Artur Mas durante la celebración de la Diada de hace tres años. :: ÓSCAR DEL POZO
ESPAÑA

LA CONSULTA EN BLANCO Y NEGRO

La tercera vía que impulsan Unió Democrática, el PSC y sectores empresariales no logra abrirse paso entre las firmes posiciones de ambos gobernantesMariano Rajoy y Artur Mas están enrocados en posturas maximalistas sobre Cataluña y se niegan a explorar el terreno de las fórmulas intermedias para hallar una salida al conflicto

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M ariano Rajoy y Artur Mas se verán en la Moncloa en los próximos días. Llevan dos años sin celebrar un encuentro con luz y taquígrafos, y el último que mantuvieron en septiembre de 2012 acabó con un portazo gubernamental al pacto fiscal que llevaba el presidente de la Generalitat, la convocatoria de elecciones anticipadas en Cataluña y se prendió la mecha al desafío independentista.

Las perspectivas para esta ocasión son todo menos halagüeñas. Como la noche y el día, como el blanco y el negro, acuden al encuentro sin atisbos de acordar nada y con las posturas más enfrentadas que nunca. Mas dice que quiere hablar de «todo», pero lo que de verdad pretende es entablar una negociación a la escocesa para celebrar una consulta legal y amparada por el Estado. Rajoy ya le ha dicho no se sabe cuántas veces que el referéndum es ilegal, que ni puede ni quiere aceptar una consulta, que ya han rechazado el Tribunal Constitucional y el Congreso.

La reunión en este punto corre el peligro de nacer muerta. La discrepancia acrecienta la distancia entre Cataluña y el resto de España: mientras en Cataluña hay una mayoría social y política, que va del 66 al 80% del Parlamento autonómico, según si se incluye o no a PSC, que es favorable a que la ciudadanía vote la relación que quiere tener con el Estado, en el resto de España el rechazo al referéndum es casi unánime. Eso sí, el PSOE contempla abrir el melón constitucional en una vía federal para buscar un nuevo encaje de Cataluña, mientras que PP y UPyD no están por la labor de presentar ninguna oferta que neutralice la mayoría soberanista. Se han barajado en las últimas semanas opciones intermedias, como la que propuso el nuevo primer secretario del PSC, de preguntar sobre la tercera vía o la que se atribuía al ministro de Economía, Luis de Guindos, que se habría inclinado por un pregunta del tipo «¿Aprueba usted que el Gobierno catalán inicie negociaciones con el de España para que Cataluña sea un Estado?».

La tercera vía

Mas se mostró dispuesto a negociar la fecha y la pregunta, aunque desde el independentismo le dejaron claro que el interrogante tiene que centrarse en la independencia. Rajoy se mostró taxativo y afirmó que no entrará en ese juego. «Mucho me temo que no saldrá gran cosa de la reunión», dijo el portavoz de CiU, Josep Antoni Duran Lleida. Mas que dialogar, los dos presidentes constatarán su respectivo enrocamiento a menos de cuatro meses de la fecha propuesta para la consulta.

La tercera vía que, con matices, está apadrinada por Unió Democrática, socio menor de CiU, el PSC y buena parte de las organizaciones empresariales no ha llegado ni a ponerse sobre la mesa de negociación. Esta posición intermedia consiste a grandes rasgos en la incorporación a la Constitución de una disposición adicional para que Cataluña sea reconocida como nación, -lo que implicaría una reforma de la Carta Magna-, la competencia absoluta del Gobierno catalán sobre lengua, cultura y educación, así como en la organización territorial. Un marco de autogobierno muy amplio que se complementaría con la agencia tributaria catalana recaudadora de todos los impuestos y que aportaría una cuota de solidaridad a las arcas de la Hacienda central. Un planteamiento excesivo para Rajoy y que se queda corto para Mas.

Se vislumbran varios escenarios. Quizá el más drástico es el que retrata una veterana socialista, diputada en el Congreso durante el 23-F, que relata que, en privado, Felipe González le transmitió que su impresión es que el desafío catalán acabará con la suspensión de la autonomía catalana. Un verdadero choque de trenes, al que se llegaría si en Cataluña se celebra la consulta diga lo que diga el Constitucional ante la convocatoria de Mas. El presidente de la Generalitat siempre insiste en que acatará la legalidad, pero está por ver si podrá resistir a la presión que ejercerán Esquerra y la poderosa Asamblea Nacional Catalana, que ante la prohibición podría incluso ser la organizadora de la votación.

