elecciones municipales

De la regidora perpetua y el alcalde con cuaderno

Los gaditanos valoran el legado de 20 años de gobierno municipal tras la semana política más convulsa desde la Transición entre el hartazgo, la ilusión por el cambio y el temor a una inestabilidad que obstruya la gestión

j. landi
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El veterano canoso de los astilleros levanta la mano como si fuera a lanzar un anuncio y lo hace: «Mira, te voy a contar una cosa que igual te aclara todo lo que pasa en Cádiz –dice con solemnidad de orador antiguo, con la fachada dormida de Casa Crespo a sus espaldas–, los gaditanos somos muy malos para nosotros mismos. La gente del norte, los montañeses o los vascos, los alemanes, los catalanes, hasta los gallegos, son orgullosos. Te dicen eso de ‘ya me encargo yo de lo mío’. Dicen que ellos manejan sus cosas, lo prefieren. Su dinero y su política, porque están seguros de que nadie lo hace mejor, que a nadie le duele más. Son desconfiados con todos los demás, con los de fuera.

Nosotros, aquí, lo hacemos al contrario. No nos fiamos de nosotros mismos y preferimos que los de fuera nos lleven las cosas» sentencia José Luis, jubilado, en la esquina de los churros de la plaza. Joaquín, excompañero de trabajo antes y cómplice, ahora, de mañanas rellenas de tertulias hace un ruido raro para llevarle la contraria.

Peor. El autor del discurso se calienta y refuerza su teoría. «Mira, muchacho: ¿Tú sabes lo primero que va a decir la gente por lo bajini cuando El Kichi meta la pata, cuando no pueda con algo? La gente va a decir ‘claro, de Cádiz’... Los mismos gaditanos. Porque aquí, decir ‘de Cádiz’ se usa como lo de ‘bastinazo’. Igual sirve de piropo que de insulto. Si alguien tiene un golpe de ingenio, de gracia, se lo dices. Pero si alguien hace el ridículo, si se pone patoso, si no sabe, no quiere o estropea cualquier cosa, también se lo decimos».

Inmediatamente, se autopregunta retórico: «¿Por qué? Porque no nos fiamos de nosotros mismos. A ver si te crees que era casualidad que la Teófila fuera de Santander. A la primera que se descantille ese chaval, vamos a pensar todos ‘claro, sí es que es de Cádiz’ y así no vamos a ningún sitio».

Como estamos en la capital mundial del humor hiriente, del verso satírico en castellano, Joaquín no se resiste a terminar con un chascarrillo: «Yo lo que te digo es que todavía tengo que verlo de alcalde. Como dice mi nieto, a ver si en vez de el Kichi, va a ser el Kasi, el casi alcalde, digo». Los dos jubilados se ríen con una mala leche que impresiona.

A José María González Santos –de los Santos de toda la vida– se le pueden sacar ya mil defectos, algo precipitados, y mil virtudes, igualmente por contrastar, pero ha conseguido, junto con sus compañeros de Por Cádiz sí se puede y 18.000 votantes, algo prodigioso: en la pequeña ciudad se habla de política, a todas horas, en todas partes. Ni el fútbol puede con el diálogo entre los esperanzados y los temerosos, entre los que añoran un pasado que aún no es y los que abrillantan un futuro por llegar.

El recuento electoral del domingo 24 resultó ser, de repente, una puerta en el tiempo que lleva a los gaditanos, como a los vecinos de 1.600 ayuntamientos españoles, a una situación desconocida. De la mayoría absoluta al pacto incierto. Del bipartidismo a lo polimorfo. De la acomodada seguridad de la alcaldesa que casi se hizo anciana en el cargo a las esperanzas y sospechas de unos dirigentes que no han cruzado el Rubicón de los 40. Una ciudad vieja y envejecida que reclama su derecho a ser joven otra vez. Una ciudad resabiada que recela de revoluciones y prefiere «lo malo conocido». La frase aparece en un tercio de las bocas que hablan.

Basta un paseo, tres mañanas, por seis u ocho rincones distintos, para recibir el mensaje, el balance que hacen los vecinos de 20 años ininterrumpidos. De la mayoría inquebrantable, que se quebró, a una coalición aún por cuajar, metida en el horno de las reuniones, las asambleas y los titulares. Nadie sabe qué saldrá cuando se abra la puerta pero todos tienen una opinión sobre el legado del Partido Popular. Sobre lo que se hizo y lo que falta por hacer.

