El Puerto

El fin de José Antonio, la barriada de El Puerto que se volvió gueto

En un espacio de 96 pisos llegó a haber treinta donde se podía comprar droga; el barrio portuense ya ha sido derribado al completo, ya es historia tras aguantar muchos años de desidia y autodestrucción

Los momentos más críticos se vivieron a principios de 2000. Peleas con catanas y navajas eran habituales. Los narcos ofrecían a los vecinos millones por sus viejas casas de 40 metros cuadrados

María Almagro

«¡No puedo más, no puedo más!». Los ojos de Manuel se llenaban de lágrimas allá por 2005 cuando en una concentración de vecinos de la barriada de José Antonio de El Puerto contaba lleno de frustración y rabia lo que estaba 'malviviendo'.

Rozaba ya los ochenta años y el azúcar le había atacado fuerte por lo que andaba a duras penas apoyado en un bastón de madera. Su mujer, impedida, estaba en la cama y él, ya jubilado hacía mucho tiempo, intentaba dedicarse como podía a sus cuidados.

Como podía, porque cada mañana, tarde o noche, en las escaleras o en el descansillo de la puerta de su casa un grupo de drogodependientes se ponía a fumar papelas y algunos de ellos, fuera de control, le agredían cuando él ya cansado de todo les reprochaba que por favor les dejara pasar, que tenía que ir a la farmacia, al médico o a hacer recados, que su mujer lo necesitaba.

Pero Manuel decía que no tenía miedo, que «no le daba la gana» de resignarse . Y, por eso, cada vez que había una manifestación para exigir que alguna administración les ayudara acudía de los primeros sin pensarlo. Aunque le fueran a pegar. Este hombre falleció hace ya unos años y jamás pudo ver el final de todo aquello. Ni siquiera llegó a ser uno de los realojados.

Como Manuel hubo más. Gente humilde, muchos extrabajadores de las bodegas cercanas como la mítica Terry, que de la noche a la mañana empezaron a ver como la que siempre había sido su barriada, donde se habían criado, era tomada por traficantes de droga, por la conflictividad más absoluta y también por la autodestrucción . Fue el mismo momento en el que sus hijos tuvieron que dejar de salir a jugar a la calle y ellos tuvieron que dejar de ir a pasear y de sentarse en sus portales a echar ese ratito 'apañao' de charla.

El 'pico' más barato

Todo comenzó a nublarse a principios del año 2000. Justo cuando llegaron los primeros ‘camellos’ a instalarse en algunos de estos pisos y empezaron a ofrecer el ‘caballo’ inyectado o fumado en plata a precios mucho más bajos.

El ‘pico’ salía a pocos euros y eso fue todo un reclamo para que este barrio empezara a ser un punto negro de trapicheo que jamás se había conocido en la ciudad. Los toxicómanos que antes frecuentaban la Ermita de Santa Clara o el Quijote o la Revolera cambiaron su itinerario. Aquí manda también la ley de la oferta y la demanda y José Antonio empezó a ser una peregrinación continua de la droga.

Entonces, y como se pudo comprobar al poco tiempo, hubo un enorme error de peso . Para solucionar el problema social que se estaba generando en la Ermita, en los realojos, las administraciones empezaron a pagar generosas indemnizaciones a quien se marchara de forma voluntaria. Fuera quien fuera. Algunos de ellos, traficantes, optaron por coger el dinero y comprar un piso a pocos metros. En José Antonio. O sea, que el problema solo tuvo que cruzar una calle.

Y así la venta de droga al menudeo en la barriada se fue adueñando de todo. Lo peor llegó a partir de 2004. Hasta 27 puntos de venta de droga en un espacio de 96 viviendas en apenas 500 metros cuadrados. Tres calles paralelas que se convirtieron en la ‘milla de oro’ del trapicheo de toda la provincia.

Todos los 'camellos' querían tener aquí su piso. Las casas llegaron a venderse por el triple de su valor

Todos los ‘camellos’ que movían droga en la Bahía de Cádiz querían tener su espacio en la barriada. Algunos okuparon los pisos que estaban vacíos o cuyos dueños vivían fuera de El Puerto; otros, llegaron a pagar precios desorbitados por tener el suyo propio. Viviendas de apenas cuarenta metros cuadrados en el Barrio Alto que triplicaron o más su valor. Los narcos pagaban bien porque sabían que los beneficios iban a ser mucho mayores si se asentaban en este epicentro del tráfico. Así, por ejemplo, por un piso de unos diez millones de las antiguas pesetas se pudo llegar a pagar más de veinte.

