Cien años poniéndose rojo
Actualizado: GuardarResulta curioso echar la vista atrás por un momento, y recrearse en ese agradable ejercicio de la imaginación. ¿Cómo fue alguna vez la vida? ¿Cómo era posible la existencia sin esos elementos que ya resultan intrínsecos a nuestra realidad cotidiana? Los tiempos cambian y con ellos las necesidades y costumbres.
En 1906 el visionario Henry Ford afirmaba aquello de «voy a construir un coche para el pueblo, el automóvil universal». Dos años después ponía en marcha la producción de su Ford T, perfeccionando la cadena de montaje del automóvil a imagen y semejanza de la fabricación de fusiles. La producción masiva y un precio asequible convirtieron este revolucionario modelo en la chispa que desató la fiebre del automóvil en Estados Unidos. Y, como los tiempos cambian, así nació ese curioso regulador del tráfico que ya forma parte de nuestras vidas y trasciende el ámbito de la circulación: el semáforo eléctrico.
La ciudad de Cleveland, en el estado norteamericano de Ohio, puede presumir de ser la primera en acoger ese aparato que mediante sus vivos colores ordena la circulación. Aunque hay que decir que a este primer semáforo de James Hoge le faltaba la llamativa e intermedia luz ámbar. Resulta preciso desplazarse hasta la decadente capital de la industria automovilística norteamericana, Detroit, para hallar el primer semáforo eléctrico de tres colores, cortesía del policía William Potts.
Estos son algunos de los padres de un genial invento que encuentra sus raíces a orillas del Támesis, a los pies del Palacio de Westminster, el Parlamento británico. Allí instaló el ingeniero J.P. Knight, especialista en señales de ferrocarril, un sistema de luces de tránsito que empezó a funcionar el 10 de diciembre de 1868, usando las luces de gas rojas y verdes por la noche.
En 1914 no corrían buenos tiempos para Europa, inmersa en la Primera Guerra Mundial. El viejo continente debería esperar toda una década la llegada del curioso invento de la ciudad de Cleveland. La compañía alemana Siemens creaba en 1924 un prototipo basado en una torre compuesta por cinco semáforos, cuyo objetivo era optimizar el tráfico de la célebre Potsdamer Platz de Berlín, centro neurálgico de la capital germana y uno de los cruces con mayor circulación en la Europa de la época.
Ha transcurrido ya un siglo desde aquel prototipo de Hoge, y hoy el semáforo no es sólo un elemento indispensable en la gestión del tráfico urbano mundial, es mucho más. Un símbolo que ha trascendido el ámbito de la circulación vial hasta convertirse en un elemento indisociable de la realidad cotidiana de la ciudad.