«El tiempo la encumbrará»

Dos letrados, una funcionaria de postín, no municipal, y un médico. Prefieren no publicar sus nombres. Como cualquier profesional, tratan de mantener a salvo su adscripción futbolística o política. Por no molestar, dicen. Por no molestarse, será. En la terraza prodigiosa que preside La Caleta, desde la derecha, tratan de analizar de dónde viene la ciudad, a dónde va. Ni de lejos parecen votantes ni simpatizantes del fenómeno Podemos. «Cádiz nunca ha estado mejor. Más quisieran otras ciudades de la provincia. La gente acabará echándola de menos. El tiempo acabará poniéndola en un pedestal. Mira Santa Catalina, y San Sebastián. Mira este paseo, y Santa Bárbara [risas]. Y el Hotel Atlántico. Esto nunca ha estado así, tan atractivo, tan limpio. Los turistas alucinan y la gente de aquí no sabe verlo».

Un contertulio, por divertirse, ejerce de abogado demoníaco y le dice con sorna que sólo tiene que girar el cuello para ver «el Olivillo, muerto. La Escuela de Náutica, muerta. Valcárcel, muerto…». El de antes le para: «Todo lo que dices es cuestión de la Junta». Se equivoca con uno: el histórico hospicio y antiguo colegio. Le da igual porque quiere defender un argumento: «Teófila ha pagado por la Junta. Al final, al PSOE le ha salido bien la táctica de abandonar a Cádiz. Mira la plaza de Sevilla, parada. Estos edificios, parados. El tranvía, la Escuela de Hostelería, el hospital nuevo, Tiempo Libre ¿qué ha pasado con todo eso? La gente ve todo eso parado, cree que la ciudad está parada y se lo achaca al Ayuntamiento, lo que tiene más a mano».

El defensor de Teófila se remonta al estadio nuevo, a la piscina y el parque de Astilleros, incluso al soterramiento (obra terminada en 2001). Hasta el Centro de Arte Contemporáneo, Santa Bárbara (los demás convierten las risas en bufidos) y los raíles de asfalto.

Los demás, entre sorbo y sorbo al café, le dan la razón pero sacan una de las presuntas claves: «Mira, Manuel: este ayuntamiento ha sido como tu cuñado, que se come una y se cuenta veinte. Ha querido vivir demasiado tiempo del soterramiento, de tres o cuatro obras que ni siquiera eran proyectos suyos, ha empachado a la gente con propaganda, con publicidad y pantallas pero mientras el paro seguía creciendo, los partiditos seguían ahí, la gente joven tenía que irse a buscar trabajo o piso. Mucha gente ha tenido la sensación de que querían lavarle el cerebro. Eso la ha matado políticamente, no ha sabido verlo».

Al filoteófilo le sale un aliado: «Cuidado, que el PP ha ganado las elecciones. Habláis como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra y es el partido que más votos ha recibido, el que tiene más concejales. Pero, además, ¿Qué va a hacer una alcaldesa para bajar el paro? ¿acaso era un problema exclusivo de Cádiz?» Los demás, admiten.

Comparten un reproche: «Los de Por Cádiz sí se puede insisten en ayudar a los que sufren desahucios, a los que pasan hambre... A ver si van a fomentar la cultura de la paguita. De acuerdo en que hay que echar un cable a los que lo necesitan, aquí no puede pasar hambre nadie, pero hay que animar a la gente a producir, a trabajar, a crear pequeñas empresas o a cotizar...». De repente, la mujer, cómo no, suelta la frase definitiva: «¿Y el Kichi qué va a poder hacer? ¿Acaso será capaz de crear empleo, de negociar con la Junta y poner en marcha lo que está parado?» El abogado, defensor de Teófila, vuelve a la carga con retranca: «Me conformo con que acabe las dos o tres obras que están en marcha, que pague las nóminas y que no joda los autobuses o la limpieza. No le pido más, que lo deje todo como está. Sólo eso».

