Con 'C' de Cádiz

«Cádiz fue la primera ciudad andaluza donde se cortaba el pelo a navaja»

Pedro Barroso ha pelado a varias generaciones de gaditanos desde los años 60 que llegó de Paterna a una ciudad que retrata desde los tiempos del Cortijo de los Rosales a la efímera actualidad

Pedro Barroso, ya jubilado, en uno de sus habituales paseos por la Avenida.

Alfonso Carbonell

Don Pedro Barroso es de Paterna pero es un libro abierto de la historia de Cádiz. Por sus manos y su navaja han pasado desde las cabezas de futbolistas, empresarios, políticos, jueces o militares a la de cualquier 'chavea' de Cádiz que ha entrado en ... algunas de las tres barberías en las que ha trabajado desde su llegada a la capital, allá por 1959, que ya es decir. Basta de presentaciones, su voz y su palabra es la que se abre camino a golpe de recuerdos y anécdotas de un peluquero que hace de notario de un Cádiz que ya se extinguió.

Jubilado desde 2009, a sus 79 años, don Pedro rebosa elegancia y saber estar. No es para menos, su profesión aún la lleva por dentro y cualquier cliente de los muchos que han pasado por su peluquería de Ciudad de Santander -ahora en las expertas manos de su hijo Juan- sabe que cualquier secreto contado a la vera de sus tijeras permanece bien sellado.

-¿Cómo llega a Cádiz?

-Me vine a finales del año 59 para trabajar en una peluquería de un hombre que conocía a mi familia y que también era de Paterna. Se llamaba Nicolás González. Yo tenía 17 años y con 15 dejé el colegio para meterme a trabajar, allí en Paterna, con un tío mío que tenía una barbería donde aprendí lo básico.

-¿Dónde se encontraba esta peluquería y qué aprendió de Nicolás?

-Estaba en la calle Sacramento, frente al Teatro Andalucía. Se llamaba La Higiénica y Nicolás la cogería mediados los 40. A partir de ahí comenzó la moda del corte a navaja, que venía de Francia, desde donde pasó a Barcelona. Nicolás conocía allí a un peluquero muy famoso, Pascual Iranzo , con el que estuvo un par de semanas aprendiendo el corte de pelo a navaja y lo trajo a Cádiz. Posiblemente, fue en Cádiz la primera ciudad andaluza en el que se cortaba a esa moda.

-¿En qué se diferenciaba ese corte del que se hacía hasta dicho momento?

-Pues a diferencia del clásico, este nuevo venía con su lavado de cabeza correspondiente. La gente aquí no estaba acostumbrada a eso e incluso Nicolás tuvo que poner visillos en el ventanal de la peluquería para proteger la intimidad de sus clientes. Tras el lavado llegaba el secador y de ahí salía el cliente muy bien peinado.

-¿Qué ambiente se respiraba en ese Cádiz de los 60?

-Uff. Cádiz por entonces hervía. La Plaza de las Flores tenía una vida tremenda. Igual que Ancha, Mina, Alameda... Había muchísimo ambiente en general y también el que se creaba gracias a los barcos mercantes y de pesca que atracaban y se quedaban unos días en Cádiz para cargar y descargar.

-¿Muchos personajes?

-Muchos y muy graciosos. Y eran muy queridos en Cádiz. Recuerdo a varios. Por ejemplo, el famoso Poleá, que ahora le llamaríamos un indigente. Siempre andaba por la calle metiéndose con los chiquillos y los chiquillos, si no se metían con él, los buscaba igualmente. Otro era Vicente el Largo, que deambulaba por la cafetería La Camelia de la calle Ancha. Era muy alto y tenía los pies muy grandes. Decía que donaría su cuerpo a la Facultad de Medicina, donde era muy querido por los estudiantes que tenían mucha relación con él dado el 'cachondeíto' que se traían con él por Columela y alrededores. Pero todo muy bien, con gracia pero con respeto. Otro tipo muy querido que paraba mucho por el bar Liba era Manolo el aviador, que era betunero. Este aseguraba que tanto los aviones que se hacían en la Aeronáutica como los barcos de los Astilleros los hacía él. El personaje era muy gracioso y con la guasa de Cádiz se le quedó el mote del aviador.

