Editorial

Un necesario equilibrio

La ciudad de Cádiz corre el riesgo de dañar su oferta turística si renuncia de forma radical al ocio nocturno, tanto como si permitiera excesos y masificaciones

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Nadie en sus cabales daba por buenas aquellas masificaciones, aquellos excesos. Durante muchos años, durante la década de los 90 y los primeros años del siglo XXI, la capital gaditana como otras tantas localidades de la provincia y de toda Andalucía vivía cada noche festiva, cada víspera, cada viernes y sábado, una oleada de botellones que llenaban algunas calles de miles de jóvenes. Además de socacavarse la salud, causaban una cantidad de ruido y suciedad que afectaba gravemente a la convivencia con miles de vecinos. Vaya esa consideración por delante. Aquel extremo resultaba indeseable, incluso más que el actual. Porque en apenas unos años se ha pasado de esa tendencia, de las plazas atestadas de cabezas y vasos sin que se viera el suelo, a un desierto de locales que cierran apenas iniciada la madrugada, calles vacías y una ausencia de oferta de ocio nocturno que empieza a ser absoluta y permanente. Todas las corrientes de pensamiento, desde la Grecia clásica hasta las contemporáneas, advierten de los peligros de los excesos y los extremismos, contra la radicalidad. Si con el botellón se llegó a uno, la situación actual parece otro, el opuesto. Una ciudad que aspira a ser turística, cuyas únicas opciones de empleo pasan por el sector servicios no puede permitirse tener una falta de alternativas tan alarmante para tomar algo, siquiera un helado, más allá de la medianoche.

La fuga de los jóvenes en autobuses no es más que un síntoma de una situación que, si bien puede atraer a un turismo familiar y de la tercera edad, espanta a cualquiera que tenga entre 20 y 40 años. Las administraciones harían bien en buscar el consenso y el equilibrio para recuperar una oferta de ocio nocturno en zonas alejadas de los vecinos, sometida a normas de insonorización, a horarios concretos pero que no primen únicamente el descanso, que también tengan en cuenta que ese sector de la hostelería funciona como un motor, como una pieza siquiera, de otro muy necesario en una ciudad que quiera llamarse turística.