedad; un hombre preocupado por el mundo que le rodea y su familia. Este polifacético personaje se convierte en testigo, en transmisor de valores que abarcan prácticamente todos los aspectos de la vida. Tantos, que sería imposible mencionar aquí todas y cada una de las cosas que el monólogo pretende enseñarnos o compartirnos y que precisamente sepultan su intención de acercarnos al legado de un hombre con tantas experiencias. La narrativa consume a lo escénico.
Siempre hay que saber definir si cualquier material es apto para llevarse a escena. “Habrás de ir a la guerra que empieza hoy” ¿era susceptible de llevarse a escena? Parece que sí. ¿Esta era la manera más atinada de hacerlo? No. Para convertir un texto narrativo y no dramático en teatro hacen falta muchos elementos más allá de una simple y campechana idea de llenar el escenario con pajaritos de papel.
Una vez comienza la acción ya no habrá sorpresas, ya sabemos lo que va a pasar y todo juega en contra: la métrica en la forma de enunciar el texto, la disposición de las aves, la figura de Fidalgo en escena todo el tiempo, la desatinada iluminación a manchurrones. Nada salva el ritmo de la puesta en escena, ni siquiera el momento videoclip con música afro. No se salva ni su propio autor que llega casi a quedarse dormido delante de nosotros.
Cabría mencionar el gasto inútil de tantos aparatos en la vara de contra: con la mitad bastaba y sobraba. No era una cuestión estética, está claro. Repito, no era una cuestión estética. Todo detalle cuenta a la hora de valorar el resultado de un espectáculo, y en este caso podemos afirmar que se ha hecho un gasto excesivo de los recursos de la sala.
Mientras fomentemos que el discurso o mensaje sea lo que prime antes que lo escénico estamos condenando al teatro a ser un simple púlpito o tribuna. ¡Qué flojera más grande!
Reconocimiento especial para Cláudio da Silva, incansable pese a todo.
Ver comentarios