-Vamos, que el Levante ya soplaba fuerte entonces, ¿no?

-Y tanto. Había otro que era un tal Matías Prats. Se le llamaba asi porque hablaba solo por las calles mientras hacía que tenía un micrófono en la mano emulando al conocido locutor.

-¿Dónde concurría el personal para tomarse la copita?

-Sobre todo en la Plaza de las Flores. Allí estaban Los Gallegos, donde la costumbre era ir a tomarse la famosa limeta, que consistía en media botellita de vino con el 'pescao' frito del freidor. También estaban los famosos betuneros o limpiabotas que se ponían en fila en el edificio de Correos. Entonces era costumbre, sobre todo entre los chavales más presumidos, que le limpiasen los zapatos los domingos. Te apoyabas en la pared y el betunero acudía. Otros dos bares muy concurridos por la gente más normalita eran Los leones (esquina Barrié con Plaza de las Flores) y el bar Correo, chiquitito y que tenía una bebida muy buena y a la que le llamábamos el 'champán pobre' que consistía en media copa de moscatel y un chorro de sifón.

-Y para divertirse un poco más. ¿Dónde iba la gente joven?

-Bueno, pues estaba el Cortijo de los Rosales, que era para los más pudientes porque había actuaciones muy buenas. También estaba una especie de discoteca donde se iba a tomar combinados, era el Pipper Club, que estaba en Mina con Zorrilla. Estuvo poco tiempo, pero era muy recurrido para ir los chavales con las novias. También estaba el Rancho Jaco y que luego le llamaron El Güisqui, en la calle Cánovas del Castillo hacia Cardenal Zapata.

-¿Cómo era ese ambiente?

-Había de todo. El que podía tenía acceso a ese tipo de diversión en el Cortijo de los Rosales, donde había actuaciones de gente muy importante.

-Y de vestimenta, ¿los jóvenes iban como se observa en las películas de la época?

-Sí, sí, sí. Los chavales de clase media y con un poder adquisitivo corrientito teníamos nuestro traje y en invierno nuestras gabardinas y el que no, abrigo. Esos paseítos por Columela, por Ancha o por la Alameda estaba atestado de parejas que solían ir los jueves y los domingos al cine.

-Entre ellos, usted. ¿Cuándo conoció a su mujer?

-A mediados de los 60. Ella vivía aquí pero era de Cartaya. Trabajaba en la cooperativa de pescadores y nos conocimos en Cádiz. Fue nuestro primer romance. Hasta hoy. Entonces, a las diez o a las once, había que dejar a las novias en su casa.

-¿Cómo era la noche?

-Noche no había como tal. A eso de la 1.30-2 de la mañana ya no habia nada que hacer porque estaba todo cerrado.

-¿No se recomendaba estar a esas horas por la calle para no caer en la ley de vagos y maleantes o directamente no apetecía?

-No, no... No es que fuera peligroso estar a esas horas en la calle, lo único que podía ocurrir es que te vieras involucrado en cualquier tontería y podía acudir la policía armada de entonces y buscarte no un problema, pero sí un sustito. Yo nunca tuve ningún tipo de percance de ese tipo, la verdad.

-Volvamos a la peluquería de Sacramento. ¿Cómo era la clientela y a cuánto estaba el corte de pelo?

-La clientela era buenecita. El corte más afeitado, calculo yo, que estaba en 12 pesetas de la época. También iban los muchachos a hacerse el corte de pelo clásico que le llamábamos; otros te pedían el corte a navaja que ya estaba de moda. Unos venían cada 20-25 días y otros venían expresamente a peinarse para salir. Esa era la vida de los chavales de aquella época.

