EL PUERTO
Toros en El Puerto: Ponce, Morante y Aguado mostraron destellos de buen toreo ante un flojo encierro de Juan Pedro Domecq
La plaza de toros de El Puerto conmemoraba este jueves la doble efemérides del CXL aniversario de la inauguración del coso y el centenario de la muerte de Joselito en Talavera
En este convulso, atípico, pandémico año de 2020 , con su triste trilogía, nada taurina, de termómetros, hidrogeles y mascarillas, el escueto goteo de programaciones taurinas ha tenido a bien agraciar a la Plaza de El Puerto con este único espectáculo de la temporada. En el que, con los palcos bellamente engalanados y todo el papel vendido, se conmemoraba la doble efemérides del CXL aniversario de la inauguración del coso y el centenario de la muerte de Joselito en Talavera . Y como reclamo, un rematado cartel, en el que coincidían la maestría del sempiterno Ponce , el siempre esperado duende de Morante y la savia nueva del joven Pablo Aguado , con su demostrada hondura y naturalidad. Pero como suele ocurrir en estos casos, falló el toro. Aunque el público disfrutara y se comportara solícito en trofeos, al ganado le faltó la casta, el poder y la fuerza necesarias para que el espectáculo gozara de la enjundia y grandeza que lo definen. En estos tiempos de tanto ataque a la fiesta, mal se la puede explicar, exaltar y defender si ésta se presenta disminuida y adulterada.
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Con emotivas ovaciones al interpretarse el himno nacional antes de iniciarse el paseíllo y, roto éste, tras guardarse un recogido minuto de silencio en recuerdo por los fallecidos por el coronavirus, dio comienzo un festejo en el que abrió plaza un negro ejemplar que tomó con nobleza el suave vuelo de la capa de Enrique Ponce . Con un leve puyazo señalado arriba, el valenciano dibujó tres chicuelinas y una airosa revolera y dio por finiquitado el tercio. Con la molestia del viento y el cabeceo incómodo de un animal que angostaba su viaje, ponce hubo de mostrar quietud y mando de mano baja para alcanzar el lucimiento con bellos cambios de mano y relajados pases aislados. Pero no probó a su enemigo por el pitón izquierdo, que dio la impresión de ser el mejor de la res. Con un pinchazo y una estocada desprendida de la que salió peligrosamente prendido , puso fin a su primer capítulo. Con el cuarto, un jabonero soso y desrazado que había protagonizado una insípida lidia, Ponce esbozó un breve apunte de su particular tauromaquia de alquimia muleteril, con abundantes genuflexiones y estéticos cambios de mano. Dilatada labor que rubricó con una estocada casi entera.
Se hizo presente Morante en el ruedo con la excelsa cadencia de un ramillete de templadas verónicas, abrochadas con sentida media. El toro, huidizo y descastado, tomó a regañadientes el palo del picador en el doble encuentro al que fue sometido. En el postrero tercio, con la cara alta y exiguo recorrido, sólo permitió al de La Puebla, tras ímprobo esfuerzo, gotear exquisiteces en la sutileza fresca de algún natural o el arabesco alegre de un remate. Ayudados por alto finales constituyeron plástico preámbulo de una gran ejecución del volapié. El quinto de la suelta, un castaño sin un ápice de casta brava, desentendido de la pelea y de insulso acometer, sólo permitiría a Morante apuntar pases a media altura sin posibilidad de nada más. Fue pasaportado con una certera estocada.
Meció con donosura la verónica Pablo Aguado en un arrebatado saludo y condujo con suma templanza al toro hasta la jurisdicción del varilarguero. Quitó por chicuelinas y remató con ajustada media, poniendo así fin a una primorosa actuación capotera. Boyante y pronto el burel, su humillada embestida permitió el lucimiento del banderillero Iván García, que saludó montera en mano, y hacía presagiar algo grande al asir Aguado la franela. Mostró éste despaciosidad y gusto en una armónica faena en la que al astado, noble y repetidor, le faltó esa porción necesaria de empuje y acometividad. Aún así, la cadencia y hondura de los derechazos del sevillano cautivaron por completo a la concurrencia. Tras rematar éste con pinchazo y estocada, le fue concedida una oreja. Le faltó acometividad y temple al sexto para permitir que Aguado mostrara sus virtudes capoteras. Y tras tomar dos varas en buen sitio, pareció atemperarse en banderillas. Pero sólo fue un espejismo, pues el descastamiento supino que demostró sólo permitió al joven diestro merodear con torería en su derredor. Quien puso fin al festejo con una estocada en lo alto.