Prepotencia y juventud
Actualizado: GuardarUno lleva corbata y tiene toda la pinta de oler estupendamente, a ‘aftershave’ caro. Es guapote y habla como los ángeles. Si se lo propone, es capaz de convencerte de que compres una bolsa de hielo en pleno Polo Norte. Es Albert Rivera. Otro lleva coleta y es más feo que Picio. De lo cual hace una virtud. Es tan feo como el común de los mortales y empatiza con ellos, porque también habla divinamente. Si te pide cinco euros por una botella de agua de La Caleta, vas tú y los pagas. Porque seguramente con ese dinero ayudarás a los pobres que él elija ayudar. Es Pablo Iglesias. Son los dos máximos exponentes de los políticos de nueva hornada en España.
Nada nuevo por otra parte. Pero hay muchos más ejemplos. Ya más de andar por casa. Que van saliendo a su imagen y semejanza. Teresa Rodríguez, el alcaldable ‘Kichi’, Íñigo Errejón... hasta Susana Díaz si me apuran.
¿Qué tienen en común todos ellos? La arrogancia. El aplomo. La necesidad de sentar cátedra cada vez que hablan. Cuando Albert Rivera suelta un discurso –televisivo o en un mitin– acaba siempre con una sonrisa con la que nos dice: «Ahí queda eso chicos. Ya os he dicho lo que se ha hecho mal, quién lo ha hecho mal y porqué se ha hecho mal.Aunque no tengamos ni idea de cómo lo haríamos nosotros. Pero lo importante es que parezca que sí». Pablo Iglesias, tres cuartos de lo mismo. Cuando habla hace sus pausas, enfatiza cuando se refiere a la ‘casta’ y sube el tono al final de cada idea a la espera del aplauso. Control absoluto de la comunicación verbal y gestual.
Susana Díaz utiliza otra técnica, que es la de la agresividad. Una mirada que dice algo así como que si no estás de acuerdo con ella, que es la reina de Andalucía, arderás vilmente en el infierno porque ella y sólo ella es la verdad. Y por debajo de ellos toda una legión de ‘Albertitos’, ‘Miguelitos’ y ‘Susanitas’, que triunfan allá por donde pisan, mientras que en el PP Moreno Bonilla se come los mocos. Porque su forma de transmitir es mucho más pausada, menos agresiva. Infinitamente más educada que la de otros. Pero no tiene el encanto de Rivera, ni esa sonrisa de galán de cine. Tiene cara de ‘pringao’ de la clase. Y eso no vende en política.
Por lo visto, lo que vende ahora es la juventud por la juventud. La seguridad en uno mismo. La prepotencia y la sensación de saber el remedio de todos los males. Sin que hayan demostrado nada. Sin vergüenza ni pudor. De marketing y comunicación les habrán enseñado un montón en la Universidad. Pero en sus casas desde luego nadie les habló del respeto por la experiencia y la importancia de la humildad.
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