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Murphy se dirige a los votantes tras reanudar la campaña. :: REUTERS
MUNDO

La independencia gana terreno

ÍÑIGO GURRUCHAGA CORRESPONSAL
EDIMBURGO.Actualizado:

Jim Murphy llegó ayer al centro de Edimburgo con una caja de hortalizas y un megáfono, pero concluyó su perorata callejera gritando con voz ya afónica que él es partidario de un «cambio con certeza». Pudo al fin decir lo que quiso sin ser hostigado, pero esa mañana un sondeo decía que votantes de su partido, el Laborista, lo están abandonando en masa en favor de la independencia.

Si los escoceses dan mayoría al 'sí' el 18 de septiembre, Jim Murphy tendrá que encontrar un empleo tras pasar los últimos 32 años recibiendo dinero público. Nació en Glasgow, hace cincuenta, y su familia se marchó a Ciudad del Cabo, a la Sudáfrica del apartheid, en 1979, cuando su padre quedó en el desempleo y Margaret Thatcher fue elegida primera ministra.

Regresó a los 18 para estudiar Políticas en la Universidad de Strathclyde. En esos años, la Universidad era gratuita y los estudiantes recibían becas de manutención. Pasó nueve como estudiante universitario, pero no logró ninguna titulación. Fue el presidente profesional del sindicato de estudiantes de Escocia. Y luego del sindicato de estudiantes británicos.

Pasó unos pocos meses como responsable de Proyectos Especiales del Partido Laborista escocés antes de ser elegido, a los 30 años, como diputado en el Parlamento británico por una circunscripción del sudoeste de Glasgow que había sido siempre conservadora y que, por su composición social, sería conservadora en cualquier lugar de Reino Unido, salvo en Escocia después de Thatcher.

Murphy fue elegido en su barrio como parte de la gran ola de Tony Blair. Tuvo puestos menores de Gobierno desde el principio y se colocó bien cuando Gordon Brown dio el golpe. Lo nombró ministro para Europa y para Escocia. Mientras se producía el declive del Partido Laborista en Escocia y el ascenso del Partido Nacional Escocés (SNP), la carrera de Jim Murphy avanzaba en Westminster.

Decidió hace dos meses partir hacia la reconquista de su viejo país y con su caja de supermercado haciendo la vez de tarima lo recorre dando discursos callejeros. «Ah, la playa de la isla de Barra, sólo por estar allí merecía la pena este viaje», dijo ayer, en una plaza encajonada entre las escaleras que bajan de la Milla Real y los muros del Museo Nacional de Escocia.

Partidarios de la independencia habían producido vídeos cómicos del 'tour' de Murphy, siempre con su caja y su camisa blanca, sin audiencia en calles destempladas o invitado por gerentes de supermercados a irse a otra parte por no tener permiso. Pero otros comenzaron a increpar a Murphy, a filmar a los asistentes; al diputado lo llamaron traidor, o terrorista, por apoyar la guerra en Irak. Le echaron huevos.

Jim Murphy detuvo su gira y exigió a la campaña del 'sí' que diera orden a los suyos de no acosar más. No había ayer ningún peligro. Tres policías, muchas cámaras, la guardia pretoriana de prebostes laboristas de Edimburgo recibiendo a su casi heroico camarada, turistas, dinero. Un acto para la tele, que tiene más impacto que gritar en la calle.