Cuando el trabajador chino dice basta
Se dispara la conflictividad laboral, las huelgas se multiplican y las empresas pierden competitividad
SHANGHAI. Actualizado: GuardarLa noticia saltó el pasado 5 de abril en las afueras de la ciudad china de Dongguan, donde el 80% de sus 8,3 millones de habitantes son emigrantes rurales que han buscado un futuro mejor sobre el asfalto. Situada en la sureña provincia manufacturera de Guangdong, la principal fábrica de Yue Yuen, una subcontrata taiwanesa del sector del calzado que afirma ser el principal productor de zapatos del mundo, se vio afectada por una de las mayores huelgas jamás protagonizadas por los trabajadores chinos. Y el mundo se sorprendió.
La información llegó a las portadas de los principales medios de comunicación del planeta porque entre los afectados por el paro se encontraban multinacionales de la talla de Nike o Adidas, pero lo cierto es que el caso de Yue Yuen es sólo uno de muchos. Los trabajadores chinos han aprendido a gritar ¡basta!... y le han cogido gusto. Según el grupo proderechos laborales China Labour Bulletin, entre junio de 2011 y diciembre de 2013 se registraron en el país un total de 1.171 manifestaciones laborales y huelgas. Y el número aumenta de forma exponencial: en la provincia de Guangdong se llevaron a cabo 319 protestas -entre ellas, varios paros- sólo en los primeros cuatro meses de este año.
En el paradigmático caso de Yue Yuen, la bomba estalló cuando se jubilaron varios de sus empleados. Descubrieron entonces que la compañía había cotizado al sistema nacional de pensiones por el salario mínimo, pero no por el total del sueldo que percibían. Así, su tan esperado retiro dorado quedaba reducido a un mísero pago de menos de 400 yuanes (48 euros) al mes, insuficiente a todas luces para sobrevivir en la China del siglo XXI. Poco a poco, los 40.000 trabajadores de la fábrica se enteraron de la desagradable jugada y, por eso, el 14 de abril decidieron retar a la ley que prohíbe las huelgas y decretaron una indefinida.
Sus demandas ya no se restringían al pago de las cotizaciones: ya incluían otros tipos de beneficios laborales, así como aumentos salariales. El Gobierno respondió con una de cal y otra de arena: dispersó a los manifestantes a porrazos y decretó una censura total sobre el caso para evitar que el ejemplo se propagara. Pero, eso sí, obligó a la empresa a negociar con los representantes sindicales que, a su vez, están bajo el estricto control del Partido Comunista. Así, todo quedaba 'en casa'.
Aparentemente, Yue Yuen paga las cotizaciones que corresponden a cada trabajador desde el 1 de mayo, pero no se sabe si los huelguistas han logrado el resto de sus objetivos. Lo que sí han conseguido es dejar clara su fuerza: algunas marcas comenzaron a trasladar sus pedidos a otras empresas poco después del estallido del conflicto, y las acciones de la compañía sufrieron en la Bolsa.
Demasiada rotación
El problema, apuntan varios empresarios españoles que han hablado con este diario bajo el anonimato, está en la elevadísima rotación del personal -en algunos casos alcanza el 100%-, la creciente falta de mano de obra, sobre todo cualificada y joven, y las elevadas aspiraciones de los trabajadores. «La mayoría exige aumentos salariales de entre el 10% y el 20% anual, y muchos no dudan en marcharse si la competencia les ofrece sólo un 5% más», confiesan con resignación.
Fidelizar a los trabajadores es cada vez más difícil, algo que supone «un grave lastre para la competitividad de los fabricantes extranjeros en China y de las propias empresas locales», afirma el gerente de una empresa española que fabrica componentes de automoción. «Por eso, muchos están abandonando China o incluyendo otros países en su estrategia de internacionalización».
Esta nueva coyuntura, en la que un yuan -la divisa china- fuerte afecta, sobre todo, a las manufacturas de menor valor añadido, se ha convertido en un cóctel que, en ocasiones, termina incluso en violencia. «La mayor parte de las huelgas son breves y se resuelven tras mucha tensión. Se han dado casos en los que incluso el gerente ha sido retenido en la fábrica a la fuerza hasta que ha accedido a las demandas de los trabajadores, y los sabotajes tampoco son algo inusual. En demasiadas ocasiones, los empleados utilizan tácticas mafiosas para lograr sus objetivos, y tanto la Policía como el Gobierno presionan para que mejoren sus condiciones laborales», cuenta con enfado este empresario.
No obstante, los trabajadores sostienen que sus salarios apenas les permiten sobrevivir con dignidad por culpa de la inflación. «Trabajamos hasta 60 horas semanales para poder cobrar un extra y que nos quede algo de dinero para enviar a la familia», cuenta Wu Xing, un hombre originario de la provincia de Sichuan que trabaja en una fábrica textil de Zhejiang, a más de 2.000 kilómetros de distancia.
«Incluso sin descansar ni un día a la semana, es difícil llegar a los 2.500 yuanes mensuales (algo más de 300 euros, casi 10 veces el salario mínimo en Bangladesh). Con lo caro que es ahora todo, muchos nos sentimos esclavos». Por eso, hace un par de meses, Wu fue uno de los muchos que se plantaron y no fueron a trabajar. La empresa calmó los ánimos con un aumento salarial del 7%. «Nosotros también queremos disfrutar del auge de China», se justifica.