![Frutas empleadas en el paso de la Sagrada Cena, que sale de Santo Domingo](https://s2.abcstatics.com/Media/201503/30/mayordomo--644x362.jpg)
Escultores de lo efímero
Mayordomos, floristas o vestidores trabajan en una labor callada y fugaz por conseguir sacar el máximo partido al patrimonio de sus hermandades
Actualizado: GuardarHacen ramos de uno, dos y tres pisos –relata el periodista Chaves Nogales a los franceses en una serie de artículos–, que son verdaderas obras de ingeniería. Para esto de adornar un paso con flores, como para todo lo que se relaciona con la Semana Santa, existen unos principios estéticos inmutables.
Con el ramo de flores en la mano, el artista de la flor, frente al paso, mira y remira, se acerca y se retira, ladea la cabeza, guiña los ojos, sube, baja y se abstrae, como un iluminado, antes de decidirse a poner la breve pincelada de flor. Así veía el periodista sevillano los montajes de pasos en plenos y convulsos años 30. Décadas después y en un punto distinto, los floristas, mayordomos o vestidores se desviven en el esfuerzo ímprobo de engrandecer más si cabe el trabajo de imagineros, tallistas, orfebres y bordadores.
Todo tiene que ser fulgurante, fastuoso y medidamente perfecto. Nada está sujeto al azar, sino a las manos cuidadosas de estos artistas de lo efímero.
La historia, a buen seguro, recordará los nombres de los artistas cofrades. Pero también olvidará las caras de los que, de forma abnegada, se encargan día a día de dar el toque. De marcar la diferencia entre el arte y el patrimonio que se tiene y la elegancia y el buen gusto de colocarlo cómo y cuando debe ser.
Todo tiene un porqué. Y Ramón Fernández lo sabe. Experto en liturgia, bordador, florista, vestidor, colaborador en montajes de cultos y de mayordomía, consiliario de cultos en la Vera-Cruz y maestro de novicios en Servitas, Fernández conjuga en su persona el esmerado trabajo de estos artistas de lo efímero. Hermano del Carmen y de la Santa Caridad, se hace cargo de los montajes principales de esta última. También colabora con la Estrella de Jerez, donde, como hermano, ayuda en montajes. También se encarga de las flores de Sanidad o Medinaceli y en los exornos florales de la Soledad de Puerto Real, de la Patrona de Barbate y del Rosario de los Montañeses de Jerez. Tan amplio currículum le avala, aunque reconoce con humildad que no todo es su mérito. «Todo este trabajo siempre tiene algo de colegiado. En unas pongo flores con unos y en otras con otros. Por ejemplo, en Puerto Real con Jose Carlos Hernández, en Jerez con Miguel Ángel Segura, en Servitas con Manuel Marchena. Y es este trabajo colectivo el que hace que cada cofradía llegue a un resultado único, con más o menos acierto, pero con una indudable dedicación de esfuerzos y desvelos.
El origen de todo
Lo cierto es que todo tiene un origen, una motivación, justo la que muchas veces se tiene a olvidar pero que Fernández recuerda con una cita citando a Simone Weil: «En todo aquello que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de lo bello, está realmente la presencia de Dios. Hay casi una especie de encarnación de Dios en el mundo, del cual la belleza es un signo. Lo bello es la prueba experimental de que la encarnación es posible. Por esto, cada arte de primer orden es, por su esencia, religiosa». Y es que según el bordador, todo el esfuerzo hay que verlo «como una oportunidad y un don que Dios da para que siga encarnándose en nuestras Hermandades y cosas cotidianas de cada día. Los problemas empiezan cuando no lo vemos eso como una gracia concedida, sino que lo conseguido es solo por nosotros mismos».
