Memoria Histórica
El Puerto volverá a oír las tres pitadas de El Vapor
Un repaso por los más de 80 años de la saga gallega que puso a navegar a los «Adriano» por el Guadalete
«A la mujer y al viento, a una cuarta a barlovento». Así explicaba con sorna gallega José Fernández Sanjuán, más conocido como Pepe el del Vapor, por qué en sus travesías entre Cádiz y El Puerto , que duraban entre 35 y 40 minutos, efectuaba una maniobra similar a un arco desde Cádiz, poniendo la proa hacia Valdelagrana para luego caer hacia la bocana del Guadalete y así evitar los vientos de poniente y levante, así como las salpicaduras. El Vaporcito volvía estos días a ser el protagonista de los titulares de la prensa de la zona, tras permanecer en Varadero y en estado de abandono desde 2011 cuando, después de una década sorteando dificultades, el 30 de agosto al entrar en la dársena de Cádiz el patrón «chocaba por despiste somnoliento» contra la Punta del Sato, provocando una vía de agua que lo llevó a su muerte. Ahora, gracias a la insistencia de la Asociación Portuense El Vaporcito, la motonave continuará su travesía desde una de las márgenes del Guadalete con un centro de interpretación que honrara su memoria.
El origen de El Vaporcito se localiza en la ría de Ferrol, a 600 millas de la Bahía gaditana, en 1927 de la mano de Antonio Fernández, que le puso por nombre «Adriano I», en honor a su hermano José. Su andadura comenzaba en la travesía entre Ferrol y A Coruña, donde operó durante tres años ofreciendo rutas turísticas.
En octubre de 1929, explica el historiador Enrique Pérez Fernández , en su libro « De El Puerto a Cádiz: los barcos del pasaje en la Bahía de Cádiz (siglos XV-XXI) », el «Adriano» decidía participar en la Exposición Iberoamericana de Sevilla para encargarse de los viajes entre Sevilla y Sanlúcar por el río Guadalquivir. Lo que se suponía que iba a ser un viaje de ida y vuelta a Galicia resultó ser un periplo sin retorno que acabaría convirtiéndole en una de las señas de identidad de El Puerto de Santa María. Antonio Fernández , con 64 años, quería encontrarse con Cuba aprovechando la exposición iberoamericana, después de haber pasado en la isla sus años de juventud donde viajó para hacer fortuna. Hasta la capital hispalense llegó con su hermano José y con su sobrino Pepe.
Tres meses antes de que los gallegos llegaran a Sevilla, explotaba la caldera y se iba a pique el Vapor de Cádiz, que se encontraba atracado en el muelle. Esta situación provocó que la familia Millán, consignataria del servicio, ofreciera a Antonio Fernández la oportunidad de hacerse con la travesía. En junio de 1930 se anunciaba en la Revista Portuense « nuevo servicio de pasajeros entre El Puerto y Cádiz», que tenía el precio de una peseta si se viajaba en la cubierta. Los que iban en toldilla pagaban 1,50 y los niños de menos de 12 años 50 céntimos. Dentro de su pasaje también estaba los cosarios o mensajeros (fieles viajeros) que trasladaban en la motonave productos como vino y fruto para su reembarque en Cádiz. Su llegada a la Bahía supuso un cambio en la comunicación marítima puesto que anteriormente todos los vapores se asentaban en Cádiz por ser de allí sus propietarios, pero ahora el «Adriano» decidió quedarse en la localidad portuense.
