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¿Ha sido buena la temporada taurina de El Puerto?

El crítico taurino de La Voz, José Reyes, ofrece su particular visión de los festejos celebrados en la Plaza Real

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Concluida la temporada taurina en El Puerto con la que se estrenaba en la Plaza Real la empresa de Tomás Entero, es el momento de hacer balance de los acontecimientos acaecidos. En las cuatro corridas de toros celebradas se ha ofrecido una presentación muy dispar del ganado. Con notable trapío y aceptable cuajo aparecieron los encierros de Torrealta y Fuente Ymbro, y muy pobres de presencia y hasta con algunos ejemplares anovillados, los de Zalduendo y Núñez del Cuvillo. Precisamente estos últimos inauguraron el capítulo de festejos mayores el domingo 27 de julio y cuya falta de fuerzas y de raza tiñeron de grisáceo tono todo lo en él acontecido. Sin embargo, la benévola y festiva actitud del público, junto al dadivoso proceder presidencial, propiciaron que la terna actuante, compuesta por Padilla, El Fandi y Fandiño, saldara su intrascendente actuación con una oreja por coleta. No mejoró el nivel ganadero con la descastada corrida de Torrealta, en una tarde en la que la noticia más positiva la constituyó el casi lleno registrado en los tendidos.

Castella obtuvo un apéndice de cada uno de sus oponentes, tras sendas faenas carentes de excesivo relieve, que le sirvieron de salvoconducto para flanquear a hombros la puerta grande de manera muy generosa. En este festejo, Enrique Ponce ofreció el enésimo testimonio del particular temple y maestría, mientras que Alejandro Talavante sólo pudo lucir en un arrimón sincero ante un astado con un complicado pitón derecho.

El festejo más esperado por la afición, y en el que se rozó el lleno del aforo, fue el fijado para el domingo, 3 de agosto, en el que volvían a anunciarse juntos Morante de La Puebla y Manzanares, con Finito de Córdoba abriendo cartel, y ganado de Zaldunedo. Pero como ha ocurrido en tantas ocasiones, el toro, con su flagrante ausencia de casta, de fuerzas y de poder, acabó por descomponer lo que el hombre había propuesto. Además, la nutrida feligresía que sigue en irrenunciable advocación al duende de Morante, fue testigo del episodio inédito, bochornoso y desconcertante, consistente en la fractura por la cepa de los pitones de tres reses que correspondían a su torero. Ante tal cúmulo de despropósitos, a Morante tan sólo se le pudo contemplar en el dibujo aterciopelado de varias verónicas y en la relajada exquisitez de una media.

Tampoco pudo armar faenas Finito, ante la escasez de pujanza y recorrido de sus antagonistas, aunque el primero de ellos sí le permitió, al menos, esbozar un goteo excelso de apuntes desbordados de empaque y añeja elegancia. El triunfador de esta corrida sería, de manera rotunda, José María Manzanares, quien aprovechó la mayor boyantía de sus enemigos para plasmar dos trasteos sólidos y pulcros, a los que les sobraron demasiados tiempos muertos . Cortó tres orejas tras usar con solvencia la espada.

La temporada estival se cerraba con el debut en la Plaza Real de la vacada gaditana de Fuente Ymbro, que corrió un encierro encastado y de juego muy interesante y variado. Unos toros resultaron mansos, otros ofrecieron peligro, otros derrocharon bondad, pero todos poseyeron el denominador común de la transmisión y la intensidad en sus embestidas. En esa tarde, obligado es destacar la labor de Antonio Ferrera, quien sólo cortó una oreja por el fallo con los aceros, pero fue el trofeo con mayor valor de todo el abono, obtenido ante un enemigo serio y complicado, con el que derrochó recio valor, pureza y torería. También consiguió esa tarde premio Padilla, que expuso su espectacularidad y entrega habituales.

La tradicional corrida de rejones vino marcada por la falta de raza de los astados de Fermín Bohórquez. Sólo mostró cierta bravura y codicia en sus acometidas el sexto, con el que Diego Ventura ofreció una nueva exhibición de su maestría ecuestre. Cortó cuatro orejas y fue acompañado en su salida a hombros por un bullidor Andy Cartagena. Peor suerte tuvo Fermín Bohórquez, quien erró de forma reiterada con el rejón de muerte.

La temporada portuense se había inaugurado con una brava y noble novillada de Torrestrella, cuyas boyantes cualidades no fueron del todo aprovechadas por la joven terna. José Garrido cortó las dos orejas del cuarto, mientras que Lama de Góngora sí supo acoplarse con el noble y repetidor quinto, animal que acabaría indultando. Notable ejemplar, pero al que le faltaron muchos atributos para erigirse en merecedor de tan superlativo premio.

Con lo que quedaba perpetrado así otro episodio inexplicable, que ya se repite con alarmante asiduidad: confundir nobleza con bravura. Parece que los públicos ven embestir a una res con suavidad y repetición y, llegado a un punto postrero de la faena, empiezan a proferir gritos progresivos en decibelios, solicitando el indulto. Ante esta evidencia de ruidosa vehemencia, habría que advertir a los presidentes que un señor que vocifera provoca mucho más estruendo que diez espectadores que permanecen callados. Luego, no es buen método, para sopesar la voluntad general, el mero conducto auditivo. Además, el último y máximo responsable de este tipo de decisiones es el propio usía.

Menor enjundia poseyó lo acontecido en la segunda novillada celebrada, pues los utreros de Juan Pedro Domecq, salvo el cuarto, carecieron del mínimo nivel exigible de casta y de poder. Con ellos, David de Miranda paseó un trofeo y un entregado Borja Jiménez salió a hombros tras cortar dos orejas del mejor novillo del encierro.

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