Los sesenta días de oro
Actualizado:La distancia que va del centro-derecha al centro-izquierda es menor que la que divide la surfera Tarifa de la misteriosa Tánger. Esto no lo entienden los que siguen pastando en veredas obsoletas denominadas derecha e izquierda. Zapatero y su pañuelo palestino se encargaron de recordarnos que la izquierda también puede ser derecha cuando lo marca el Banco Europeo y Rajoy y su pantalla de plasma se han disfrazado de izquierda con sus subidas de impuestos. En Andalucía hemos venido declinando distinciones entre obreros de izquierdas y latifundistas de derecha hasta que asistimos al atracón de carajos de mar que se jamaron los que durante muchos años encabezaron la marcha del 1 de mayo. Aquí todos somos señoritos, cabalgamos en jamelgos de feria en feria y tiro por carnavales. Se ha socializado el señoritismo entre chupetón de cabeza de gamba y arreón black de la de Ubrique. El dinero –ya lo decían los romanos– no huele y amasa víveres y voluntades; es un medio que puede resultarnos un fin, sea de derecha o de izquierda. Y dentro de esas disquisiciones entre proa y popa, este y oeste, nos encontramos con los pactos, esa «perversión de la democracia» que dijeran en su día.
Han llegado los Sesenta Días de Oro del Corte Andaluz, la época de las rebajas electorales. En la primera tanda de contactos todos los candidatos se escupieron a la cara imprecando que nunca pactarían con el gobierno de los ERE, con los corruptos de los cursitos de formación a parados, con los del 40% de paro. Luego enviaron emisarios y palomas mensajeras y comenzaron los faroles, chantajes y gambeteos. Susana Díaz teme el ridículo que le supondría convocar nuevas elecciones e intuye que Maíllo reza porque eso suceda. Teresa Rodríguez, de Podemos, parecía que iba a ponérselo difícil, y luego fácil, y luego vete tú a saber. Moreno Bonilla le ha regalado su sonrisa de pícaro malandrín, la misma que esgrimía en sus carteles: gozándolo, con ese. Sólo le queda Ciudadanos, con quien debe darse fumata blanca de centro-izquierda. Susana necesita zanjar ya un complicado acuerdo en el zoco andaluz y, exceptuando a Juan Marín, todos saben que los mojados pagarés socialistas vendrán devueltos a su vencimiento.