DE UN DÍA PARA OTRO
Qué bella era mi carpa (o los nostálgicos me dan miedo)
Dice un montón de gente -de chavales a provectos, de campo y de ciudad, que no parecen estar tan mal- que antes todo era puro, feliz y luminoso. Estuve allí, en el adorado antes. Puedo declarar, señoría, que me parecía diferente pero no mejor. Creo que la añoranza es mentira
Da igual. Allí dónde mires, están. Son los adoradores de cualquier tiempo pasado. Añoradores oficiales y a sueldo, interesados en captar tu voto, su cargos, su bastón. Sirve la ensoñación de la Madre Rusia, de la Ucrania libre que nunca fue, la España de Ultramar y Flandes, el orden soviético, el vasto Imperio Británico, la grandeur, la primera revolución cubana, hasta el orgullo húngaro, el brasileño... Será por añorar. Mitos construidos, como todos, sobre un pedestal de gloria fugaz, cultura mestiza y millones de cadáveres.
No hay que irse tan lejos ni a la enciclopedia. En lo cotidiano, igual. Nostálgicos oficiales a sueldo, interesados en captarte con ensoñaciones pequeñas, recientes. Ah, las clases medias ¿Recuerdas cuando todos éramos obreros? Yo tampoco. Oh, los pitos de las ollas. Qué bella era mi carpa desierta . Carnaval el de 'Caimán'. El Falla no es lo que era. Hasta parece hacer más calor. Matagorda. Carrillo. Fraga. El Palillero del 15-M. América Great. Los 60. Uf, los 80. La fábrica de SEAT y los chiripitifláuticos. Barrio Sésamo. Los bocadillos de chocolate. Las comedias elegantes. Futbolistas con bigote. El pelo de Pepe Mejías meciéndose como un palio. Dos años sin Robin. Tres sin Juan Carlos. Nada queda. Y yo lo vi. Te lo juro, Juan: estaba todo ahí. Justo ahí, en la puerta de Tannhauser.
Olona es molona
Los niños jugaban en la calle sin peligro. Que pederastas, ni pederastas. Las mujeres caminaban confiadas (sólo con cuidado de esquivar algún charco de babas) por la calle, en igualdad de condiciones, en casa y fuera. Fair play. Los homosexuales podían vivir con libérrima serenidad, aquí, en los 70 y en los 90, como en Cuba desde el 59. Apenas había violencia porque no había inmigrantes . Éramos nosotros los que nos pirábamos a que nos pusieran el sello de subgénero sospechoso y lumpen allá en Francia, en Alemania, en Cataluña, en el País Vasco. Qué bonito lo cantaba Johnny Valderrama. Ya no se hacen coplas así. Todo es chunda y Chanel. Van las bandas juveniles a machetazos cuando antes, amado antes, no se veía una navaja, una jeringuilla, una botella rota. Cualquiera se atrevía. Había ley y orden. La ponían en La 1. Tampoco había más canales como hemos recordado hasta la náusea a los nacidos en youtube. No había ni virus raros. La gente se moría porque tocaba, por formalidad, para dejar sitio, pero como una pera.
Abascal es total
No había tanta desigualdad. Meritocracia gratis para todos que convida el patrón. Ni adicciones. Viva el vino. Ni el tabaco mataba. Qué le echarán ahora. La prostitución era sanota. Como los delincuentes. Robaban para comer. Sobre todo, sobre todo, no había internet que, más que lanzar al espacio lo que llevamos dentro de serie, ha corrompido el alma humana, limpísima en tiempos pretéritos como por todos resulta sabido. Nos odiábamos menos. Nos perseguíamos poco. Nos matábamos lo justo. Alguna bomba. Algún tiro. Nadie abortaba. Ni siquiera se preñaba. Los matrimonios aguantaban como Dios manda. La regla no dolía . O lo asumías. Hablábamos más. Bailábamos mucho. Viajábamos sin parar. Leíamos sin descanso. Educación en la escuela y en las aceras. No había chinos vendiendo a deshoras. Sólo chicucos. Reíamos mejor. Y el cine. Aquello era cine. Y la música. Aquello era música. Pero eso era antes. Mucho antes. O poco antes. Bueno, antes en cualquier caso.
Exigir derechos es de pobres
Los que tenemos más de 50 (o de 30 o de 40) sabemos que es un embuste gordo. Estamos dispuestos a declarar, señoría. Que es falso «completamente del todo» (El Chimenea). Asusta oír a los privilegiados (profesionales, rentistas, algún autónomo próspero que habrá, funcionarios...) que siempre estuvieron bien -y nunca mejor que ahora- clamar contra estos tiempos. Ahora, por lo visto, les piden con el poco éxito de siempre que compartan algo, una pequeña parte de su país, de su ciudad, de la caja común, derechos, patrimonio, riqueza, pensiones, médico, esas cosas. Sus gustos y modismos, sus servicios. Y estallan. Será posible. Qué morro . Estos moros, estos negros, estos rojos, esos locos, esas feministas, estos tiesos. Aquí huele a menú del día. Horror. Vienen del otro lado del mundo, o del otro lado del pueblo, a pedir. Poneos a trabajar de una vez como los que han llegado a la ejemplaridad social que merecen, trabajando, con su esfuerzo y su constancia. Con su talento y sin ayuda de nadie, menos aún de un familiar, un amigo, un excompañero de clase. Vagos. Quejicas. Modernos.
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