Apasionado de los coches y la comida
Arias Cañete es abogado del Estado y habla cinco idiomas
Actualizado:Veterano infatigable de la política nacional y europea, Miguel Arias Cañete (Madrid, 24 de febrero de 1950) refleja en su biografía una amplia experiencia que abarca desde una concejalía en el ayuntamiento de Jerez de la Frontera (1994-2000), hasta la cartera de ministro de Agricultura que ha ostentado con dos presidentes de Gobierno, primero con Aznar (2000-2004) y desde diciembre de 2011 con Rajoy. Un cargo que dejó el pasado abril como miembro mejor valorado del gabinete por la ciudadanía, aunque con una nota muy por debajo del aprobado: un 3,17, según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas.
En su trayectoria de estos últimos 34 años figuran también su paso por el Parlamento andaluz (1982-1986), por el Senado (2000-2004), por el Congreso de los diputados (2004-2014) y por el Parlamento europeo, donde ya tuvo asiento entre 1986 y 1999 ocupando, entre otros cargos, la presidencia de las comisiones de Agricultura y Política Regional, y al que ahora vuelve además como comisario responsable de gestionar la política energética de la UE.
Hijo de una familia acomodada de Madrid (su padre era abogado del Estado, como luego lo sería él) estudió en el colegio de los Jesuitas de Chamartín y más tarde en el Trinity College de Dublín. En 1971 Arias Cañete se licenció en Derecho por la Universidad Complutense. En 1974 obtuvo plaza de abogado del Estado y ejerció como tal en las delegaciones de Hacienda de Cádiz, Ceuta y Jerez de la Frontera, donde conoció a Micaela Domecq -de los Domecq de las famosas bodegas y de la ganadería extremeña Jandilla- con la que se casó y con quien tiene tres hijos.
Miembro del Partido Popular (hasta 1989 Alianza Popular) desde 1981, sus compañeros de formación le consideran un «pata negra», el mejor preparado para un puesto de esta índole dado su vasto conocimiento de las instituciones europeas y su capacidad negociadora, además de dominar el inglés y el francés, defenderse en italiano y alemán y estar aprendiendo hasta chino.
Su verdadera pasión son los coches -ya de niño compraba revistas de motor en vez de tebeos- y cuanto más clásicos y más rápidos, mejor. Poseedor de media docena de automóviles con los que destornillador y llave inglesa en mano él mismo hace de mecánico, es un experto piloto que ha llegado a participar hasta en cuatro ocasiones en la famosa carrera de las 24 horas de Le Mans.
Devoto de la buena cocina, como certifica el premio 'Personalidad gastronómica' que le fue concedido en 2003 por la Academia Española de Gastronomía y Cofradía de la Buena Mesa, famosos son sus atracones de carne roja en plena crisis de las vacas locas, su consumo de yogures caducados para probar que no pasa nada, o su cruzada contra el desperdicio de alimentos alentando a copiar la costumbre anglosajona de llevarse a casa lo que uno no es capaz de acabarse en los restaurantes en los que, por cierto, prohibió el uso de aceiteras rellenables.
Con la imagen de campechano que le da su oronda figura y su espesa barba blanca tiene fama de amable y cercano, y hasta la oposición política le reconoce «un gran sentido del humor». Pero su incontinencia verbal es su debilidad. Ese decir siempre lo que piensa -o incluso antes de pensarlo- le pierde a veces. Como cuando tras el debate televisivo de la pasada campaña electoral al Parlamento europeo con su rival socialista, Elena Valenciano, dijo que no había querido mostrar su «superioridad intelectual» para no parecer machista. Unas palabras que le costaron un aluvión de críticas, que la oposición trató de rentabilizar electoralmente y que lastraron su campaña, aunque, finalmente, ganó las elecciones europeas.