REPORTAJE
José Antonio, quince años de una lucha incansable contra la droga
La batalla vecinal y policial logra expulsar a los narcos de este barrio portuense, aunque la demolición de los bloques, desvalijados y reventados, sigue todavía en el aire
De repente en José Antonio hubo que cerrar las puertas y las ventanas. Fue el mismo día en el que la droga y la autodestrucción acabaron sin contemplaciones con el olor a puchero, a recuerdo a casco bodeguero y a hierbabuena. Ocurrió de repente, sin avisar, cuando este barrio de gente trabajadora que se había criado en estas calles de El Puerto empezó a temblar . Ya no se podía salir a dar el paseo de la tarde, ni a tomar el fresco con la silla a cuestas esas noches de verano. Los niños dejaron de bajar al patio. Había llegado el miedo y la barriada cambiaría para siempre.
Entrar ahora en José Antonio sin temor es más o menos posible aunque a cada paso no dejes de recordar que allí se ha librado una verdadera guerra. El escenario además ayuda. Los pisos están reventados. Por dentro y por fuera. Hay pintadas por las paredes, basura en todos los rincones, arquetas levantadas, pisos desvalijados, agujeros hechos a martillazos en cada rincón, y ventanas ahora abiertas pero completamente tapiadas para que no vuelva a ocurrir.
Tanto es así que el trabajo de los agentes no ha cesado. Justo esta semana detenían a dos personas y desarticulaban otro punto. De 2009 a 2016, la UPR hizo 10.000 actas por tenencia o consumo de droga con casi 200 detenidos. En Estupefacientes se llegaron a hacer 80 actas en un mes e incautar 60.000 euros y 100 vehículos de alta gama. «Es un servicio muy meritorio», destaca el responsable policial, «es muy duro trabajar en condiciones así con la detención de personas, la incautación de armas y de drogas. Van pero muchas veces no saben qué se van a encontrar en la calle o en el piso… Estoy muy satisfecho del trabajo realizado por todos». Pero llama la atención sobre una cuestión fundamental. « Es necesario que se impliquen todas las administraciones . Hay que derribar ya eso de una vez porque es un riesgo y un peligro».
Queda entonces el último empujón para que la Plaza de la Esperanza tenga por fin ese nombre con todo su sentido. Manolo fue uno de los vecinos que no llegó a ver el realojo. Lo llamaba la Tierra Prometida . Murió en 2013 con el honor que le dio la valentía. Su piso estaba rodeado y para salir cada día a hacer los recados tenía que pelearse con los que se tumbaban en su puerta o escalera a consumir. Su mujer impedida le decía que no se metiera en líos por ella. Pero no se acobardó jamás. «Fue un ejemplo para todos. El verlo así nos daba fuerzas para seguir». Para continuar en una lucha que ahora, quince años después, parece que por fin empieza a escribir su final.
FOTOS: José Antonio, en imágenes
REPORTAJE DE VÍDEO REALIZADO EN 2013
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