-¿Tenía clientes Vips?

-Bueno, tanto como eso no, pero es verdad que venían muchos futbolistas del Cádiz de los 60. Algunos de ellos eran Santiago , un delantero centro que teníamos que era canario. También iban Samper , un central, o Campón , Adalberto ... Posteriormente ya, en los 70, me venían Mané, Pepe Mejías o el propio Manolo Irigoyen. También tuve otro tipo de clientes. Políticos, jueces... Yo he tenido, gracias a Dios, una muy buena clientela.

-En aquella época tan clásica, ¿ya entonces le pedían los futbolistas pelados diferentes?

-No, que va. Lo que querían era ir bien arreglados, bien 'niquelaos', como suele decirse.

-¿Hasta cuándo estuvo en La Higiénica de Sacramento?

-Estuve hasta el 64, que me fui a hacer el servicio militar . Me tocó en el Sahara español. Más lejos no había... Bueno, estaba la Guinea pero no me tocó.

-Andá, entonces estaba la cosa tranquilita allí. Esto tiene otra historia. ¿Cómo le fue?

-Sí, sí, la cosa estaba tranquila. Yo estaba en el Destacamento de El-Hamra, pero no hice de peluquero porque se supone que el teniente de mi compañia me vio dotes de sanitario y me mandó cuatro meses al hospital de El Aaiún, que era la capital del Sahara Occidental. Allí me preparé para ser sanitario luego del Destacamento, donde estaría con un capitán médico y un brigada practicante. Me enseñaron a poner inyecciones, curar heridas... lo básico para luego hacer una mili de un año estupenda.

-¿Más recuerdos buenos que malos?

-Totalmente. Como los altos mandos sabían que yo era peluquero y allí no había quien supiera cortar, se corrió la voz entre oficiales, suboficiales y demás para que subiera a las habitaciones de estos a cortarle el pelo ganándome así un dinerito extra. Y no solo eso. Yo no cenaba en el comedor con los soldados sino que me iba a la cantina con los oficiales y allí mismo me preparaban lo que fuese. Eso fue un gran paso (risas).

-Y regresa a Cádiz...

-Volví, sí, y estuve con Nicolás de nuevo hasta el año 70 en la peluquería de Sacramento hasta que ese año abrió una sucursal en la calle Santa María de la Cabeza y me puso al frente. Allí estuve diez años hasta que me establecí por mi cuenta en Ciudad de Santander junto a mi hermano Paco, que también había trabajado con Nicolás. El local se lo compré a don Manuel Casanova Vizcaíno, un pediatra muy conocido de Cádiz. Era 1980 y ahí estuve hasta que me jubilé en 2009.

-Alguna anécdota así a vuelapluma.

-Muchas. Me acuerdo que con la llegada de la democracia, sobre todo cuando entró Felipe González, se estilaba aquello de ir a un restaurante y cuando llegaba la cuenta se resolvía diciendo 'esto que lo pague Felipe'. Y a mí me pasó un caso similar con un cliente de la Barriada España, lo que es la zona entre San Severiano y el pabellón Portillo. Era un joven con mucho pelo y entró muy decidido diciéndome: 'Yo vengo a que me pele, pero no le voy a pagar porque no tengo dinero'. Yo le respondo que cómo es eso, que esto es un negocio con el que yo me gano la vida. Ante esto, el joven insiste en que le tengo que pelar y yo, para no meterme en líos, accedí. Una vez pelado, me pide que le lave la cabeza y que le peine. Yo ya vi la cosa un poco seria. Estaba mi hermano también pelando y un señor esperando. Ambos callados. Total, que le lavé la cabeza y el tío se fue sin pagar a la voz de 'adiós, muy buenas'. Otro caso fue el de un 'chavea' de 17 años que le tocó a mi hermano Paco. Cuando lo termina de pelar, se levanta el joven y sale corriendo por la puerta sin pagar. Nos quedamos de piedra. De ese tipo hay varias. También alguna que otra discusión entre clientes por si iba uno antes que otro para pelarse.

