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Las sobras

YOLANDA VALLEJOHOJA ROJA
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En este país de caridad cristiana de escaparate y mal entendida, donde tu mano derecha sabe lo que hace la izquierda incluso antes que ella, donde la solidaridad se llama limosna y donde los derechos fundamentales de las personas se llaman subsidios, donde lo mismo se hacen colas para comprar las entradas del COAC que para que te den un paquete de macarrones, o te paguen la bombona, no ha llamado suficientemente la atención el gesto a lo gran dama de postguerra de Teresa Rodríguez convocando a la prensa para hacer entrega del 'sobrante' a una asociación gaditana de mujeres que utilizará el dinero para la compra de un fregadero industrial, un congelador y una furgoneta de segunda mano con las que llevar adelante la «cocina solidaria autogestionada» que tienen desde hace algunos años en marcha.

La iniciativa de la eurodiputada no ha llamado la atención, ni ha despertado demasiadas simpatías, sobre todo por una cuestión técnica de nomenclatura, por una cuestión puramente lexicográfica (esa ciencia a la que en esta ciudad somos todos tan aficionados, sin saberlo) y porque recordaba su gesto a las campañas del Domund y la cabeza hueca del chino mandarín en la que retumbaban como un trueno las monedas lavaconciencias que sobraban en los monederos. Se convoca a los medios, se hace la foto, aquí la eurodiputada, aquí las mujeres que reparten comida entre las barriadas más castigadas de la ciudad, aquí 'el sobrante'.

Ahí, es justamente donde está el error. En llamarlo 'sobrante'. Y no es el primer problema de léxico que tiene Podemos, nombre que evoca irremediablemente al 'We can' de Obama y a todo lo que ello conlleva. También llama 'círculos' a sus reuniones, utilizando el mismo término que el Opus Dei utiliza para las suyas. No tiene nada que ver, dirá usted. Claro, no es lo mismo el atún que el betún, pero no dejará de reconocer que se trata de una elección poco afortunada de los términos para nombrar sus encuentros. «Inteligencia -decía Juan Ramón Jiménez- dame el nombre exacto de las cosas». Y la inteligencia poco ha debido iluminar a los chicos del catequista Iglesias en cuestiones lingüísticas.

Porque está muy bien que los diputados y otras hierbas elegidas por el soberano pueblo dejen a un lado los privilegios rodados durante los años de bonanza y se queden con el mismo salario que cobraban antes de su elección, si lo tenían, claro está. Porque si se escarba un poco, se puede comprobar que si no fuera por los sueldos de concejales, asesores y esas cosas, más de uno viviría todavía en casa de papá, estudiando eternamente una carrera sin fin. En fin. Que si uno ejerce de médico antes de dar el salto a las listas electorales, pues que siga cobrando como tal, si uno es fontanero lo mismo y si uno está parado, pues verá. La política es un servicio público, no un trabajo. Un servicio que sólo pueden prestar aquellos que tengan vocación y conciencia. No es un escondite, no es un sueldecito todos los meses, no es el 'photocall' de la vida. Cuesta entenderlo, mucho más cuando tenemos tantos ejemplos bochornosos a nuestro alrededor.

No es el caso de Teresa Rodríguez, su sueldo como profesora de Educación Secundaria, de 1.727,12 euros mensuales, le daba para vivir y le seguirá dando para vivir, porque en su compromiso político todos los diputados de Podemos habían aceptado no cobrar más de tres veces el salario mínimo interprofesional. Pero de ahí a hacer un acto público de entrega de los 4.522, 78 euros lleno de parafernalia y de arrobo pueril me recuerda muchísimo a Pollyana -por ser poco hiriente, la verdad, porque me suena más a mesa petitoria de permanente y escapulario-. El acto de entrega del 'sobrante' tenía más de propaganda que de honradez. Habría bastado con ingresarlo en la cuenta de la Asociación Mujeres Amigas del Sur y que hubiesen sido ellas, en todo caso, las que anunciaran a bombo y platillo -si así lo consideraban- el acto benéfico de la nueva eurodiputada.

Mal empiezan. En este país de lo políticamente correcto, donde no se puede decir ni viejo ni enano ni siquiera tonto, se puede llamar 'sobrante' a la ayuda económica que aporta alguien y hasta se hacen ruedas de prensa para que quede constancia. Las sobras, mire usted por dónde. La Veneno -no sé yo si se acuerda, o es demasiado bajuno su recuerdo- volvió a su pueblo -Adra- montada en la carroza de Telecinco y repartiendo migajas y sobras entre sus vecinos. Se quitó una pulsera en directo y arrojándola a su público, dijo «para esta niña subnormal» y todo el pueblo que durante la niñez de la Veneno le había tirado piedras y correteado por las esquinas, rompió en un aplauso conmovido ante la caridad de su paisano/a. Luego, todo volvió a su cauce y siguieron llamando maricón a la Veneno como si tal cosa.

Porque a este país de caridad cristiana de escaparate y mal entendida, donde tu mano derecha sabe lo que hace la izquierda incluso antes que ella, donde la solidaridad se llama limosna y donde los derechos fundamentales de las personas se llaman subsidios, lo peor que se le puede hacer es darle las sobras. Será una cuestión lingüística.