
LA DIFICULTAD DE DAR TRIGO
Actualizado: GuardarLa crisis que abrió ayer en canal al Gobierno francés pone de manifiesto las profundas diferencias que existen entre la noble actividad de predicar y la difícil profesión de dar trigo. Las recetas para salir de la crisis se presentan con claridad absoluta cuando no se tienen responsabilidades de gobierno y es extraordinariamente sencillo acomodarlas con los gustos y las aspiraciones de los ciudadanos. Basta con prometer actividad y empleo, garantizar (?) sueldos y pensiones, huir de cuantificar su coste y no mencionar el origen del dinero necesario para afrontarlo. Pero, cuando se alcanzan dichas responsabilidades se sienten las presiones, aparecen las limitaciones y cambian las prioridades. Lo malo es que, además, todas las decisiones necesarias desagradan a los ciudadanos, irritan a los funcionarios y desaniman a los pensionistas. Si quieren comprobar la veracidad de todo lo anterior, repasen los índices de popularidad de los políticos cuando alcanzan el triunfo electoral y compárenlos con los obtenidos unos pocos meses después.
El caso francés es paradigmático. Hollande, un político gris que tiene mucho más éxito con las mujeres que con los mercados, llegó a presidente gracias al derrumbe popular de Sarkozy, pero han bastado unos meses para dilapidar las esperanzas puestas en él. Hoy, él y su primer ministro, el catalán Valls, no contentan ni a sus votantes, ni a los militantes de su partido ni, y esto es lo más sorprendente, a sus colegas ministros.
¿Cuál es la razón que explica este descalabro, esta abismal diferencia entre las expectativas y las realidades, entre lo prometido y lo realizado? Pues algo tan simple como la cruda realidad. Francia, como tantos otros países y entre ellos el nuestro, debe una barbaridad de dinero y sus acreedores exigen que la cantidad de deuda disminuya en el tiempo, para seguir suscribiendo las emisiones imprescindible para sobrevivir. Y eso obliga a reducir el déficit hasta eliminarlo, lo que nos lleva a practicar la odiosa austeridad e imponer los denostados recortes. En Francia «tan solo» han sido de 50.000 millones de euros, distribuídos entre reducciones de gasto y apoyo a las empresas.
¿Podía Hollande haber implantado una política diferente? Según don Pablo Iglesias, sí. Podía haber sometido a votación popular si se devuelve la deuda, en qué cuantía y a qué deudores. Es una idea genial y maravillosa... que conduciría a Francia, o a España en su caso, a la quiebra total en pocos minutos. Ni la señora Kirchner se atreve a tanto en Argentina. ¿Conocen a alguien dispuesto a prestar dinero en tales circunstancias? Seguro que no. Usted tampoco le prestaría su dinero a un deudor tan imprevisible.
Curiosamente, el Gobierno en Francia estalla el mismo día en que Rajoy renueva su voto de fidelidad a la ortodoxia, en presencia de la gran sacerdotisa de dicha religión, la señora Merkel, y bajo el manto del apóstol Santiago. Por ahora, aquí cumplimos con precisión el programa trazado: dos años de dura austeridad, uno de despegue y otro final de consolidación de la actividad. Nos falta el último, pero cabe esperar que lleguemos a él, si la situación internacional no se tuerce demasiado.
Hollande no tiene tanto tiempo. La disolución de su Gobierno demuestra que también carece de la autoridad para imponer su plan a sus propios ministros y de la credibilidad necesaria para que los ciudadanos lo acepten. Mal asunto. Esto huele a elecciones.