Tribuna

El secreto de Puente Nuevo

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Vaya por delante que ni sé conducir ni tengo capacidad de razonamiento espacial ninguna. Por eso nunca he comprado muebles en Ikea, por ejemplo, porque además de tener serias dificultades para llegar hasta allí, soy incapaz, no ya de montar correctamente una estantería, sino de hacer una combinatoria lógica entre dimensiones y espacios. Eso, unido a que carezco de pensamiento lógico -o precisamente por eso- hace que no suela interesarme por las obras en general ni por las obras públicas en particular. De hecho rara vez denuncio baches, desperfectos, actos vandálicos, robos de estatuas, farolas o cosas por estilo si no son demasiado evidentes y si antes no se ha dado cuenta medio Cádiz, sencillamente porque soy una negada para visualizar formas y superficies de objetos y mucho menos antes de ser construidos. Y usted dirá que para qué le cuento todo esto. Muy sencillo. Llevo meses -quizá años- intentando resolver el secreto de Puente Nuevo.

Porque estará de acuerdo conmigo en que por mucho que se hayan publicado los planos y se hayan expuesto maquetas y hasta se haya escenificado el acto final de la muerte del puente, me cuesta muchísimo imaginar aquello si no es como una atracción de feria de esas de caída libre en la que el estómago y la boca se hacen uno y el iiiiinnnnn da paso a los aplausos. Y eso que, gracias a la crisis -algo bueno tenía que tener, para que no digan más que soy una amargada pesimista- se desechó aquel sistema de trincheras y túneles y muros de tres metros y taludes y elevaciones que hacían expirar el puente justo a la altura del tercer piso del último bloque de la Avenida de la Bahía. Es lo que tiene prolongar las obras durante más de ocho años, que da tiempo a cambiar el proyecto tantas veces que ya ni se acuerda uno de cómo iba a ser en el principio de los tiempos. Por no acordarnos, casi ni nos acordamos de que se iba a llamar Puente de la Pepa y que se iba a inaugurar en el Doce, como todo. Aún así, y después de los recortes, todavía no soy capaz de imaginar los tres mil metros cuadrados de zonas ajardinadas que, según el último boceto, tendrán «una pequeña inclinación» -¿pequeña?- para igualar el terrenos con áreas de juegos infantiles y «biosaludables» - tal vez para contrarrestar el impacto de la bajada del puente, será.

De momento, han empezado las obras, que no es poco. Ya hacía tiempo que no teníamos movida albañilera por Cádiz. Y menos de esta envergadura. La memoria histórica, que es muy frágil, nos ha hecho olvidar las obras -y sus molestias- del soterramiento, o las de San Juan de Dios, o las de ampliación del parking de Canalejas. Tal vez por eso las quejas de los vecinos y de los conductores no se han hecho esperar. Demasiados cambios a la vez, decían. Sobre todo porque el secreto de este puente nuevo está en el cuento de Pedro y el Lobo. Tantas veces nos dijeron que viene el puente, que viene el puente, y el puente no venía, que ahora nos cuesta creer que después de estos cinco meses de caos circulatorio -la gente todavía no sabe dónde se coge el autobús- estaremos en condiciones de inaugurar lo que iba a ser el remedio de todos nuestros males. Nos coge cansados, digo yo, y sin interés también. Finales de 2010, abril de 2011, marzo de 2012, junio de 2013. iban cayendo las fechas del calendario al mismo tiempo que la fascinación ciudadana por un nuevo puente. Total, si ya no va a venir nadie a esta ciudad ¿para qué queremos el puente? Ahora parece que la fecha de inauguración tendrá un puro interés electoral y se habla de 2015. Ocho años. Demasiados incluso para El Corte Inglés, que languidece al mismo ritmo que la ciudad.

Pero no hay que perder de vista dónde está el verdadero secreto de Puente Nuevo. Una obra faraónica que empezó cuando éramos ricos, atábamos a los perros con longaniza y vivíamos tan por encima de todas las posibilidades. Tiempos en los que la obra pública era un trasunto de la privada. Más coches, más pisos, más vacaciones, más aeropuertos, más puentes, más estadios de fútbol, más tranvías. La Lechera en estado puro. Y con el cántaro roto y la dignidad partida en dos no nos queda más remedio que sacar pecho y seguir adelante como si tal cosa aplicando el principio de lo real y lo virtual, ¿se acuerda?

Jaimito le dice a su padre que le explique la diferencia entre ambos conceptos. Y su padre, que debía ser de la escuela presocrática por lo menos le propone un silogismo. Pregúntale a tu madre y a tu hermana si se acostarían con el vecino por mil euros cada una, que sí, papá, que dicen las dos que sí. Pues nada, virtualmente tenemos dos mil euros, y en realidad tenemos lo que tenemos. Superávit municipal. Que ya lo ha dicho el Ayuntamiento, si una familia compra una casa con una hipoteca y debe dinero al banco ¿tiene la familia déficit?

Ya se lo dije al principio, no tengo capacidad de abstracción ninguna. Por mucho que lo pienso, no logro entenderlo. Me muevo mal en los márgenes entre lo virtual y lo real. Menos mal que de aquí a cinco meses se resolverá el secreto de Puente Nuevo y si no sirve para entrar, servirá para salir corriendo.