De nuevo, el humor como refugio y remate, la funcionaria cierra con una autoparodia del grupo que representa a esa endogamia burguesa de colegio concertado, la que pregunta por los apellidos de los demás: «Mira, así es la democracia. Hay que acatar los resultados pero yo mi Dior no lo comparto». Risas.

Los nuevos votantes

Hora del recreo en la Casa de las Artes. Ordenado bullicio de paseos sin prisa en busca de bocadillo y cigarro. El sol calienta ya una zona llena de pisos, con centro comercial, jardines y anchas avenidas que ni existía cuando empezó a gobernar la alcaldesa, ahora silente y saliente. Alumnos y profesores, o no lo recuerdan o no les importa porque no comparten las ganas de continuidad del grupo anterior, ni su temor al futuro: «La gente quería un cambio, ha quedado claro. Son muchos años con lo mismo y los mismos, que se han aprovechado. Hace falta otra forma de hacer las cosas. Hay que poner a la gente primero y el dinero, después. Se ha robado mucho, se ha derrochado mucho», resume Celia en un discurso que parece de ámbito regional o nacional pero que ha influido en un voto que, sorpresa, ella no pudo ejercer por un año.

Sin mencionarla, Javier, uno de sus profesores, la mira orgulloso. Le gusta que tenga opiniones y sepa expresarlas. No disimula sus simpatías de izquierdas, sin concretar: «Mira –señala el segundo puente que está a cien metros– ¿de verdad esta ciudad puede permitirse eso? ¿de verdad hace falta? ¿no hay otras prioridades? Porque la política es cuestión de prioridades, de qué hago primero con lo que tengo. Creo que el Ayuntamiento de Teófila las ha equivocado. Ha seguido con los grandes proyectos y no se daba cuenta de que cada vez más gente tenía otros problemas y esas obras casi les ofendían. Más de la mitad de mis alumnos, sin ser mayores de edad, creen que tendrán que irse de Cádiz, que aquí sólo se puede vivir del turismo y poco. Ellos no pueden votar pero los que tienen unos cuantos años más, sí». Rubén, que debe de ser medio novio de Celia, tercia con una de esas frases ambiguas que ha calado: «Cádiz estará muy bonito pero está muerto. No puedes ni salir. No hay trabajo, hasta las 12 de la mañana y desde las siete de la tarde, parece una ciudad de zombis. Eso no pasa en otros sitios. Algo había que hacer».

En la parada del autobús, camino del siguiente debate informal, una mujer pequeña y castigada, con más de 70 años, confirma que la política se ha convertido esta semana en conversación ubicua: «Esta gente nueva no irá a tirar el puente nuevo, ¿verdad?» Los más jóvenes entre los que comparten la espera la miran con sonrisa piadosa. Su marido, en cambio, viene a decirle que es tonta con esa crueldad imponente que se gastan los matrimonios antiguos.

En la esquina del Cerro del Moro con Lacave se ven todos aquellos animales humanos que Martínez Ares inmortalizó en un pasodoble. Cualquiera sabría identificar a unos cuantos que trapichean, a otros pocos enganchados y a mucha gente sin esos problemas que va y viene de la compra. Hay demasiados ociosos para ser casi hora del almuerzo. Hombres en camiseta blanca de tirantes se fuman, con la mirada perdida y angustiada, otra mañana en la ventana de los edificios más altos. Hay 12 ventanas en un edificio y la tercera parte está ocupadas por personas así. Doloroso porcentaje.

Aquí hay unanimidad. «Lo que queremos es trabajo, para nosotros y para nuestros hijos. Ni esa señora ni ustedes [por los medios, creo] sabéis las fatiguitas que se pasan aquí ¿Nadie se acuerda de lo de Loreto, de las dos semanas sin agua? Cada semana hay dos o tres desahucios, porque la gente no puede más. A mí me hace mucha gracia cuando la gente dice que le tiene miedo al Kichi. ¿miedo? ¿a qué? Miedo le tengo yo a lo que hay, a lo que había», casi grita Charo con ese tono de madre que jamás admite réplica.

