Un niño posa delante de las tiendas de campaña en el campamento de Bajed Kadal. :: YOUSSEF BOUDLAL / REUTERS
MUNDO

Obama, el guerrero renuente

La Casa Blanca trabaja con Arabia Saudí y los emiratos para incorporar a los suníes moderados a la economía global

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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Los cazas estadounidenses que sobrevolaban el Kurdistán el jueves milimetraron un vehículo blindado sobre el que estaban a punto de descargar la furia de sus misiles. Era lo que en la jerga militar se conocer como un MRAP, un apocalíptico modelo de Humvee blindado, de esos que el Pentágono empezó a descargar en Irak a finales de 2007. El Vehículo Protegido de Emboscadas Resistente a las Minas (MRAP, por sus siglas en inglés) era de fabricación estadounidense, pero dentro iban yihadistas del Estado Islámico (EI), que probablemente lo habían robado al Ejército Iraquí, o había abandonado en la huida.

El ataque mencionado se produjo el jueves, horas después de que Barack Obama trompetease el éxito de la operación humanitaria para ayudar a los yazidíes. Ilustra que, por mucho que el presidente quiera mantenerse al margen de lo que ocurre en Irak, no es tan fácil deshacer una década de intervencionismo. Obama, que ganó las elecciones con la promesa de que EE UU dejaría de ser el policía del mundo y trabajaría con sus aliados para encontrar soluciones políticas, intenta cumplir su palabra. «No podemos hacer por ellos lo que ellos no están dispuestos a hacer por sí mismos», explicó la semana pasada a Thomas Friedman, columnista de 'The New York Times'. «Nuestras fuerzas armadas son tan capaces que si nos metemos de lleno podemos tapar el problema durante un tiempo, pero para que una sociedad funcione a largo plazo, su propia gente tiene que tomar decisiones sobre cómo va a vivir junta, cómo va a acomodar los intereses de los demás, y qué concesiones va a hacer».

Cuando las fuerzas del Estado Islámico cruzaron la frontera siria e invadieron el norte de Irak, Obama recibió una llamada desesperada del primer ministro iraquí Nuri al-Maliki pidiéndole que enviase a sus aviones a bombardear las posiciones de los yihadistas. El presidente americano se negó, para desmayo de su contraparte iraquí y de los republicanos estadounidenses, que urgían a la intervención militar. «No me interesa ser la fuerza aérea del Gobierno iraquí», atajó. En su opinión, «eso le hubiera quitado presión a Al-Maliki y sólo le hubiera alentado a él y a otros chiíes a decir: 'No necesitamos hacer concesiones, no tenemos que tomar ninguna decisión, no tenemos que pasar por el difícil proceso de averiguar qué hemos hecho mal. Todo lo que tenemos que hacer es pedir ayuda a los americanos para que nos saquen del apuro y seguir como si no hubiera pasado nada». El Gobierno de Al-Maliki fue el mismo que se negó a firmar un acuerdo de inmunidad para que permaneciese en Irak una fuerza residual con tropas de EE UU, semejante a la que se pretende dejar en Afganistán, pero Obama no cree que eso hubiera cambiado las cosas. Su decisión no parece responder a un deseo vengativo de dejar que los iraquíes se las ingenien solos, sino más bien al de un padre moralizador que espera que los golpes de la vida enseñen lecciones.

«Los kurdos sí que aprovecharon el sacrificio de nuestras tropas», dijo aprobatorio. «Usaron bien ese tiempo y ahora el Kurdistan es una región funcional, como nos gustaría ver en otras partes. Es tolerante de otras sectas y otras religiones». En sus consultas con los aliados, Obama encontró un firme apoyo a su ideología de no intervención en los gobiernos de Arabia Saudí, Catar y otros emiratos del Golfo, que están financiando a los rebeldes en Siria. El reino salafita advirtió a la Casa Blanca de que si intervenía sería percibido como en defensa de Al-Maliki y su Gobierno sectario, lo que inflamaría aún más los ánimos entre los suníes que se están uniendo al Estado Islámico.

La promesa de estos países era que en cuanto Al-Maliki abandonase el poder y se formse otro Gobierno más inclusivo, los propios suníes plantarían cara al extremismo. Eso es lo que la Casa Blanca espera ver ahora, aunque los analistas no lo tienen tan claro. Su sucesor Haider al-Abadi es miembro del mismo partido y tiene el apoyo de Irán, que ha promovido el sectarismo chií. De su capacidad para superarlo dependerá el futuro de Irak.

Obama cuenta con las relaciones que tienen los emiratos con las tribus suníes para empoderar a los moderados e incorporarlos «a la economía global», de forma que no sirvan de caldo de cultivo a los yihadistas, que cuentan con el dinero y las armas amasadas en su avanzada. Una estrategia que no se pudo aplicar en Siria, donde el Gobierno de Bashar el-Asad no sólo fue la raíz del problema sino que «está bien armado y respaldado por Rusia e Irán, y con las fuerzas de Hezbolá curtidas en la batalla», explicó. «La idea de que podíamos proporcionar armas básicamente a antiguos campesinos, médicos y farmacéuticos que así podrían darle la batalla... Francamente, eso nunca ha estado en las cartas. Era una fantasía».