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La burra al trigo

yolanda vallejo
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Dice el ministro García Margallo que lamenta mucho que la peor imagen de España la tengan los españoles. Tal vez no le falte razón, pero en vez de lamentarse podría hacer un ejercicio de sensatez y ver en qué medida él y su gobierno son responsables de esto, digo yo.

Porque los españoles, de natural, somos un poco de echarnos tierra encima, de acuerdo, pero de ahí a decir que existe un «defecto» en la política de comunicación de este país y que la única responsabilidad del gobierno es la de no haber «comunicado bien» –que traducido resulta, que cuanto menos se sepa, mejor– va un camino muy estrecho y muy peligroso. Muy peligroso.

Dice el ministro que un daño colateral de este defecto en la comunicación es que «podría producir la circunstancia de que el Gobierno que ha sacado a este país de la crisis más fuerte que ha tenido nunca fuese el único en no repetir legislatura», por la «gran capacidad de las redes sociales». Total, que la culpa ya no es de Zapatero sino de tanta información.

Es lo que tiene esto, que empieza uno a informarse y acaba dándole al gobierno una patada en las urnas. Aunque, a veces, no hace falta ni que intervengamos los ciudadanos de a pie, porque la coz se la dan ellos mismos.

Si no, no hay manera de entender la de vueltas que está dando la burra al trigo en el parlamento andaluz. Hasta el 14 de mayo nos queda por ver cómo una y otra vez, Susana Díaz insiste en vender una burra para la que no encuentra clientes. Que no, Susana, que da igual que hayas sido la lista más votada, que da igual que tiendas la manita a unos y a otros, porque te han dicho que no y te lo van a volver a decir una y otra vez, por lo menos hasta que se celebren las elecciones municipales. Después de todo, no sé para qué convocan una tercera votación si hasta finales de mayo aquí nadie va a mover ficha.

Porque metidos nuevamente en campaña electoral nadie se va a atrever a sacar los pies del tiesto. Volvemos al tiempo de las promesas y los grandes inventos del profesor Franz de Copenhague. Ya lo sabe, una playa en Jerez, una gran discoteca en la Zona Franca –sitio magnífico– para los 25.000 jóvenes que aún quedan en Cádiz y que por lo visto se han quejado mucho a la alcaldesa, un microbús que da la vuelta al casco antiguo –lo mismo que hace el autobús de puntales, creo–, más espacios culturales y ayudas para las familias numerosas con rebajas en la factura de la luz y el agua –ahí, por ejemplo, me ha ganado, sobre todo si lo hace y no se queda en una simple medida electoral que es lo que me temo–.

Eso sin contar con la fanfarria de los tronistas que quieren hacer de Cádiz una California de Europa o un gran campo de regatas para que venga un «jeque árabe» –no se dio cuenta Felipe Marín de la incorrección política que puede suponer nombrar al jeque en los tiempos que corren–.

En fin, que tiene usted ahora un abanico tan amplio de promesas y propuestas que va a resultar casi imposible procesarlas todas de aquí al 24 de mayo. Por eso, el martes me fui al debate de candidatos a la alcaldía que la APDHA celebró en la facultad de Filosofía y Letras. Y me lo pasé estupendamente, la verdad. Tanto, que me han quedado ganas de ir a los mítines –¿aún hay mítines?– y a cualquier parte donde un candidato esté dispuesto a soltar su rollo.

El debate del pasado martes, al que asistieron seis de los ocho candidatos que optan a la alcaldía de Cádiz, –uno no asistió y a otro no lo invitaron– estuvo la mar de entretenido, fue como asistir a una representación de ‘La cena de los idiotas’, pero a lo grande. Cada candidato tenía un turno de palabra de cuatro minutos para presentar sus propuestas en torno a temas determinados. Pues bien, ninguno lo hizo, bueno, usar el turno de palabra y los cuatro minutos, sí, pero no para presentar sus propuestas sino para enfrascarse en una competición de a ver quién decía la tontería más grande. Y algunos hasta lo consiguieron.

La oratoria brilló por su ausencia, la dicción también y la capacidad de liderazgo necesario para arrancar los votos fue totalmente nulo. Muchas gracias, mucho estamos aquí, mucho queremos, mucho haremos, pero pocas medidas claras y, sobre todo, reales. A tres metros sobre el suelo van los candidatos.

Algo que se pudo constatar en el arranque de la campaña. El partido popular hizo una pegada de carteles virtual, con pantallas –normal, por otra parte–. El partido socialista volvió a decir lo de siempre, que «vamos a recuperar el ayuntamiento» aunque no especificó cuándo. Por Cádiz sí se puede, que sí pegó carteles de los de antes, insistió en que traerían la decencia al Ayuntamiento.

Martín Vila habló apocalípticamente de que el fin está muy cerca y los de Ciudadanos tuvieron la cautela de hablar de «largo plazo» antes de llegar a la alcaldía. El Partido Andalucista hizo lo que pudo y desde luego, UPyD se llevó de nuevo el galardón al despropósito, tanto en la forma –la glorieta del candado– como en el fondo, «seremos la piedra en el zapato del Gobierno». Impagable.

Así nos queda casi un mes, se lo advierto. Y luego ya veremos, con tanta información...