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Operarios protegidos limpian el piso de un hombre infectado por el ébola en Dallas, Texas. :: AFP
Sociedad

EE UU teme que se repitan los fallos de Texas en otros casos

El liberiano contagiado de ébola fue mandado a casa cuando acudió al hospital con los primeros síntomas de la enfermedad

MERCEDES GALLEGO
NUEVA YORK.Actualizado:

Si Thomas Eric Duncan se recupera del ébola, tendrá que vérselas con el condado de Dallas. La fiscal Debbie Denmon dijo ayer que está «explorando» la posibilidad de presentar cargos contra él por haber mentido en el formulario del aeropuerto, al negar que hubiera estado en contacto con un enfermo de ébola. Pero este liberiano que llegó a EE UU el 20 de septiembre en busca del sueño americano, y se convirtió en pesadilla el día 28, también podrá entrar de lleno en la cultura americana y demandar al Hospital Presbiteriano de Salud de Texas, que dos días antes le mandó a casa con una receta para antibióticos pese a dejar claro que venía de Liberia.

Fue sólo el primero de una cadena de errores que acabaron exponiendo a un centenar de personas a la mortal enfermedad, de las que cuatro están aisladas y 45 bajo observación médica. Se trata de toda la gente con la que tuvo contacto durante los dos días que tardó en volver al hospital, esta vez en ambulancia, y sólo porque su hijastra, que es enfermera, sospechó que podía estar contagiado e insistió en ello. Tal era su preocupación que ella misma impidió a los camilleros que entraran en la casa hasta que se pusieron guantes y otros materiales protectores. Siete de los que han tenido que ser aislados después son parte del personal médico que lo trató.

Las autoridades de Dallas han tenido que localizar al siguiente paciente que viajó en esa ambulancia después de Duncan: un vagabundo de 52 años llamado Michael Lively, cuyos síntomas han propiciado que se le ingrese por orden judicial en un hospital psiquiátrico, donde es más fácil vigilarle. Se tardó una semana en dar con él en un parque, del que fue sacado contra su voluntad vestido ya con un traje anticontagios de material plástico.

La ambulancia número 37 fue retirada después de la circulación, al igual que los cuatro coches en los que viajaron los policías que entraron sin protección en el piso donde residía Duncan. Sus familiares habían seguido a la ambulancia en coche y se pasaron dos horas sentados en la sala de espera del hospital, mientras aguardaban noticias. Junto a ellos, en el asiento de al lado, la manta marrón que le habían comprado esa mañana a Duncan, que no paraba de tiritar bajo los efectos de la fiebre. Preocupada al ver que en la ambulancia no tenían con qué cubrirle, su hijastra se la llevó consigo al hospital, donde la tuvo doblada en una silla, después de que hubiera pasado todo el día cubriendo el sudoroso cuerpo de su padrastro.

Ayer se cumplió el plazo maldito en el que los contagiados de ébola empiezan a mostrar los primeros síntomas de la enfermedad, y ninguno registraba aumento de la temperatura, aunque el virus puede incubar hasta los 21 días. El reverendo Jesse Jackson rezaba con otros de sus familiares a las afueras del hospital donde Duncan se encuentra en estado crítico, conectado a un ventilador y una máquina de diálisis, mientras los activistas de derechos civiles preparan ya la contraofensiva: «Sabemos lo que ha ocurrido en el Hospital Presbiteriano, es histórico en esta comunidad», dijo el comisionado afroamericano John Wiley. «Si una persona con mi aspecto se presenta sin seguro en Urgencias, no te dan el mismo trato».