La que se avecina
Actualizado: GuardarHubo un tiempo, no hace mucho, en el que los niños iban al colegio y volvían como si hubiesen llegado los Reyes Magos, con los libros gratis -y nuevos-, con los materiales de clase de balde y hasta con un ordenador portátil -todavía van a salir a relucir los que hicieron aquellas maletas de diseño imposible y mango telescópico que traían los primeros portátiles que dio la Junta- para deleite y alborozo de la familia completa. Años en los que las aulas se llenaron de pizarras digitales y la escuela era 2.0 -o tic, o toc o yo qué sé- y aunque teníamos los peores resultados académicos de Europa, contábamos con los mejores recursos electrónicos. «Esto es el Plan de Alfabetización Digital», nos decía María del Mar de la Morena en una memorable carta que aún conservo por si algún día consigo descifrar del todo su contenido. Los y las alumnos y alumnas andaluces y andaluzas serán -explicaba con detalle la carta- el asombro de Damasco. Y así fue, durante varios años la Junta de Andalucía regaló de manera indiscriminada pequeños ordenadores verdes que te quiero verdes a los niños de 5º de primaria. Ordenadores que sirvieron para que los niños/as se iniciaran en el manejo de las redes sociales, en el mal uso del correo electrónico -nunca sospechamos lo que nos depararía luego el whatsapp-, en la búsqueda distorsionada de información. en fin, qué le voy a contar que usted ya no sepa.
A mí me tocaron dos ordenadores, dos años seguidos, además. El primero venía acompañado de un trolley estupendo, con luces reflectantes e incluso con un chubasquero. Nuevo lo tengo, porque en el colegio -con acertado criterio- aconsejaron a los alumnos no usar el reclamo verde que ponía 'Junta de Andalucía-dentro llevo un ordenador', para evitar robos y sustos innecesarios. No sé dónde andará el aparato, porque en una de tantas averías subvencionadas por la Junta, el servicio técnico desapareció de la faz de la tierra y con él, el portátil de mi niño mayor. El segundo que me tocó ya era de marca blanca y venía dentro de una modesta fundita de cremallera «es más manejable» decían, y más barata también. Duró aún menos que el primero, porque la batería venía en mal estado y no hubo manera de reponerla en el mercado español. En fin, para lo que lo usaban en la escuela 2.0 duraron lo suficiente.
Luego llegó la crisis y se llevó por delante al plan de alfabetización, al digital y al analógico. Los libros seguían siendo gratis, pero cada vez más y más usados y más desfasados -el libro de Ciudadanía de mi hijo mayor decía este año que la crisis ya se estaba empezando a notar en España-, los ordenadores desaparecieron, sin que ni siquiera se cumpliera el plazo de los cinco años de los que hablaban los psicólogos infantiles para la normalización de uso de tecnologías en las aulas, y las pizarras digitales se quedaron allí, como testigos mudos de un tiempo de bonanza económica que, pongo una mano en juego, nunca volverá. Para colmo de males, el verbo siempre se hace carne y habita entre nosotros, y este año la amenaza de la ley Wert se hará evidente en los cursos impares de la educación primaria. En fin, que mi niño chico no sólo empieza quinto sin ordenador gratis sino que tendrá que enfrentarse a unos planes de estudios nuevos que a su vez, tienen enfrentadas a las distintas administraciones. Un planazo, vamos.
Verá. Yo sé que la LOGSE -incluso en su modalidad LOE- ha tenido unos efectos devastadores en la sociedad española, que lo de los contenidos transversales y lo de la integración no ha servido para mucho, que los jóvenes españoles siguen siendo los últimos en todas las listas menos en las del paro y que el Conocimiento del Medio ha sido uno de los fiascos más grandes de los últimos veinticinco años. Yo sé que era necesaria una reforma educativa, fundamentalmente porque el modelo impuesto hace un cuarto de siglo no responde ya a las expectativas sociales ni culturales de este país. Yo, más que nadie, me alegro de que por fin desaparezca el conocimiento del medio y se recupere el estudio de las ciencias sociales y naturales por separado y en un contexto más amplio. Pero de ahí a lo que se avecina.
La aplicación de la LOMCE marcará el inicio de este curso escolar. En primero, tercero y quinto de primaria los niños estrenarán temarios y asignaturas. Se ceñirán a los contenidos curriculares establecidos por la ley y se prepararán para esa batería de reválidas que les esperan. Pero no tendrán los libros adaptados a la ley, al menos en nuestra Comunidad Autónoma. La gratuidad de los libros en Andalucía establece unos parámetros en los que, por supuesto, no entra ningún texto que cumpla con la nueva ley. Es decir, y para que me entienda, los niños seguirán apañándose con el dichoso libro de Conocimiento. Es sólo una de las consecuencias de «minimizar» los efectos de la Ley Wert que anunciaba la presidenta de la Junta
El Gobierno central frente a la Junta de Andalucía, en un curso con elecciones en el horizonte. Ese, y no otro, es el debate. No la calidad de la enseñanza, no la recuperación de las plantillas de profesores ni la mejora de sus condiciones de trabajo, no la garantía de una educación igualitaria, justa y de excelencia. No. El combate se reduce a algo más básico, «tú dices blanco, yo digo negro, tú dices voy, yo digo vengo.». Una guerra sin cuartel en la que siempre pierden los mismos. Ya sabe usted quiénes.