Aun así, el escenario más previsible es que no habrá consulta y Mas tendrá que convocar elecciones plebiscitarias, que podrían conducir a una declaración de independencia unilateral o a la convocatoria de un nuevo referéndum. El dirigente nacionalista, que está muy lejos de los tiempos del 'pujolismo', no puede renunciar a celebrar una consulta sobre el futuro de los catalanes y Rajoy no puede moverse ni un milímetro, como le ha recordado esta semana uno de los manifiestos antinacionalistas, firmado por el Nobel Vargas Llosa.

El previsible resultado nulo de la reunión, por tanto, no permite albergar mucho optimismo sobre el devenir del conflicto catalán. Como mucho, el encuentro podría deparar el inicio de un nuevo clima en las relaciones entre ambos, que pueda dar pie al entendimiento para futuras citas. Desde el nacionalismo catalán, de hecho, se ha valorado que Rajoy haya asumido en público que España tiene un problema. Al margen de la consulta, material de negociación entre ambas administraciones hay y mucho, para empezar la reforma del modelo de financiación. CiU y la Generalitat han vuelto a recuperar en los últimos meses la reivindicación de un pacto fiscal, que les permitiera recaudar y gestionar todos los impuestos que pagan los catalanes. Cristóbal Montoro ya ha dicho que una especie de concierto a la catalana es imposible, pero en materia fiscal las posibilidades negociadoras son amplias.

Esquerra al alza

Mas y Rajoy pueden sentar alguna base de colaboración para el futuro. Aunque nadie es capaz de garantizar que vayan a seguir en su cargo tras el frenético periodo electoral que empieza el año que viene, primero con las municipales y más tarde con las generales, si es que no son este otoño como circula cada vez con más fuerza, y en último término, como muy tarde en 2016, con las autonómicas-plebiscitarias catalanas.

En un debate tan polarizado, de posturas maximalistas, sin hueco para las posiciones grises, que los partidos que históricamente han mantenido un programa más transversal, CiU o el PSC, se ven superados por los que los electores consideran las marcas auténticas del sí a la independencia: Esquerra para el caso soberanista, y Ciutadans para los más autonomistas.

El partido republicano se prepara para erigirse en el actor protagonista de la política catalana. En las europeas se impuso a CiU por primera vez en unas elecciones desde la recuperación de la democracia y en las municipales de la primavera de 2015 espera dar el zarpazo definitivo. Esta es la razón por la que se cree que ERC no tendrá tanta prisa en pedir elecciones anticipadas a Mas. Primero quiere hacerse fuerte en el mundo local y después preparar el asalto a la Generalitat. CiU, mientras, asiste impotente al ascenso de los republicanos.

En una sociedad catalana, cada vez más distanciada en lo emocional del resto de España, ya no valen las medias tintas y el electorado castiga el discurso rico en matices que ha sido siempre marca de la casa en la federación liderada por Artur Mas. Aunque Convergència ya es claramente independentista, la coalición con Unió lleva al votante soberanista a confiar en Esquerra.

Tres cuartas partes de lo mismo le ocurre al PSC, hasta hace bien poco partido central de la política catalana junto con CiU. El debate independentista le ha impedido mantener un discurso doble para contentar a sus dos almas, y sus electores más catalanistas se han fugado a Esquerra y los más españolistas a Ciutadans. El peligro para los socialistas se llama también Podemos, que amenaza con arrebatarle el simpatizante más de izquierda. El blanco y negro del proceso no tiene piedad con el PSC, que se debate entre apoyar la consulta, siempre que sea «legal y acordada», y el rechazo a la hoja de ruta planteada por Mas. Un sí, pero no, que el electorado no entiende y castiga en las urnas.

En la configuración de este nuevo mapa político catalán, al que se unirá también Ada Colau, a Rajoy se le plantea un dilema que sobrevolará la reunión con Mas. ¿Qué es mejor, tratar de entenderse con CiU, una formación que se ha radicalizado, pero que aún cuenta con partidarios de vías pactistas, o vérselas con Esquerra Republicana, una formación que no contempla nada más que la ruptura?

De la respuesta a esta pregunta hay quien, sobre todo entre los empresarios, aún encuentra argumentos para que el jefe del Ejecutivo busque una solución con Mas. Porque la estrategia que sigue la Moncloa de divide y vencerás y de esperar a que el tiempo saque a relucir las contradicciones del frente soberanista para debilitarlo, puede servirle a corto plazo para derrotar a Mas, pero más tarde el problema seguirá ahí.