Miguel Moura pasea la única oreja en El Puerto
Joao Telles y Pérez Langa, que escuchó los tres avisos, se van de vacío en una deslucida corrida ecuestre
Lejos quedan ya aquellos llenos absolutos en el coso portuense cada vez que se anunciaba una corrida de rejones . Por motivos que habría que analizar, el público, festivo, joven y diferente al que acude a los festejos de a pie, empezó a dejar de mostrar interés por este tipo de espectáculos. Paulatino descenso en la afluencia de aficionados durante los últimos años, hasta desembocar en la pobre entrada registrada hoy, menos de un cuarto de aforo .
Con la bella estampa ecuestre de un paseíllo, abierto por dos alguacilillos, ataviados a la elegante forma del siglo XVII, con sus capas, golas y tafetanes, y seguidos por el trío rejoneador, compuesto por dos jinetes portugueses vestidos a la federica, es decir, con casaca goyesca de fina exquisitez dieciochesca, y por un jinete español , con clásica chaquetilla campera, dio comienzo el festejo. Que presentaba una explícita rivalidad luso-española , tanto en los toros como en sus lidiadores. Tres astados de la vacada lusa de Días Coutinho y otros tres de la ganadería andaluza de Benítez Cubero, más dos rejoneadores portugueses, por uno español.
Abrió plaza un ejemplar lusitano al que Joao Telles prendió un primer rejón de castigo tras conseguir encelar su distraída salida. Con un segundo rejón, de colocación muy trasera, cerró este primer tercio. A lomos de un bello caballo tordo verificó un desigual tercio rehiletero, en el que en ocasiones, se vio acosado por el ímpetu de la encendida acometida del toro, y que resolvió con tres banderillas prendidas y varios intentos fallidos. Tres pinchazos posteriores con el rejón de muerte fueron suficientes para acabar con el animal. Como cuarto salió un toro parado, descastado y reservón de Benítez Cubero, al que paró con dos rejones y con el que plasmó un ortodoxo y dilatado tercio de banderillas, durante el que enhebró múltiples palos de sobria aunque poco ceñida ejecución. Erró en la colocación del rejón de muerte y Telles emprendió una vuelta al ruedo a pie y por su cuenta.
Cabalgando una fina yegua baya recibió Pérez Langa al segundo de la suelta, animal emplazado y escarbador, que hacía caso omiso a las retantes carreras équidas que se sucedían en su derredor. Castigado con dos rejones, en los que el jinete hubo de exponer y pisar terrenos comprometidos, el manso persistiría con su actitud renuente a la pelea. Sólo embestía en forma de súbitos arreones, lo que incrementaba su peligro y dificultad. Gran esfuerzo tuvo que realizar y mucho hubo de llegarle el aragonés Pérez Langa para intentar sacar al inmóvil burel de su pertinaz querencia en tablas. Tras lo que, finalmente, pudo enhebrar una banderilla larga y otra corta. Laborioso, prolongado e infructuoso resultó el tercio de muerte, en el que ni a a caballo, con el rejón, ni a pie, con el descabello, fue capaz de encontrar la manera de acabar con el Sonaron los tres avisos y, para estupefacción y desazón general, el toro no traspasaría de vuelta la puerta de chiqueros hasta cuarenta minutos después de sonar el último toque de clarín.
Con codiciosa carrera persecutoria apareció en el ruedo el castaño que hizo quinto, al que Pérez Langa supo embeber con su acompasado galope y clavar dos rejones de castigo de diferente acierto en la colocación. Compuso un dilatado tercio banderillero en el que realizó las suertes con corrección pero carente de apreturas. Volvió a marrar con reiteración en el uso de los aceros toricidas y fue ovacionado.
Miguel Moura recogió la briosa salida del toro que hizo tercero con el acompasado temple de un suave toreo a caballo y prendió dos certeros rejones de castigo. Completó después un lucido tercio de banderillas, en el que ajustó los rehiletes en todo lo alto, para cuya ejecución ofrecía, retador, los pechos del caballo, llegaba al límite en la jurisdicción y quebraba sobre un palmo de terreno en la misma cara de la res. De boyante y pronta condición ésta, acudió a cuantos cites le presentaba la cabalgadura. Tras un certero rejón de muerte, el portugués paseó la primera oreja de la noche. Después de otra notable actuación frente al sexto perdió la puerta grande al marrar con el descabello.