Teniendo como punto de atraque, desde 1848, el muelle frente a la plaza de Las Galeras , el «Adriano I», el más pequeño de la saga, apenas si cuenta en su historial con incidencias de importancia. Pese a funcionar con motores de explosión, durante sus más de 80 años de historia fue conocido como El Vaporcito. Por su estructura, al no tener calado, resultaba «muy complicado salvar la sempiterna barra del Guadalete y sólo podía salir con marea alta», explica el historiador portuense, temiendo tocar fondo, porque de esa manera quedaba sin gobierno y al capricho del viento. El primero de los incidentes que se registran en el historial de los Adriano fue en agosto de 1930, cuando en su última travesía del domingo, en dirección a El Puerto no pudo entrar al haber dejado de funcionar las l uces que señalaban el enfilamiento de la cana l, y que se encontraban en la Casa del Faro, frente a Bahía Mar.
En su historia, según la prensa del momento, destacan otros dos incidentes. Uno, en agosto del 34, cuando encallaba a la salida del río , junto a la playa de la Puntilla, y tuvo que venir a socorrerlo el «Punta Umbría», el vapor de la competencia. El ‘Adriano I’ necesitó de reparación en Varadero. Y quizá el incidente más tráfico fue el ocurrido en 1938 con un pasajero que no esperó a que soltaran la pasarela cuando llegaron a El Puerto de la travesía y saltó por la borda, con la mala fortuna de que se le enganchó una cuerda al pie y se golpeó con la muralla, lo que le provocó la muerte.
El pequeño « Adriano I » no paró de sortear las aguas de la Bahía ni siquiera durante la Guerra Civil , cuenta el historiador Enrique Pérez Fernández, cuando transportaba a soldados italianos y nacionales que estaban fondados en barcos en la Bahía y pernoctaban en el hotel Vista Alegre. Tras la Guerra Civil sí que hubo una temporada en la que los dos vaporcitos de El Puerto (el Adriano I y el II) estuvieron sin salir a consecuencia del corte del suministro de combustible que les impedía seguir navegando.
En los años de la posguerra, la presencia del comercio ilegal de pan y patatas, por ejemplo, de la mano de los estraperlistas, provocó que la Fiscalía fichara a la embarcación portuense, e incluso que intentaran apresar a varios ilegales que hacían la travesía. Aunque escaparon de las fuerzas del orden, resultaron detenidos y así intentaron implicar al conocido patrón de El Vaporcito. Al final todo se aclaró y Pepe se refería al episodio con que siempre fue honrado y que otra cosa «era hacer la vista gorda a la gente humilde».
La saga se amplía
Desde 1934, el «Adriano I» fue acompañado por el «Adriano II». Durante un año estuvieron funcionando los dos Adriano con el «Punta Umbría», que se fue a pique cuando chocó contra la punta del muelle por una fuerte marejada. En 1955 quedaba varado el «Adriano I», junto al puente de San Alejandro , donde fue desguazado y aún queda parte de las cuadernas de su esqueleto bajo el cieno del río. Ese mismo año empieza a construirse el «Adriano III».
El «Adriano II» (1932-1982) era de traza más elegante y con mayor superficie, que posibilitaba acoger 400 pasajeros en tres alturas. En esta ocasión, cuenta en su libro Pérez Fernández, se había pensado en el calado del río, en las corrientes y en los vientos. Ya El Vaporcito con estas nuevas capacidades e mpezaba a ofrecer paseos turísticos diurnos y nocturnos, así como celebraciones civiles y religiosas .
Un ejemplo de estas vivencias era el papel que jugaba la motonave cuando llegaba la celebración del Trofeo Carranza de fútbol . Se convertía en un reclamo turístico para periodistas e invitados de fuera de las fronteras gaditanas, con fiestas flamencas a bordo y con degustación de los productos típicos de la zona. Uno de los asiduos viajeros de la motonave era el alcalde gaditano José León de Carranza, que vivía en la localidad portuense, aunque lo usaban multitud de personajes de renombre de la historia de la Bahía. También se convertía en escenario de películas como « La Lola se va a los puertos »(1993), protagonizada por Rocío Jurado o « La Becerrada »(1963), dirigida por José María Forqué.
