Un califato en la sabana
La rápida y sanguinaria ofensiva de la guerrilla extremista Boko Haram emula en Nigeria al Estado Islámico
Actualizado:El pánico se expande a través del aire en Maiduguri. Las octavillas esparcidas por la ciudad, la más importante del noreste de Nigeria, anuncian la próxima invasión de Boko Haram. El propio Abubakar Shekau, el líder de la banda, se arroga en las hojas volanderas la dirección de la ofensiva para capturar la capital del Estado de Borno, con una población que oscila entre 1,2 y 2 millones de habitantes y refugiados procedentes de toda la región.
El terror también se incrementa ante la repercusión de algunas noticias. No resulta nada tranquilizador que los primeros en abandonar el lugar hayan sido los familiares de los militares, los funcionarios y, según algunas fuentes, muchos soldados desprovistos de uniforme. Tampoco propicia la calma que el senador gubernamental Khalifa Ahmed Zanna desmienta a su propio partido y asegure que, la pasada semana, los radicales capturaron Bama y procedieron a una masacre de grandes proporciones peinando las casas y ejecutando a todos los varones. Dos sobrinos del político, natural del lugar, perecieron en la razia y los supervivientes huidos relatan la irrupción masiva de guerrilleros camuflados como militares y que numerosos cadáveres aparecen aún diseminados en el centro urbano.
La pesadilla comenzó hace tan sólo doce días, cuando los radicales se hicieron con Gwoza, su primera plaza, y proclamaron el Califato Islámico. Entonces, la insurrección yihadista en la república más rica de África cambió su naturaleza. Ya no se trataba de una lucha guerrillera, de golpear inesperadamente y replegarse, sino de una ambiciosa estrategia de conquista territorial. La organización radical decidió emular la ambición de los yihadistas de Oriente Próximo y, tras cinco años de escaramuzas, comenzó una ofensiva que aún no conoce la derrota.
Los insurrectos nigerianos han actualizado el concepto nazi de la 'blitzkrieg' o guerra relámpago a través de ataques con cientos de hombres y grandes medios, incluidos tanques. Pero la osada campaña no ha obtenido la proyección buscada. Aún hoy, el conflicto que se desarrolla entre las riberas del Tigris y el Eúfrates concita mayor atención mediática que el drama al borde del Sahel, una lucha que pretende instalar la 'sharia' en plena sabana africana.
Las similitudes son obvias. Boko Haram ha proclamado su alianza con las fuerzas de Abu Baker al-Bagdadi, y su crueldad resulta pareja a la mostrada por el EI. Los emires locales, representantes de la fe musulmana tradicional, han abandonado sus palacios, y los radicales han masacrado a la minoría cristiana, devastado templos y asesinado a aquellos que asociaba al aparato estatal o a quienes no pagaban los tributos demandados. Los guerrilleros han practicado ejecuciones sumarias y matanzas colectivas, convenientemente grabadas para su difusión en la Red.
A pesar de sus éxitos, la preocupación occidental aparece monopolizada por la expansión islamista en Siria e Irak. Incluso la proliferación de casos de ébola en el sur concita mayor interés que este intento de David por devorar a Goliath. Ni siquiera la opinión pública nacional resulta suficientemente alarmada por este peligro para la integridad del país. El lejano y pobre extremo noroccidental, carente de yacimientos de petróleo, no altera demasiado a una población mucho más inquieta por la constante aparición de más casos de la enfermedad o el escandaloso divorcio de los pastores Chris y Anita Oyakhilome, fundadores de la pujante secta Christ Embassy Church.
Con bombardeos
Los campesinos de las zonas afectadas incluso renunciarían a su nacionalidad en beneficio de una protección que demandan sin éxito. Algunos han reclamado el auxilio del ejército camerunés, atrincherado al otro lado de la frontera para impedir la expansión de los islamistas en su país, un peligro que también sufren Níger y Chad. El presidente Goodluck Jonathan ha recurrido a los bombardeos aéreos, prueba evidente de la abrumadora superioridad sobre el terreno de los insurgentes.
Sin embargo, la retórica gubernamental sigue negando sus reveses. «Estamos más allá del tiempo de la negación y el orgullo», ha declarado en Abuya Linda Thomas-Greenfield, secretaria adjunta para África de la administración Obama, en alusión a la estrategia del avestruz del régimen. Washington ya es consciente de su debilidad y esa evidente impotencia del Ejército de la primera potencia del continente puede quedar de manifiesto en la reunión que la Unión Africana celebrará hoy para abordar la situación de seguridad tras la muerte del líder de la milicia somalí Al-Shabab.
Miles de jóvenes reclamaban armas en una manifestación espontánea el pasado jueves en Maiduguri. Los voluntarios de las autodefensas, conocidos como 'Civilian JTF', soldados jubilados y cazadores tradicionales, piden medios para resistir la marcha de los insurrectos e, incluso, acosarlos en la reservas de Sambisa, su bastión, pero la manifiesta precariedad de estos individuos sin formación que, a menudo, empuñan arcos y flechas, contrasta con la superioridad militar de los rebeldes.
La falta de una fuerza capaz de enfrentarse a Boko Haram constituye la mayor diferencia entre el conflicto del Sahel y el del Oriente Próximo. En la zona no existe un cuerpo similar al de los Peshmergas kurdos y la cooperación internacional entre los países afectados, la Joint Task Force, o el apoyo de la inteligencia estadounidense, se han comprobado ineficaces para combatir el crecimiento del fenómeno yihadista.