Una premisa de partida que, según Fernández, no se debe olvidar para trabajar para una hermandad. Todo ello en una labor en la que «no hay nada inventado». «Rescatamos tendencias o adaptamos cosas del pasado. Yo antes que innovar, me gusta que las cosas sepan a algo propio. Los cambios bruscos son pan para hoy y hambre para mañana», advierte el cofrade. Y es que para Fernández, la clave es el trabajo en una línea clara y marcada, sin titubeos ni modificaciones repentinas. «Eso se pueden permitir en imágenes que sus devotos se limitan prácticamente al grupito de la Junta de ese momento. Cuando se quiere cambiar algo de verdad, se hace sin rupturas bruscas, poco a poco, que vaya calando», aclara.
Esa labor callada y silenciosa, equiparable a las grandes arquitecturas efímeras surgidas en el Barroco (altares eucarísticos, decoraciones para el Corpus, montajes de cultos) tienen un carácter efímero que es relativo para el bordador si se atiene a la calidad de los que tradicionalmente se consideran artistas. «Veo que también se va demasiado a orfebres o imagineros para hacer cosas que se pueden considerar efímeras, si me miran de una manera objetiva. Hay un excesivo gusto por hacer muchas cosas efímeras más que pocas para toda la vida», matiza. Todo ello para añadir con sinceridad: «He visto en treinta años hermandades en Cádiz hacer varias veces el mismo enser y siguen teniéndolo mediocre».
Todo ello, cuando aprecia una «buena» evolución en las cofradías de la ciudad: «En Cádiz solemos sacar bastante partido para los recursos que hemos recibido y que tenemos. Quizás haya actualmente una tendencia a ponerlo todo demasiado bonito, pensado más para ver muy al cerca que a distancia y también un poco la sorpresa, a ir buscando y perfeccionando una línea propia».
Escoger un camino
Precisamente, encontrar esa línea o camino sobre el que trabajar y andar, el 'leimotiv' que centre los esfuerzos (además de la propia trascendencia divina) es lo que más puede costar. «Las primeras veces puede haber un poco de tanteo hasta que se coge una línea de acuerdo con la idea que quiere la junta de gobierno», reconoce. Precisamente eso fue lo que al propio Fernández le ocurrió en Buena Muerte: «Cuando me llamaron, tenía muy claro que no quería sólo un montaje bonito o la Virgen simplemente vestida sobria, sino una impronta que encajara en todo, desde poner las velas, las flores o la música. No cada cosa por un lado. Y creo que se ha hecho sobre lo que había anteriormente, pues se ha trabajado sin cambiar la línea de su sobriedad». Un ejemplo claro de lo que debe ser la estética de una hermandad, acorde con el perfil de la corporación.
«En todas las hermandades que colaboro en los montajes, procuro que cada una tenga su estilo propio», explica. Y eso pasa por ser capaz de encontrar ese estilo «por encima del personal». Por si no queda claro, Fernández pone otro ejemplo: «Pongo las flores en Santa Cruz en dos hermandades de corte serio, en Sanidad siempre piñas de fanal de clavel, en Medinaceli piñas más estilizadas y cerradas, clavel morado para el Señor y rosas para la Virgen».
Ese es el cómo, incluso con ejemplos de cómo conseguirlo; dados por un ejemplo en aportar a las cofradías, siempre desde un discreto segundo plano. Pero no es el único honroso ejemplo. En su gusto personal, Fernández resalta otra cofradía: Ecce-Homo. «Es una hermandad que simplemente con cosas heredadas, algunas buenas como las imágenes y otras simplemente funcionales con la candelería, les sacan mucho partido», aclara. Según él, el éxito radica en que «aporta, no adopta cosas que han hecho otros para caer en burdas imitaciones, que lo único que hacen es revalorizar el sitio de donde viene la idea».
Y por si a Ramón Fernández le quedaba una pista más por dar a mayordomos, vestidores o floristas que anden buscando una línea sobre la que trabajar, ahí da otro consejo: «El hambre muchas veces es la mejor maestra para aprender a cocinar».
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