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El 'resto de Reino Unido' ya empieza a temblar

La pérdida de Escocia garantiza un seísmo político en Londres aunque Edimburgo le ofrece una suerte de secesión 'light'

EDIMBURGO. Actualizado: Guardar
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Si en la mañana del 19 de septiembre de 2014 Reino Unido se despierta con la noticia de que una mayoría simple ha votado por la independencia de Escocia, no habrá ocurrido nada. No habrá furgonetas que entran y salen de las calles donde residen los jefes de Gobierno para llevar y traer archivos, ropa, enseres. Ninguna institución estrenará jefe. La frontera entre Inglaterra y Escocia seguirá siendo una roca junto a una carretera y dos banderas.

La única guía que define qué ocurrirá a partir de ese día es el artículo 30 del Acuerdo de Edimburgo, firmado por David Cameron y Alex Salmond el 15 de octubre de 2012: «Los gobiernos de Reino Unido y Escocia se comprometen a trabajar juntos en asuntos de interés mutuo y con los principios de buena comunicación y mutuo respeto. Los dos gobiernos han llegado a esta acuerdo con ese espíritu. Y desean que se celebre un referéndum legal y justo, que produzca un resultado decisivo y respetado. Los dos gobiernos se comprometen a seguir trabajando de manera constructiva tras el resultado por los intereses de la población de Escocia y del resto de Reino Unido».

La expresión de la voluntad de independencia de una mayoría de los escoceses no habrá producido cambio material alguno pero sí dos consecuencias con profundo calado sobre otros. La primera es la sacudida del sistema político en Westminster. El primer ministro Cameron habrá guiado a su país, ya 'el resto de Reino Unido', a la pérdida de un territorio, a menos de nueve meses para unas elecciones generales. ¿Puede mantenerse como líder del Gobierno y de su partido en esa campaña tras verse desacreditado de forma tan dramática? La política británica, habitualmente marcada por el cumplimiento de ritos y procedimientos, quedaría conmocionada en vísperas de una campaña en la que el liderazgo conservador actual planea además unificar a los euroescépticos de su partido, la recuperación de los votos perdidos hacia el movimiento eurófobo y antiinmigración del UKIP y el aislamiento de los laboristas con su compromiso de lograr una reforma de la UE y celebrar otro referéndum, éste sobre el abandono de la Unión Europea, en 2017.

Los laboristas se habrían desprestigiado también por la fuga de sus votantes escoceses hacia la independencia, tendrían 41 de sus 256 diputados elegidos por circunscripciones al norte de la frontera, con escasa legitimidad para seguir ocupando sus escaños y comparecerían en unas elecciones, en mayo de 2015, oponiéndose al referéndum europeo y con la posibilidad de que, si fuesen capaces de formar gobierno tras los comicios, todos sus nuevos diputados escoceses tendrían que abandonar el Parlamento de Westminster tras el fin de la negociación de la independencia. El sistema político británico habrá entrado en un tiempo de inestabilidad y prolongada incertidumbre.

Los gestores de los fondos de pensiones americanos o alemanes, que tienen en sus carteras libras, acciones de empresas británicas, bonos del Tesoro de Su Majestad, analizan la situación y se preguntan si Cameron sobrevivirá, si en caso de perder la confianza de su partido le sustituirá un líder más euroescéptico, si la sacudida acarrea el riesgo de que surjan o crezcan movimientos populares, como el UKIP, representando un malestar difuso y ahora agravado, que ponga en cuestión también el resultado del referéndum dentro de tres años.

Un canadiense, Mark Carney, será en ese momento la figura más importante del sistema británico. Como gobernador del Banco de Inglaterra tiene la responsabilidad de garantizar la estabilidad financiera. Ha suspendido un planeado viaje a la cumbre del G-20, en Australia, para estar en Londres el día 19. La libra ha caído, hay anuncios y evidencia de huidas de capitales de Escocia y de Londres. Sus expresiones públicas sobre las consecuencias de un voto por la independencia han sido medidas. En la última, hace una semana, formuló un axioma que nadie ha refutado: «La unidad monetaria es incompatible con la soberanía».