El camino de vuelta al siglo XVIII
Angustias recupera su esplendor perdido, tras seis meses de laboriosa restauración en la que se han recuperado los colores anteriores
Actualizado: GuardarQuién sabe qué rondó la mente del que, con maestría, manejó la gubia para tallar su rostro. Quizás sólo pensaba en crear un misterio escultórico para presidir un retablo en Cádiz. O tal vez, mientras policromaba, ya pensaba en el sentimiento de trascendencia ese que lleva a un artista a pesar que su obra le sobrevivirá. Lo que a buen seguro no se imaginaba ese autor anónimo y de reminiscencias roldanescas es los miles de rezos, desvelos y lágrimas que despertaría por las calles de Cádiz en un fervor de más de 300 años de antigüedad.
Pero aunque representen a la misma Madre de Dios, la imagen de la Virgen de las Angustias no se libra del desgaste de siglos, del envejecimiento al que no escapa nada material.
Y así llegó la destacada talla del barroco sevillano a nuestros días, envuelta en la pátina del tiempo, oculta por repintes, barnices oxidados y grietas. Trabas para poder contemplar y comprender la obra de arte de principios del siglo XVIII en toda su inmensidad que pasaban más o menos desapercibidas hasta que el grupo escultórico llegó a manos de los restauradores Pilar Morillo y Álvaro Domínguez. Ambos, en tan solo seis meses han borrado las llagas que el tiempo y las intervenciones poco afortunadas provocaron en unos tres siglos de antigüedad.
Sin duda, su acertada intervención de restauración será el estreno más destacado de la venidera Semana Santa. Pero el camino recorrido hasta llegar al resultado final que ya pueden admirar los hermanos del Caminito no ha sido fácil. Son los propios de una restauración científica, realizada con rigor y seriedad, sumada a la propia exigencia de intervenir en una imagen de gran devoción. «Ha sido un reto muy bonito y gratificante», reconoce sin ambages Domínguez. Morillo asiente mientras añade: «A nosotros nos gustaba el resultado final que se ha logrado pero mientras intervenía la talla me acordaba de la gente que iba rezarle, porque en el fondo la imagen es suya».
Primera fase: diagnosis
Tan ímprobo trabajo realizado en estos meses es resumido por los restauradores en una serie de fases que comenzaron con la primera diagnosis de la imagen. «La hermandad llegó a nosotros preocupada por una mancha que tenía la Virgen en la cara». Lo que no podían imaginarse los cofrades es las sorpresas que se encontrarían ambos restauradores. De entrada, Morillo y Domínguez, sometieron a la imagen a una diagnosis interna por medio de radiografías. Los Rayos X, realizados en la Clínica de la Salud, permitieron conocer los ensambles de la madera de pino de Flandes que componen la imagen, unida con clavos de forja «y multitud de pequeñas puntillas y alfileres superficiales».
Sin embargo, el propio análisis externo fue el que deparó más sorpresas. La mirada experta de los dos restauradores, la luz ultravioleta y una primera limpieza superficial con disolventes suaves permitió descubrir repintes especialmente visibles en el cuerpo del Señor. «Se apreciaban tres capas de policromía: una que se presupone de la misma época de la realización de la imagen, otra posterior del XVIII y otra más reciente». De hecho, solo retirar la pátina que oscurecía la talla, se descubrió que ambas policromías se superponían y mezclaban «creando una gran diferencia de tonos». Ese era el caso de la zona del rostro del Señor, con la capa de policromía más reciente y de color verdoso; el torso con los colores de la segunda capa y las piernas, donde se superponían las tres capas.
Además, el manto presentaba también hasta tres repintes, el último realizado con pintura al aceite de carácter reciente. En esa zona, las catas descubrieron que el manto no llegaba hasta la zona baja de la talla, sino que, tras capas de pintura, se ocultaba una peña sobre la que se sienta la Virgen. Por otra parte, el sudario del Señor era reciente y lucía una capa de estuco que «estaba deteriorado». La cara de la Virgen, igualmente, presentaba otro repinte en uno de sus laterales que ocultaba una grieta.
En lado positivo, la imagen no presentaba problemas estructurales o ataques de agentes xilófagos. «Sí había pequeñas grietas y fisuras que son habituales por el movimiento de los ensambles de la madera», como reconoce Morillo.
Con toda esta información de partida, la complicación llegó a la hora de decidir la intervención. «Es complicado porque aunque se actúa con criterios profesionales y rigurosos, siempre existe un margen de equivocarse como humanos que somos», explica la restauradora.
