¿Quién da más?
Actualizado:No me da vergüenza confesar que soy más de formas que de fondos, que me cautiva más un orador que un estratega, que me dejo llevar por los charlatanes antes que por los intelectuales y que creo firmemente que una palabra bien dicha siempre bastará para sanarme. Qué le voy a hacer, si pertenezco a la última generación que creció copiando letras de canciones en las libretas del colegio y escribiendo largas cartas en papel. Así estamos la mayor parte de los cuarentones de este país, no le descubro nada. Por eso entenderá usted perfectamente que me quede muchas veces en la superficie y no me apetezca nada sumergirme en las profundidades del océano por mucho banco de coral y mucho tesoro escondido que pueda haber esperándome. Y es por eso por lo que casi siempre prefiero mil palabras a una imagen, por mucho que nos hayan querido hacer creer lo contrario. Me gustan las palabras, incluso las palabras huecas.
Así que estoy encantada, como usted comprenderá, con los tiempos que se avecinan. Tiempos preelectorales en los que los políticos se apresuran a poner sus campamentos y a reclutar a sus ejércitos en tierras inhóspitas, en terrenos pantanosos y hasta en desiertos de arena. Tiempos en los que Onésimo Sánchez -el de García Márquez- vuelve para repartir entre los candidatos el manual del perfecto político. Tiempos para coleccionar frases lapidarias y para ver cómo todos se hacen esclavos de sus palabras renunciando muchas veces al dominio de su silencio.
Porque si obsoletas resultan las campañas electorales de quince días de mitin y buzoneo, el tiempo que antecede a estas se ha convertido en lo más interesante que ofrece el sistema democrático a la hora de articular el proceso electoral. Ese tiempo en el que los nervios juegan malas pasadas y quedan impresas las promesas más peregrinas, los discursos más grandilocuentes, las entrevistas más disparatadas, y los ataques más cainitas se suceden sin solución de continuidad. Empieza el gran espectáculo de las elecciones, pasen y vean. No pueden perdérselo. Y no se preocupen lo más mínimo por el contenido de esta empanada, el secreto está en la masa.
Susana Díaz -podría haber empezado por cualquier otro/a, no me lo tomen a mal- lleva tiempo de ventaja en esta carrera, quizá porque empezó a correr el mismo día en que fue elegida -¿por quién?- y confesó que en el bolso llevaba siempre «una edición antigua de Antonio Machado». No dijo si la había leído o no, nadie le preguntó tampoco. Tal vez si no estuviera tan ocupada llamando a la gente de su pueblo «cariño» o viendo su serie favorita 'Aída', podría haber aprendido un poco del poeta y buscar a sus complementarios, por ejemplo, en vez de ir por ahí gritando lo de «soy roja y decente» -como si la hubieran sacado de una película de Pajares y Esteso, lo mismito- que ha dado para más de un desayuno y para todo tipo de comentarios no siempre afortunados. Que sí, Susana, que ya sabemos que eres hija de un fontanero y que vendiste cosméticos por las casas. Igual que sabemos ya que el hombre de blanco, el guapo Pedro Sánchez, es o fue «profesor de universidad autónomo» -como freelance o algo así en una universidad privada de Madrid- y que ve 'Sálvame', o por lo menos llama a Jorge Javier Vázquez en directo mientras se emite el programa. Pues qué bien. Lo que sea por atraer a los posibles votantes, incluso ir a 'El Hormiguero', decir que sabe muy bien lo que se siente estando en el paro y explicar sus intenciones de gobierno a Trancas y Barrancas.
No está mal. Eso se llama optimización de recursos, creo. Quiero conseguir el voto de la gente, la gente ve la tele, yo voy a la tele. Un silogismo de saldo, y fácil. Lo que ya no resulta tan fácil es ganar credibilidad y respeto. Que estamos todos un poquillo resabiados. Y que las mañas televisivas del catequista Iglesias no sirven para todos igual. Como tampoco sirve para todos igual el populismo barato de última hora. Empiezan las ofertas, ya verá, las pujas en esta subasta de votos en la que hemos convertido el sistema electoral. ¿Quién da más?
Lo que no se dan cuenta, o no quieren darse cuenta es que a unos y a otros se les ven las patitas de lobo por debajo de la piel del cordero. Mire, señor Montoro, no piense que no nos hemos dado cuenta de lo suyo. No venda la moto de que nos va a devolver la paga extraordinaria que usted mismo nos quitó en 2012 porque la economía española va mejor. Eso no se lo cree nadie. Usted nos va a devolver la paga porque el año que viene hay elecciones y nos la va a devolver en dinero contante y sonante porque el Gobierno cree que ese gesto tendrá más impacto electoral que hacerlo en un plan de pensiones. Y yo me alegro muchísimo de su decisión, por dos motivos. El primero porque me va a devolver usted algo que es mío y que me quitó sin consultarme, el segundo porque por fin, Rajoy va a cumplir algo de lo prometido. Pero no se engañe. Por mucha palabrería hueca que desperdiguen de aquí a las elecciones, por mucha promesa de futuro, por mucho futuro prometedor, el personal está más que harto de mentiras.
¿Algún voluntario se atreve con el polígrafo De Luxe? Total, la guerra de las audiencias no ha hecho más que empezar. Conchita, ve preparando la máquina.