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Residentes de Maiduguri animan a los soldados nigerianos por su victoria sobre Boko Haram. :: EFE
MUNDO

La batalla de Maiduguri

Los yihadistas de Boko Haram pretenden tomar la ciudad que alumbró su creación, una de las mayores urbes de Nigeria

GERARDO ELORRIAGA
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Cada vez que los guerrilleros de Boko Haram cortan la carretera que comunica Maiduguri y Damaturu, dos millones de personas quedan aisladas del mundo. Cuando los rebeldes interrumpen este cordón umbilical entre la primera ciudad y el exterior, el futuro inmediato de la novena urbe de Nigeria palidece y sus vecinos temen correr la suerte de Bama, Gulak o Dikwa, poblaciones cercanas ocupadas por los insurrectos. Entonces, estremecen aún más los testimonios de aquellos que han podido huir de esos lugares y que hablan de vociferantes milicianos que peinaban las viviendas disparando sobre los adultos y llevándose a los jóvenes, de calzadas cubiertas por cadáveres y la profusión de banderas negras anunciando la instauración de un Califato regido por la 'sharia' más estricta.

Occidente supo sin demora alguna que los yihadistas del Estado Islámico se hicieron con Mosul, la ciudad multicultural ribereña del Tigris, pero parece ignorar que sus afines en África han sitiado, en menos de tres semanas, una población de dimensiones parejas y un peso simbólico similar. Abubakar Shekau, máximo dirigente de la milicia, emula con éxito los pasos de la organización dirigida por Abu Bakr Al Baghdadi, aunque sin concitar, ni remotamente, la misma atención mediática. La crisis de Irak es interpretada como un problema global, mientras que la guerra nigeriana es considerada un asunto interno de la primera potencia del continente negro.

El Gobierno de Abuja es el primer responsable de este silencio plagado de complicidades. La proclamación del estado de emergencia en abril del pasado año se acompañó del envío de tropas y, paralelamente, el bloqueo de las comunicaciones telefónicas. Esta estrategia no ha impedido que el problema creciera exponencialmente. Favorecer la desinformación y hostigar a la prensa local han impulsado, quizás, el desinterés de la opinión pública propia y ajena, pero no han evitado el crecimiento del monstruo.

Curiosamente, el propio mando militar ha revelado, involuntariamente, la magnitud del desafío al que se enfrenta con la difusión de los últimos e inesperados éxitos gubernamentales. Sus portavoces divulgan en Twitter las capturas de gran cantidad de armamento y los cientos de bajas ocasionadas a los radicales en Konduga, localidad situada a 35 kilómetros de Maiduguri. Sin embargo, estas aparentes victorias de la 7ª División del Ejército revelan, en último término, la ambición de la ofensiva de Boko Haram contra la ciudad, un empeño en el que han acumulado gran número de efectivos e, incluso, tanques y artillería pesada. Tal y como revelan los partes bélicos, los combates se han sucedido a lo largo de la pasada semana y aún continúan.

Desvío de fondos

Los vecinos de la capital del Estado de Borno son conscientes de su fragilidad. Hace un par de semanas, miles de sus autodefensas se manifestaron para pedir recursos y combatir a sus sitiadores. La demanda se antoja vana si, tal y como ha señalado el Pentágono, ni siquiera los soldados poseen pertrechos adecuados para combatir a sus enemigos. La corrupción de la Administración, al parecer, ha motivado el desvío de los fondos pertinentes. El general Ahmed Mohammed, responsable del contingente local, fue destituido tras el escándalo provocado por un motín del destacamento, harto de su vulnerabilidad. Doce de sus instigadores acaban de ser condenados a muerte por un tribunal marcial.

Los estudiantes de la Universidad de Maiduguri se preparan para huir si la línea meridional de defensa es superada. El campus, ubicado en la carretera que conduce a Konduga, sería la primera víctima en una hipotética invasión por el sur. Boko Haram, que condena la educación occidental, ha asesinado a 414 estudiantes y profesores en un lustro de lucha armada.

La ciudad se sabe objetivo preferente porque en sus calles alumbraron el grupo salafista. La comunidad extremista, surgida en 2002, se convirtió en milicia siete años después. La captura y muerte de Mohammed Yusuf, su fundador, generó un levantamiento en el centro urbano ahogado en sangre. Ahí empezó la pesadilla. Las primeras iglesias atacadas, las tabernas voladas, las comisarias asaltadas, fueron respondidas con una represión feroz de los cuerpos de seguridad, responsables de una guerra sucia plagada de torturas, homicidios y desapariciones.

Maiduguri recuperó cierta calma, mientras el resto del Estado se convertía en un campo de batalla. Los guerrilleros recordaban su existencia con ataques puntuales, mientras llevaban a cabo una operación envolvente. A lo largo de los últimos meses, las carreteras que la unían con la ribera del Lago Chad, Bama o Damboa se convirtieron en una ruleta rusa. Los combatientes islámicos acosaban el tráfico, tiroteaban a los motoristas, degollaban a los conductores de vehículos, impedían el suministro regular y estrechaban el acaso.

Declive de los mercados

Ya nada fue igual para el núcleo comercial del sur de Sahel, allí donde confluían ganados y cereales procedentes de Níger, Chad y Camerún, y manufacturas llegadas desde el centro del país. La amenaza terrorista ha favorecido el declive de la ciudad de los tres mercados, torturada por un clima tórrido y, ahora, también, por el miedo colectivo.

La captura también constituiría una metáfora cruel, el fin de todo un orden político. El origen de la metrópoli remite a la fusión de un campamento militar británico, creado en 1907, y la vecina Yerwa, la capital de nueva planta creada por el emir de Borno para unir su destino al del poder metropolitano. Maiduguri refleja esa conexión de intereses entre la autoridad tradicional y la colonial que se ha proyectado, tras la independencia, en el mantenimiento de los privilegios de una casta política y religiosa que ha prosperado tanto durante la dictadura como en la actual etapa democrática. Boko Haram pone en tela de juicio ese régimen esclerotizado que gestiona uno de los territorios más pobres del país.

Los vecinos ya escuchan los combates que se suceden cerca de la periferia. Posiblemente, su mayor esperanza no radique en la potencia militar desplegada por el Ejército, sino en la ambición de cierto individuo ligado a un sombrero y una pésima imagen. Las opciones de Goodluck Jonathan de revalidar su mandato presidencial en las elecciones del próximo año se evaporarían ante un revés como la caída de la gran ciudad. Así, el destino de Maiduguri parece depender del choque de los egos del presidente nigeriano y su acérrimo enemigo, un líder guerrillero con pretensiones califales.