-Muy típicas, entre las revistas de política, del corazón y el diario, eran las revistas de destape que los más jóvenes veían a hurtadillas mientras esperaban su turno. ¿Alguna anécdota con este material subversivo dependiendo de la edad y de la mentalidad del cliente?

-Buenooo... A alguno que otro no le parecía muy bien que las tuviera aunque no diré el nombre.

-¿Cómo ve la evolución del gremio?

-A mí me choca mucho que a las peluquerías le estén poniendo nombres en inglés cuando de toda la vida, y siendo más bonito a mi parecer, es anunciar una barbería de caballeros. No, ahora es Barber shop y no sé qué no sé cuanto. En cuanto a la evolución del corte de pelo ha venido a peor. Antes se hacían mejor y la gente iba mejor pelado y mejor arreglado, tanto los chavales como los más maduritos. Luego también se impuso la moda del pelo largo en los chavales, pero hasta ese pelo se lo venían a cuidar cada quince dias para lavarlo y arreglarlo. La maquinilla no se usaba.

La peluquería de caballeros Pedro Barroso, desde 1980 en Ciudad de Santander.

-¿Cuánto le debe durar un pelado a un cliente hasta que tenga que volver a pasar por las tijeras?

-Cuarenta días. Una persona que quiere llevar bien arreglado el cabello debe ir alrededor de diez veces al año a su peluquería.

-¿Un buen peluquero debe también saber escuchar y callar? ¿Ha sentido alguna vez que su profesión también puede estar muy ligada a la de psicólogo?

-La verdad es que sí. En los 50 años de mi vida profesional me acabé convenciendo de que podría valer hasta de psicólogo. Había personas con las que me unía tanta confianza que me contaban cosas que no soltaban ni en sus casas. Obviamente, tenían una fe tremenda en mi discreción puesto que lo que cualquiera me decía de mi boca no salía ni saldrá.

-Ha vivido más de medio siglo Cádiz. ¿Cómo lo ve ahora?

-El problema que tenemos ahora es que se necesitan más cosas para vivir y antes no se necesitaban tantas porque solo teníamos un teléfono en casa. Hoy en cambio tenemos en casa tropecientos móviles. Sin embargo, las personas también vivíamos igual de bien y con menos cosas. Incluso si no tenías teléfono o tenías que hacer una llamada a otra persona que tampoco tenía y vivía en otra ciudad, existía la central de telefónica que había en la calle Ancha y en la que se ponía un aviso de conferencia que se llamaba. Tenías que dar el nombre de la persona y la direción y esa persona recibía en su casa una notificación para que fuera a la central de su pueblo o ciudad para recibir una llamada a tal hora de tal día.

-¿Le dio pena jubilarse?

-La verdad que no. Además, yo sabía que mi hijo Juan lo iba a llevar bien porque se había llevado conmigo quince años. Se sacó el título oficial en una academia e hizo la formación profesional con nosotros. Él ha visto cómo yo he trabajado y cuidado la clientela que él ha sabido mantener y hasta incrementar.

-¿Cómo es su vida de jubilado?

-Muy normal. Con mis nietos, que tengo cinco. Tres de Pedro, que tiene 50 años y vive en San Fernando y dos de Juan. Mi vida es tranquila, con mis paseos, mis amigos, mi casa y mi Cádiz, equipo del que he sido socio toda la vida. Sigo la actualidad por la radio, que ahora es menos seria que antes pero es más amena con Pichili, el Figueroa, Edu e Ignacio. Está bien, son otros tiempos.

-¿Y cómo ve al equipo?

-Mal.

-Vaya.

-Un placer, don Pedro.

-Lo mismo digo.

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