Pemán lo describió como «un armatoste de dos pisos que tiene algo de teatro flotante y anda con ritmo de soneto de Rafael Alberti ». Esa imagen, que se convirtió en logo de la ciudad portuense, llevaba unido el sonido de esas tres pitadas de aviso que se convertían en las alarmas de la rutina de la ciudad. Desde 1955 compartió protagonismo con el «Adriano III», cuya construcción costó dos millones de pesetas, y que participó también del despegue turístico de la zona de Valdelagrana, cuando se instalaron las primeras casetas de playa y se celebraban las primeras carreras de caballo.
El Vaporcito nunca fue un negocio boyante, sufriendo entre los 80 y los 90, los incrementos de los costes con el precio del gasóleo, el alquiler de los muelles y el bajo rendimiento con la venta de billetes. Pero quizá lo que peor hayan llevado todos los portuenses es el olvido en el que se ha sumido esta señera embarcación tras su hundimiento en 2011, permitiendo que se mostrase públicamente y sin remordimiento alguno la decadencia de quien, en su momento, fuera indispensable para las comunicaciones de El Puerto y declarado Bien de Interés Cultural (BIC).
El inolvidable Pepe el del Vapor
«¿A dónde va hoy el vapor?», le preguntaban. Y él respondía: «Hoy a Cádiz». Este gallego que nacía el 18 de agosto de 1909 es uno de los personajes más queridos de El Puerto y la provincia de Cádiz. Dedicado 68 años a los barcos, recibía antes de fallecer en octubre de 2001 a los 92 años la Medalla del Trimilenario de la capital gaditana en diciembre de 1998 y también pudo protagonizar el encendido de la Feria y Fiesta del Vino Fino dedicada a Galicia .
Cruzó la Bahía «no menos de 150.000 veces» y siempre explicaba en las entrevistas que cada travesía era una experiencia nueva. Muy conocido por frecuentar entre los viajes el Bar El Liba , -donde se presentaban esta semana los planes de la Asociación Portuense El Vaporcito- cuando llegaba a El Puerto con 21 años para patronar la motonave. Ahora, los portuenses quieren honrarle con un busto en el lugar donde se ubique ese museo dedicado a El Vaporcito.
Presente en el mundo del Carnaval
Fue Paco Alba el que en 1965, con su comparsa «Los hombres del mar», hiciera un pasodoble, a ese barco «más blanco ni más bonito en toito el muelle de Cai» que daba «viajecitos» por la Bahía, que se convertiría en todo un himno del carnaval y elevara al Olimpo del gaditanismo a El Vaporcito de El Puerto. A partir de ahí, quien no se haya montado en él y y no se contagiara de «los recuerdos de sus viejos sueños marineros», quizás le faltaba algo en su ADN gaditano .
Paco Alba hizo que e El Vaporcito estuviera ligado al carnaval y han sido muchas las agrupaciones y autores que le han cantado, como Quiñones (La Caldera en 2006) o Martínez Ares (Calle de la Mar en 2003) en la modalidad de comparsa, esa que creara el maestro. Pero también ha servido para los cuartetos, como el guiño que le hizo Manuel Morera en el Carnaval de 2012, después de su hundimiento, en el nombre de la agrupación: «Los que hundieron el Vaporcito».
La pérdida de El Vaporcito parece que nunca se superó y han sido muchos los que han reivindicado su vuelta o protestado por su abandono , como el autor de chirigota José Antonio Vera Luque, que este mismo año en la final del Falla dedicaba el primer pasodoble de su agrupación, «Cadizfornia», al «abandono» del barco que «ya no se ve pasear» y donde se preguntaba «de qué sirve el nombramiento de Bien Interés Cultural».
Esta semana se anunciaba su recuperación por parte del Ayuntamiento de El Puerto, donde quedará allí como centro de interpretación museístico, y aunque ya no «navegará en él ni la célebre tía Norica», al menos el «Adriano III» volverá a estar presente como símbolo de Cádiz y su Bahía .
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