El paraíso acosado
La costa keniana se ha convertido en foco de conflictos políticos y religiosos con la connivencia del Gobierno y Occidente
Actualizado:La construcción de una valla que impida entrar a las cabras en el recinto es el mayor deseo de Abeid H. Said, director de la Kanbi Ya Waya Primary School. «Es que se lo comen todo», aduce. Los 1.400 alumnos que acuden al centro también llegan famélicos porque no han desayunado y la única comida diaria tiene lugar en el descanso entre clases. Aunque carentes de recursos, los niños gozan de un raro privilegio y es que, cada día lectivo, pueden ingerir la habitual mezcla de maíz y vegetales, sufragada por el Gobierno y la ayuda norteamericana, contemplando las aguas turquesas del océano Índico.
Las mismas vistas poseen los huéspedes del Lion in the Sun, el lujoso resort que posee Flavio Briatore en la vecina Malindi, pero entre ellos y los estudiantes se abre una diferencia superior a los escasos kilómetros, flanqueados por hermosos baobabs, que los separan físicamente. La costa keniana es una síntesis del África subsahariana, un territorio que oscila entre la influencia árabe y la bantú, el mosaico de musulmanes y cristianos con antecedentes animistas, otro ejemplo de las cruentas diferencias tribales, como las que asolan el valle del río Tana, una mixtura de bosques y sabanas tropicales, la postal con las vastas playas de arena blanca y la muestra más evidente del abismo que separa la riqueza de las élites de la miseria de la mayoría.
Malindi se halla a mitad de camino, figurada y realmente. Esta localidad equidista de las ciudades de Lamu y Mombasa, las dos grandes referencias de la Provincia Costera, una de las más conflictivas del país. Las estrechas callejuelas y puertas labradas de la primera representan la tradición cultural heredada de los sultanatos de Omán y Zanzibar que se alternaron en su control, mientras que la segunda urbe constituye no sólo el gran puerto nacional, sino también la artería esencial que conecta las rutas navales con el área de los Grandes Lagos. Hoy, la violencia se ha convertido en la conexión entre ambas. El separatismo nativo, la influencia islamista y grandes intereses económicos la sitúan entre las nuevas zonas calientes del ya caldeado continente.
Milicias radicales
La reciente matanza de Mpotokani y otros incidentes registrados en el condado de Lamu han desvelado un conflicto que no se puede achacar al afán de represalia de Al-Shabab, la milicia radical de la vecina Somalia. El presidente Uhuru Kenyatta también ha buscado responsables en el interior, pero, posiblemente, con la intención de impedir la opinión de que toda una potencia regional, y sus dirigentes, resultan vulnerables a los fundamentalistas infiltrados desde el norte.
Hay que tener en cuenta que el antecedente del asalto al centro comercial Westgate ya ha dañado la imagen y credibilidad del mejor aliado de Washington en el Cuerno de África. Curiosamente, el epicentro del conflicto se encuentra cerca de un entorno paradisiaco, donde prima el sosiego. Lamu constituye el primer asentamiento arqueológicamente datado de la república keniana y su arquitectura forma parte del Patrimonio de Unesco. El visitante puede contemplar las mansiones decadentes, el horizonte de veleros tradicionales o dhows, y experimentar la sensación de que, en cualquier momento, entre los numerosos europeos que deambulan por sus cafetines, aparecerá la figura trastabillante de Ernesto de Hannover, uno de sus más afamados propietarios y residente temporal. Pero, la realidad es otra y menos bucólica.
Desde la independencia de Kenia, hace medio siglo, el litoral ha sido objeto de una progresiva colonización por las comunidades del interior, proceso favorecido por la falta de títulos de propiedad que padecían sus ancestrales moradores y la connivencia de las élites locales, a menudo, urgidas por la ruina. La detención de Issa Timmamy, gobernador de la provincia afectada, ha sido la iniciativa más sorprendente llevada a cabo por la Fiscalía General. El dirigente provincial, miembro de un partido minoritario, había denunciado esos asentamientos por parte de las gentes llegadas del centro del país y esa postura ha motivado una investigación en curso que puede llevarle a ser procesado.
El descontento indígena alude a esa apropiación de tierras, pero también al control de la administración y el negocio turístico, por las etnias mayoritarias y la clase dirigente de Nairobi. Mpotokani, el escenario de la masacre, estaba habitado por kikuyus llegados del centro del país y no sería extraño que el príncipe alemán fuera un asiduo de los bares a pie de playa de los hoteles Voyager Beach o Kipungani Explorer, propiedad del presidente Kenyatta.
'Pwani si Kenya' rezan las pintadas atribuidas al Consejo Republicano de Mombasa (MRC), el movimiento segregacionista surgido en 1999 y legalizado hace cuatro años tras un pleito judicial. 'La costa no es Kenia' escriben quienes exigen la segregación para preservar la identidad de la costa y mejorar índices socioeconómicos tan bajos como los de las áridas comarcas nororientales y también es exclamado por aquellos que protestan por el dominio económico de los 'wabaras', los extranjeros, o se rebelan contra un macroproyecto que pretende situar una nueva terminal portuaria en mitad del entorno privilegiado que rodea el archipiélago de Lamu.
Boko Haram en el horizonte
La crispación parece hacer alentado las posturas extremistas. Los últimos acontecimientos apuntan a la creciente radicalización de la minoría musulmana y a la aparición de una corriente islamista que dispute la primacía de la lucha segregacionista con el MRC, grupo teóricamente no confesional. El asesinato hace un mes de Sheikh Mohammed Idriss, presidente del poderoso Consejo de Imanes y Predicadores, ha sido atribuido a esa tendencia que pretende combatir tanto a los cristianos como a los musulmanes moderados, estrategia muy similar a la emprendida por Boko Haram en el norte de Nigeria. El Muslim Youth Center, colectivo al que se le atribuyen vínculos con Al-Shabab, parece el nuevo protagonista de la insurrección.
Mombasa ha centralizado las protestas y atentados terroristas, aunque los hechos de armas más relevantes han tenido lugar en la zona continental de Lamu, donde ya se han producido los primeros desplazados, varios miles de habitantes cristianos al amparo de Cruz Roja. Otros paralelismos, sumamente inquietantes, con la banda de Abubakar Shekau, incluyen la utilización de la reserva forestal de Boni como plataforma de operaciones y la existencia de una guerra sucia.
El Gobierno británico ordenó la evacuación de 400 turistas en mayo y dos grandes touroperadores ingleses han suspendido sus vuelos a la ciudad hasta octubre. Este clima de inseguridad no ha afectado a nuestra demanda estival de destinos exóticos. «Lamu nunca ha sido un destino para los españoles», asegura Fernando Sánchez, director general de la empresa Catai, especializada en grandes viajes. «Es demasiado exclusivo», confiesa. Pero ni siquiera los paraísos se pueden librar de las convulsiones terrenales.