Toros en Jerez
La clase de Juan Ortega que sale a hombros, lo más destacado de un festejo en el que el Juli y Roca Rey cortaron una oreja
Deslucido encierro de Jandilla, falto de Casta y de fuerzas
Tras el obligado año de ausencia, volvía por fin la fiesta al coqueto y vetusto coso jerezano en estas inusuales calendas caniculares. Ocasión para la que se configuró un rematado cartel, donde destaca la presencia de la figura consagrada de El Juli , con más de dos décadas de alternativa, el reclamo del joven peruano Roca Rey , de asombrosa y meteórica irrupción en la cima del escalafón, y la savia novísima y refrescante de Juan Ortega , diestro que ha cautivado al aficionado por el aire clásico de su toreo.
Un retorno que adquirió corporeidad tangible, se hizo carne, cuando irrumpieron en la arena los 520 kilos del negro toro de Jandilla que abría el festejo, pero cuyo transitar en el ruedo resultaría en extremo breve, pues fue devuelto a los corrales por su manifiesta invalidez. En su lugar se lidió otro ejemplar de la misma vacad, que tomó con cierta codicia y humillación el capote de El Juli y que apretó con los riñones en la única vara que tomó. Arribaría al último tercio evidenciando una embestida encastada y repetitiva , a la que el madrileño respondió con quietud y trazo largo en unos derechazos que pronto conectaron con los tendidos. No resultaría tan cuajado su posterior intento de toreo al natural, pues el toro, poco a poco, acortaba su viaje al tiempo que diluía su encendido brío inicial. Con una estocada en todo lo alto puso feliz broche el madrileño a su labor .
El cuarto de la suelta, de corto recorrido y sin interés alguno por tomar los engaños capoteros presentó una pugna con la cabalgadura análoga al castigo que recibió de éste: meras simulaciones. Se hizo aplaudir El Juli con un quite por verónicas y, muleta en mano , inició geuflexo el trateo para dibujar primero y esbozar después varias series de redondos y naturales, en las que el animal subrayaba su escasez de celo y su nula fortaleza. Insistía El Juli en su afán contumaz por extraer pasajes lucidos pero el panorama no mejoraría, antes al contrario, se tornaba machacón y pesado. Lo cual no fue óbice para recibir una oreja tras cobrar una buena estocada.
Se presentó Juan Ortega ante la afición jerezana con un exquisito ramillete de verónicas , del que destacó el fino y personal aroma de alguno de ellos. Superado un accidentado tercio de varas con accidental derribo y escaso castigo y un trple episodio rehiletero sin excesivo lucimiento, se llegó al último capítulo en el que el diestro sevillano desgranó su excelsa torería , el garbo y la particular cadencia con que acaricia las embestidas con la franela. Desde la inspiración de exquisitos trincherazos iniciales hasta que empuñara la espada, todo fue una sucesión de pinceladas de naturalidad, profundidad y clasicismo. Con una estocada desprendida se deshizo de un enemigo que, mientras duró, fue bravo y de templada y noble embestida. Siete verónicas y dos medias constituyeron el armónico conjunto del saludo capotero de Ortega al quinto. Animal que, tras perder las manos varias veces, fue devuelto y sustituido por un castaño que no otorgaba largura alas embestidas y no permitió que Juan Ortega se estirar a gusto con la capa. Recibió el ejemplar una vara en yodo lo alto del morrillo y, ya más atemperado de ánimo, tomó con boyantía un quite por airosas chicuelinas y una media cordobesa, que el espada escribió con trazo pulcro y bella ejecución. Tras pintureros inicios con la franela, enseguida se percibió la protesta reiterada de la res y su decadente ímpetu en la persecución del engaño . Por lo que todo se redujo a una permanente porfía de Ortega por alargar y ligar esbozos de muletazos. Con otra estocada desprendida pero eficaz puso feliz epílogo el diestro sevillano a su debut en la plaza jerezana.
Templó la verónica en los lances iniciales Roca Rey y se lució por tafalleras y faroles invertidos en un quite dinámico y luminoso. El toro, tan noblón como berreón , tan colaborador como insulso en su comportamiento, acudió de largo a los cites de quietud y escalofrío con los que el peruano abrió la faena muleteril. Planteada en los medios la lid, las series de redondos y naturales se sucedían pero sin alcanzar altos grados de brillantez, pues el asatdo tendía a salir con la cabeza a media altura de las suertes, empañando así el lucimiento final del muletazo. También este toro vació pronto el exiguo capítulo de su fuelle, por lo que la intensidad del trasteo decaería a medida que lo hacía la casta del animal. Dos pinchazos, media estocada y tres descabellos constituyeron lastimoso epílogo de este su primer acto. No regaló acometidas limpias ni amplias el ejemplar que cerraba plaza en el capote de Roca Rey, quien, inédito en este apartado, también vería frustrado su desistido intento de quite. Nada claro el toro, pues se colaba al peonaje y cortaba en bbanderillas, acudió al último tercio con una embestida algo incierta y marcadapor la brusca, sincopada forma del arreón. Pero Roca Rey lo templó, le bajó la mano y hasta consiguió domeñar tan incómodo ímpetu . Tandas por ambos pitones se sucedieron sin cotas de mayor relieve hasta que el toro, como hicieron el resto de sus hermanos, se apagó definitivamente. Un atracón final de ceñidas bernardinas dio último paso a una gran estocada al encuentro, que puso digno colofón al festejo.
FICHA Se lidiaron seis ejemplares de Jandilla, primero y quinto como sobreros. Justos de presencia, descastados y faltos de fuerza.
El Juli, de grana y oro. OvAción y oreja.
Juan Ortega, de verde y oro, nuevo en esta plaza. Oreja y oreja.
Roca Rey, de lila y oro. Silencio tras aviso y oreja.
Plaza de toros de Jerez. Casi lleno en la mitad de su aforo.