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Dos opciones de futuro

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Los analistas políticos han visto un cambio de tono en Artur Mas en este recién celebrado debate de política general. El detalle más revelador ha sido sin duda la frialdad con que el presidente de la Generalitat ha acogido el ofrecimiento de Junqueras de entrar en el gobierno de Cataluña para «blindar la consulta». De hecho, Artur Mas ha acabado reconociendo que la consulta no tendrá lugar por lo que habría que ir pensando en unas elecciones anticipadas.

Mas, en efecto, ya no puede dudar sobre la contundencia con que el Gobierno del Estado se dispone a frustrar la consulta. Gallardón ha anunciado sin embargo que se pospone el abordaje de su futuro personal hasta que se resuelva el desafío catalán. Y García Margallo ha declarado paladinamente que al gobierno no le temblará la mano si tiene que suspender total o parcialmente la autonomía. De hecho, Moncloa ya ha filtrado la posibilidad de que le sean arrebatadas a la Generalitat las competencias de Interior, incluido el control de los mossos d’esquadra. No en vano en la crisis del 6 de octubre de 1934 el general Batet tuvo que enfrentarse dramáticamente a la policía autonómica, que se mantuvo a las órdenes de Companys.

Cuenta el entorno de CiU que la idea de Mas consiste en crear «una candidatura unitaria de amplio espectro», que beba del espíritu de la Diada, a la que ERC no tendría más remedio que adherirse, capaz de conseguir la mayoría absoluta del Parlamento de Catalunya. Efectivamente, por esta vía podría Mas liberarse del peso opresivo que le supone la tutela de ERC, que habría sobrepasado a CiU en las encuestas y podría demostrar esta primacía si cada formación concurriese por separado.

Sin embargo, las elecciones no son la panacea ya que una mayoría absoluta nacionalista tampoco podría legitimar una declaración unilateral de independencia, en el caso improbable de que el Gobierno del Estado no actuase con anterioridad. Si los nacionalistas quieren promover una ruptura, también pueden hacerlo ahora, puesto que ya tienen una mayoría absoluta.

La otra solución de Artur Mas, la más sensata, es un cambio de alianzas: el pacto CiU-PSC no sólo permitiría aplazar las elecciones sino también emprender un arduo pero posible proceso que desembocase en un cambio constitucional, en el resarcimiento de os agravios que los catalanes puedan acreditar, que los hay y son bastantes.

CiU corre el riesgo de ser engullida por Esquerra, a menos que reconstruya el centro político que ha sido laminado por la polarización y acometa la búsqueda de una solución al actual callejón sin salida en la que se ha adentrado toda la sociedad catalana. La opción apuntada le permitiría recuperar la iniciativa, ofrecer un éxito al país y volver a ser la fuerza hegemónica que durante décadas ha pilotado con gran cordura el devenir de Cataluña.