Segunda fase: la intervención
La duda era esencial: ¿Con qué policromía quedarse? La deducción rápida sería optar por la más antigua, pero Morillo aclara el problema: «No sabíamos si esa policromía estaba completa o por lo contrario tendría importantes lagunas y una vez que retiras una capa de pintura no puedes volver atrás». Por ello, se optó por recuperar la segunda, datada en el siglo XVIII.
Dicha capa tenía una de las sorpresas más visibles de la restauración que resume Domínguez: «Al pasar la luz ultravioleta por el cuerpo del Señor vimos que en la zona del torso tenía regueros de sangre que estaban borrados y solo eran visibles con dicha luz». Fue así como se inició una doble labor: de entrada, retirar la multitud de repintes que alteraban la comprensión de la obra de arte y alteraban los colores de esa policromía del XVIII. Posteriormente, el trabajo de los especialistas se centró en reintegrar las lagunas que aparecieron al eliminar dichos repintes.
En esta labor de recuperación se pasó a reintegrar los regueros de sangre, concebidos en un doble sentido, los que recorren al Señor de arriba a abajo (recreando la caída de la sangre en el madero) y los que caen en sentido diagonal (ya con Cristo tumbado sobre el regazo). Para esa tarea, Morillo y Domínguez tuvieron que trabajar bajo la luz ultravioleta para encontrar las zonas donde estaba la sangre.
«Fue complejo pero bonito», resume el restaurador en un trabajo que les llevó buena parte del tiempo. Poco a poco se vislumbraba el resultado, ya evidente y que persiguió que lo que hoy el devoto vea sea la imagen más aproximada de cómo vería el Caminito un creyente de finales del XVIII. «Aun así hay que tener en cuenta que seguramente los colores serían mucho más vivos, más teatrales y acordes con el barroco en el que se realizó», puntualiza Domínguez.
Sin embargo, los técnicos han optado por recuperar la encarnadura dieciochesca, pero con regueros de sangre en rojos algo más apagados y menos vibrantes, teniendo en cuenta la impronta de la imagen hoy su carácter devocional. «Incluso pensamos emplear la técnica del ‘rigatino’ (que implica reintegrar los colores empleando líneas o puntos para que se distinga de la pintura original), pero lo descartamos por el efecto que pudiera ocasionar», explica Domínguez.
Más difícil lo tuvieron para recuperar los pigmentos originales del manto. «Todas las capas estaban muy deterioradas», adelanta Morillo. Por ello, recurrieron a zonas del manto de difícil acceso para averiguar su azul original y, posteriormente, pasaron a aplicar la misma tonalidad al manto. «Siempre todas las reintegraciones que realizamos se basan en criterios y productos empleados por instituciones como el Museo del Prado y que hacen que se puedan retirar con facilidad», puntualiza Domínguez.
Precisamente con este criterio, la imagen quedó lista para aplicar barnices protectores (estos ya resistentes a la oxidación y que, por tanto, no viran de color) y dar por concluida la intervención. O, al menos, la material.
Tercera fase: conservación
Porque para considerar acabada la restauración, ambos expertos aún tienen que entregar a la cofradía un informe en el que se desgrana toda la intervención. A eso se sumará una serie de consejos orientados a la conservación preventiva de la talla.
De hecho, ese es uno de los puntos esenciales que siguen a una buena restauración: el correcto cuidado y manipulación de la imagen para evitar desperfectos. La propia Pilar Morillo reconoce que la clave está en emplear «el propio sentido común». Eso pasa por evitar los movimientos bruscos en los traslados y agarrar partes más delicadas o débiles durante los mismos. También es importante «no emplear ningún tipo de disolvente o producto para la limpieza diaria, ni siquiera el agua, ya que se estropearía la policromía o los dorados» de los estofados de la túnica.
Igualmente, los restauradores hacen especial hincapié en una correcta iluminación con focos que no generen gran calor o se ubiquen demasiado cerca de las imágenes. A eso se suman otros consejos como evitar el uso de alfileres o pequeñas puntillas o el contacto de la imagen con anillos o abalorios que puedan arañarla.
Solo así se garantizará que tan excepcional talla perdure aún más en los años. De hecho, tanto Domínguez como Morillo se han ofrecido a tutelar toda esta labor de conservación preventiva con retoques puntuales futuros, si fuera necesario. De entrada, su impresionante trabajo ya puede ser admirado y lucirá en la tarde del Miércoles Santo. Una labor gratificante y dura que ha llegado a buen puerto en unos restauradores que bien se pueden equiparar al buen médico que consigue curar a sus pacientes. Solo que este paciente en concreto suma ya la friolera de casi 300 años de edad.
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