Un peatón se suma sin ser invitado a la conversación y mete baza: «Lo que no puede ser es que no haya ni un gaditano trabajando en las obras en Cádiz. Que sean todos de la provincia. El trabajo de Cádiz, para los gaditanos». Se le comenta que puede ser inconstucional dar trabajo a alguien por su lugar de nacimiento, que muchos gaditanos trabajan fuera y nadie les dice nada, que quizás sea un problema de formación de algunos parados gaditanos, que no tienen el oficio requerido en esas obras. «Y un carajo». Es el argumento por toda respuesta.

De vuelta en autobús al centro, el conductor y el revisor hablan de que Por Cádiz sí se puede quiere «municipalizar» los servicios públicos, como el de transporte. «Esa gente no sabe lo que está diciendo, no sabe lo que cuesta esto. Ni un mes duran los autobuses andando», zanja el jefe. Para entender que resulta imposible hablar de otra cosa, al pasar ante la verja del puerto, dos guardia civiles (nada menos) hablan algo ininteligible pero ilustrativo: «Te digo yo que eso está parado hasta noviembre. Hasta ver qué pasa con las generales».

El camino hacia La Sorpresa, una taberna refundada y exquisita en la calle Arbolí, es un eslalom entre grupos de cruceristas que recorren las calles más vistas y coquetas del centro. En la barra esperan los cuatro últimos contertulios. Todos admiten abiertamente lo que han votado. Uno Podemos, uno PP, uno PSOE y uno Ganemos. Ni con un casting.

Llevan dos catavinos de ventaja y eso aporta soltura. «Hay mucha gente que ha puesto mucha ilusión y hay que saber darle forma. Kichi se está equivocando al exigir tanto. Están condenados a entenderse y cada uno se tendrá que tragar algún sapo. La política es así. Fran González, que no era santo de mi devoción, me está gustando estos días y le ha parado los pies. Pero por lo menos ha pedido disculpas Kichi. Además, dice que va a recorrer la ciudad con un cuaderno. Para apuntarlo todo. No es habitual. Es un principio. Ahora tienen que sentarse a negociar programa», sentencia el simpatizante, y exmilitante, socialista.

El podemista, poco polemista, le da la razón de forma sorprendente. «Hay gente ahí que merece la pena. Ana Camelo ha hecho mucho por mucha gente en el Cerro del Moro durante muchos años. Hay que darles tiempo. Ellos saben que tienen limitaciones y acabarán por hablar con todo el mundo».

El del PP escucha con cara de póker. Sólo abre la boca para lanzar un augurio: «Si los de Podemos cogen la Alcaldía, que está por ver, no les doy ni dos años. Cuando empiecen a dejar de pagar nóminas, cuando vean que no pueden hacer ni la cuarta parte de lo que dicen, los mismos que les han votado se les echan encima». O yo, o el caos.

Por cierto, del Bicentenario nadie ha dicho ni una palabra en tres días.

Sólo falta uno por hablar y busca terrenos que compartir con los demás: «En la lista de Ganemos había gente más experta y sensata. Ojalá se pongan a trabajar juntos con Podemos. Que el Kichi se deje asesorar por los mejores de su grupo, del PSOE y de Ganemos. Lo que estamos echando todos de menos es que haya una Carmena aquí, gente que quiera cambiar cosas con diálogo, acercando a los que no te han votado». Los demás le vitorean de cachondeo. Le llaman Castelar, pero no se achanta: «Es lo mejor que le puede pasar a Cádiz. Como vaya cada uno por libre, la gente es capaz de reelegir a Teófila cuando tenga 90 años». Risas, como siempre, para terminar y espantar temores excesivos y expectativas exageradas. Un comerciante de la zona se suma al coloquio. «Lo que tenemos que hacer es aprovechar la ciudad. Aprovechar que cada vez le gusta más a más gente. A los cruceristas y a mucha gente, hacer lo que se ha hecho en el Mercado Gastronómico pero con todo, adaptarnos a lo que quiere la gente. Lo que no podía ser es que todo lo tuvieran los mismos, que cada uno tirase para su lado. Hay que abrir las ventanas, como decía Mercé, aire, aire. Pero sin rollos de partidos, sin que cada uno mire por lo suyo».

Los suyos, los nuestros, todos, expectantes ante un futuro desconocido que se ha convertido en presente omnipresente. El 13 de junio, el desenlace. O no.

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