UN MECENAS
Actualizado:Vivir bajo la estructura global de un planeta que sigue regido por los impulsos del capitalismo financiero hace que se coloque en un segundo plano o, incluso, se tienda a olvidar o desdeñar la faceta más discreta e íntima de Emilio Botín: su papel de mecenas. El ruido y la furia de las bolsas siguen siendo ensordecedores a pesar de la crisis. Y la muerte de uno de los más poderosos financieros del mundo hace que se estremezcan los parqués de todo el mundo. Sin embargo, quien escribe estas líneas fue becario de la Fundación Botín. Y, también, destinatario de las últimas palabras que cruzó conmigo hace exactamente un mes cuando, en una lluviosa noche santanderina, me insistió en que siguiera dando la batalla del mecenazgo, pues, la cultura de nuestro país necesitaba una legislación como la del resto de Europa. «¡Hay que seguir luchando! ¡Hay que sacarlo adelante!», me dijo con un fuerte apretón de manos y esa mirada intensa que acompañaba todo aquello que le interesaba sinceramente.
Y es que Botín era un mecenas por vocación y destino. No en balde tuvo una educación sentimental fraguada dentro de una estirpe de mecenas. Se olvida esto a menudo. Especialmente que, además de un banco, heredó una impronta familiar de compromiso con la cultura. Una impronta que consideraba que los negocios debían revertir en la sociedad fomentando la cultura, la formación y las bellas artes. Así nació la Fundación Botín en 1964 de la mano de sus tíos, Marcelino Botín y Carmen Yllera, y de ese mismo impulso se alimentaron también los empeños de mecenazgo que protagonizaron su padre, su abuelo y bisabuelo, pues los Botín son mecenas desde que el mítico don Marcelino Sanz de Sautuola libró aquella romántica empresa científica de demostrar a Europa que la cueva de Altamira que había descubierto su hija era un producto artístico de la Prehistoria de la Humanidad.
Decía al comienzo que los decibelios que liberan las transacciones del capitalismo global son tan ruidosos que silencian las facetas más humanas que se desprenden de los márgenes menos conocidos de sus protagonistas. Emilio Botín era uno de los grandes banqueros del planeta, pero, a diferencia de otros, en él todavía latía aquel espíritu de los financieros y empresarios que levantaron el capitalismo y que, como radiografió Thomas Mann en 'Los Buddenbrook', aún consideraban que había que humanizar el dinero a través de la cultura. Algo, por cierto, que no redimía al vil metal de las contradicciones éticas que, según los filósofos clásicos, acompañaba su manipulación, pero al menos permitía que fuera también un instrumento que favoreciera la Paideia que nos aparta de la barbarie. Iniciativas como la Fundación Santander, Universia y toda la red de universidades que agrupa a un lado y otro del Atlántico, la Sala de Arte de la Ciudad Financiera de Boadilla o el futuro Centro de Arte Botín dejan una huella particular y con un hondo significado icónico en la geografía cultural de toda España e, incluso, de América Latina. Es indudable que su muerte se ha dejado sentir en las bolsas de todo el mundo. Pero es indudable también que, de una manera más discreta y humana, los espacios a los que ayudó y promovió como mecenas de la cultura se han estremecido en sus cimientos. Descanse en paz.