Y por su parte, los vecinos, muchos de ellos mayores, intentaron salir de allí deshaciéndose de sus casas como fuera. Vendiendo sus hogares. Tenían miedo . Mucho miedo. Las peleas, los gritos, el mal ambiente ya empezaba a sentirse.

Los traficantes ponían dobles puertas de metal e hierro en las viviendas para evitar los registros sorpresa.

De pisos a búnkeres

Entonces, también por estos años, muchas de estas casas comenzaron a ser auténticos búnkeres. Sus nuevos propietarios las desmontaron y les pusieron rejas y armazones de hierro en las puertas para evitar las entradas y registros sorpresa de la Policía. Y así, a cualquier hora del día y de la noche era habitual ver como la heroína y también la cocaína y el hachís lo iban marcando todo. Matándolo. Pasear por el barrio era ya cuestión de valentía. Drogodependientes, ‘aguaores’, traficantes, llegados también de otras provincias como Sevilla, iban y venían por estas tres calles de la adicción.

Fueron los peores momentos. Cuando el camino desde la estación subiendo por la calle La Rosa y Espíritu Santo comenzó a llamarse la 'ruta de la plata' , en referencia al papel de aluminio que muchos de estos toxicómanos usaban para meterse el ‘pico’. No solo llegaban desde otros barrios portuenses sino que también lo hacían en taxi, autobuses, trenes ... desde Cádiz, Jerez, Chiclana, San Fernando... y hasta desde Sanlúcar que ya por entonces se destapaba como un lugar de encuentro con el narco. Pero, les merecía la pena, «la de José Antonio era más barata y mejor».

Las noches daban miedo. Pero los días también. Atemorizados, cansados de no poder ni dormir por los gritos y las peleas –incluso con pistolas y catanas–, hartos de temer por sus hijos, tanto por si les pasaba algo como porque se criaran viendo todo aquello y cayeran a ese pozo, los vecinos que no querían o podían irse se armaron de valentía y fueron los primeros en plantarle cara a los traficantes. Las primeras fueron unas pocas vecinas, madres, mujeres . Y pronto tuvieron el apoyo de la asociación no gubernamental Foro Social que se implicó al completo con ellas y, además, les sirvió de altavoz.

Y así, con mucho valor, a mediados de 2000, el hartazgo y la fuerza que cogieron llegó a tal punto que consiguieron que se les fuera haciendo caso. La presión de los medios que se iban haciendo eco de toda la problemática también les echó una buena mano. Pero las promesas locales y autonómicas llegaban a cuenta gotas y cualquier reunión con consejeros o delegados, se enquistaba en el tiempo, en permisos y trámites que se paralizaban en trabas y más trabas.

Los antidisturbios, en la barriada a principios de 2000.

La incansable pelea policial

Mientras, el deterioro y la okupación continuaban. También los problemas urbanísticos ya que estos pisos tan maltratados databan de los años 50 y sus calidades eran bastante pobres. Las casas no solo se ahogaban en la droga sino que además se iban resintiendo a desconchones.

La lucha policial también fue importante. Desde los 'zetas' que acudían a los avisos de cualquier nueva pelea o lo que ocurriera ese día, a la implantación de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR) en la ciudad que coincidió con el objetivo de intentar devolver la paz a la barriada. Así era fácil ver a los agentes, locales, nacionales –de radiopatrullas o antidisturbios– en la zona lidiando con todo aquello. También operativos de gran calado con fuerzas especiales como los GOES. Una y otra. Sin descanso. Por temporadas, apostados 24 horas. Pero el negocio del trapicheo daba dinero en José Antonio y se resistían. Todo iba muy poco a poco.

Ya en 2009 los vecinos firmaron el esperado convenio con la Junta de Andalucía para ser realojados en los nuevos pisos que se habían hecho en Santa Clara, justo al lado. Habían pasado cuatro años desde que el entonces delegado de Obras Públicas, entonces del PSOE, anunció el derribo. 2004. Y hasta 2014 no se entregaron esas primeras viviendas.

Y hasta 2021 no se ha derribado por completo el barrio. Hace unos días. Hasta que se han cerrado del todo el acuerdo económico y los realojos de los que tenían derecho a ello y se ha puesto en orden los informes sobre quienes eran realmente propietarios de esos pisos.

Un desorden que se avisó mil veces pero que se dejó enmarañar y ensuciar durante más de dos décadas y que, como muestra ahora una parcela ya tristemente desierta, al final solo les quedó una solución: hacer desaparecer este barrio de la vergüenza.

REPORTAJE DE VÍDEO REALIZADO EN 2013

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