Cádiz
Alfredo atendió a Guillén Moreno hasta el último aliento
La historia del auxiliar fallecido con Covid representa a una generación de farmacéuticos que ejerció un papel de cohesión social en los barrios
Alfredo Díaz estuvo conectado al barrio gaditano de Guillén Moreno hasta su último aliento. Cuando la esperanza estaba casi perdida, los médicos no descartaron que el auxiliar de farmacia, sedado en la UCI del hospital Puerta del Mar, pudiera escuchar por momentos. «Cada tarde mis dos hijos y yo escribíamos una carta. No sabíamos si nos escuchaba, pero llamábamos a la UCI, le ponían un teléfono en manos libres y se la leíamos . Le contábamos cómo iba el barrio, cómo estaba la gente y cómo se acordaban de él. Le nombrábamos a todo el mundo para animarle y al final le poníamos una canción, casi siempre Carnaval», explica Marian, su esposa.
La familia narraba su parte diario con toda la intención: Alfredo, a punto de cumplir 65 años, vivía por y para sus vecinos desde los 16, cuando empezó como repartidor de la actual Farmacia Modesto Barraquero. Entendía su trabajo como un compromiso con el barrio que vio nacer -cuando llegó apenas estaba levantado el bloque de la farmacia- y la pandemia como un momento en el que dar un paso al frente.
«Aguantó hasta el último momento y trabajó incluso el día que ingresó en el hospital. Él pensaba que tenía que estar ahí», cuenta su mujer en un encuentro en la nueva calle Farmacéutico Alfredo Díaz , antigua Pleamar. El Pleno municipal aprobó recientemente el cambio de nombre, el último reconocimiento oficial tras una serie de homenajes populares que prueban que su papel en el barrio trascendía más allá de lo sanitario .
«El primer día que él ingresó vino un señor mayor y me preguntó que por qué no abría la farmacia. Cuando le conté que mi marido estaba hospitalizado con Covid se echó a llorar desconsolado. Esa fue la tónica general de todos los días», recuerda Marian.
El homenaje tras su fallecimiento en junio de 2020 quedará grabado como uno de los momentos más emotivos de la pandemia en la ciudad. Lo que empezó como un minuto de silencio a las puertas de la farmacia derivó en un aplauso multitudinario al que se unió todo el barrio.
Más tarde, los vecinos iniciaron una recogida de firmas para renombrar la calle frente a la trabajó durante décadas. Y como el apoyo era multitudinario –recabaron miles–, decidieron elaborar y colocar un rótulo por su cuenta . Meses después el humilde cartel sigue intacto, algo desgastado por la lluvia, a la espera del cambio oficial.
Paqui, compañera de la farmacia: «Con él aprendí el oficio de otra forma: me enseñó a tratar a los clientes como personas, como una especie de familia»
«La gente dejó de venir a la farmacia un tiempo porque les recordaba a él», explica Paqui, trabajadora de la farmacia. «Él era distinto. Lo sabía todo de los clientes: el nombre, el apellido, dónde vivía, quién era su hijo, su tío, su primo. Me enseñó el oficio de otra forma : aprendimos a tratar a los clientes como personas, como gente del barrio, como una especie de familia».
El adiós de Alfredo representa también el de una generación de farmacéuticos que ejerció un papel de cohesión social . Así lo explica Alberto Virues, secretario del Colegio de Farmacéuticos de Cádiz:
«Entraron a trabajar en los 70, cuando había la mitad de establecimientos y el mundo de la farmacia era distinto. En aquellos años asumieron un papel de apoyo social: leían las cartas de los hijos a sus madres, rellenaban los papeles de la gente que no sabía leer... No era sólo una función sanitaria, iba más allá : era una función social, de conocimiento del barrio. El médico de la época pasaba por la farmacia y el trabajador le preguntaba, ‘¿Te has fijado en lo que tiene ‘fulanito’?’. Esa es la generación de Alfredo Díaz, la que ahora se está jubilando».
Alberto Virues, secretario del Colegio de Farmacéuticos de Cádiz: «La generación de Alfredo asumió un papel que iba más allá de lo sanitario; era una función social»
El auxiliar era toda una institución en Guillén Moreno y su carisma iba más allá de su jornada laboral. No hay vecino que no le conozca en la barriada, una de las zonas más deprimidas de la ciudad -la renta media anual no alcanza los 8.426 euros-. Como muchos, llegó desde el casco histórico en pleno desarrollo urbanístico de la capital y vivió la evolución del barrio en todas sus fases: desde sus inicios, con grandes bloques que se levantaron en apenas unas semanas, pasando por los años más duros de la droga y «familias que llegaban con muchas necesidades» o el soterramiento.
« Él se involucraba mucho con los problemas de la gente . Las personas mayores iban y él le aconsejaba. Cuando las veía pachuchas les decía que fueran al hospital, pero luego llegaba a casa y no se quedaba tranquilo hasta enterarse de cómo estaba. Al final siempre conseguía su teléfono y acababa llamándola», cuenta su viuda.
Marian, viuda de Alfredo Díaz: «Su vida fue de completa entrega al barrio; siempre se involucró mucho con los problemas de la gente»
«En el trato era especial, el mejor. No sé cómo decirte, pero era distinto, agradable de escuchar», explica José Luis, vecino del barrio de 35 años, que reflexiona sobre su figura: «Era tan especial que hasta los niños le teníamos respeto. Recuerdo que cuando hacíamos gamberradas parábamos si él aparecía; porque era Alfredo, ¿sabes? Él sabía hacerse respetar».
La sociedad ha cambiado, «tenemos menos tiempo y vamos más rápido», y «hay menos espacio para una conversación, para preguntar, para conocer », apunta Virues. Los farmacéuticos hoy sí entran con titulación, mucho más formados, pero María José, otra joven compañera de la farmacia, recuerda que Alfredo «me lo enseñó todo»: «Pasé un año y ya sabía el nombre de todos los clientes, a todas las familias; con él no era dispensar el medicamento y ya, iba más allá».
«Su vida fue completa entrega al barrio, al que consideraba parte de su familia» , resume su mujer, Marian, quien lamenta que no haya podido vivir la oleada de reconocimientos en los últimos meses. «Recuerdo que un día en la peña flamenca de La Perla un hombre le dijo: ‘Cuando te jubiles te tienen que poner el nombre de una calle’. Hicimos bromas y nos reímos un montón con el tema. Y al final, mira...», concluye, señalando al rótulo.
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