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Editorial

La casa de los atunes

JULIO MALO DE MOLINA
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Hace un par de décadas, en plena euforia constructora, la del Guggenheim de Bilbao y de los grandes proyectos mediáticos, a los prestigiosos arquitectos franceses Anne Locaton y Jean Philippe Vassal les encargaron intervenir en una plaza de Burdeos dentro de un programa del gobierno francés para el «embellecimiento» de ámbitos públicos. Estos prudentes profesionales examinaron un lugar hermoso y pleno de esencia aguda de vida, con árboles, bancos, bulliciosos chiquillos, y gente que jugaba con alegría a la petanca. En vez de proyecto entregaron un sencillo documento en el cual aconsejaban al Consistorio respetar el espacio y extremar su limpieza. Justo en esos tiempos, en Cádiz se urbanizan los llamados «terrenos ociosos de Astilleros», una oportunidad de hacer ciudad sobre suelo sustraído al espejo de agua de la Bahía. Cuenta el historiador medieval Al Zuhri que en tiempos remotos la Bahía era una poza en la cual se encontraba la Casa de los Atunes. Para facilitar la entrada de los peces y aumentar la riqueza que proporcionaban, el Rey Latino abrió un amplio acceso entre Rota y Cádiz. Pero la operación resultó funesta ya que el agua anegó una rica ciudad de la cual sólo quedó la pequeña isla que entonces se conocía.

El gerente provincial de la Empresa Pública de Suelo, Tato Fernández Enríquez, encargó en 1997 una propuesta de ordenación a cuatro inteligentes arquitectos: Jiménez Mata, González Fustegueras, González de la Peña y Fernando Visedo. Presentaron un proyecto comedido y adecuado al lugar, que mantenía el antiguo dique y la bella grúa pórtico, configurando amplios espacios abiertos al mar con edificaciones suficientemente ventiladas. La propia Junta de Andalucía, que no el Ayuntamiento, retiró la propuesta amable y sostenible que se sustituye por la que hoy podemos contemplar, un nuevo barrio según el desafortunado modelo que caracteriza a toda Puerta Tierra: arquitectura vulgar, comercial y de mala calidad constructiva, y espacios aburridos a los que sólo redime el encanto de la playa. Fernando Quiñones comentaba: «parece Alicante en feo». Quedan oportunidades, entre otras: Plaza de la Estación, reparación de murallas, plan de movilidad sostenible, y recuperación de edificios vacíos. Ojalá no ocurra como entonces y la razón científica se anteponga al gusto vulgar.