CAMBIO DE CARA, ¿CAMBIO DE ETAPA?
Los militantes socialistas eligen a un nuevo secretario general llamado a frenar su decadencia en un clima de desazón y escaso entusiasmo hacia los candidatos
Actualizado:Llegó el día. El PSOE elegirá hoy a su líder como nunca lo había hecho: en una votación a la que están convocados los 198.123 militantes del partido. Es, en pura teoría, un cambio histórico. En la práctica, la gran mayoría de los poderes territoriales, volcados con Pedro Sánchez, dan por hecho que en nada variará el resultado que habría arrojado un congreso ortodoxo, en el que quienes votan son delegados vinculados al poder orgánico. No les amedrenta la experiencia de 1998, cuando los militantes dieron su apoyo a Josep Borrell frente al candidato del aparato, Joaquín Almunia. Dicen que esa victoria responde a otro tiempo y a otra situación. Y, sin embargo, ese es el espejo en el que se mira Eduardo Madina para seguir confiando en sus posibilidades.
El aspirante vasco apenas cuenta con la estructura orgánica de Extremadura y Asturias aunque, en la recogida de avales, requisito indispensable para hacer una primera criba de candidatos, demostró su fuerza también en Cantabria, Murcia y Cataluña. En el resto de comunidades, la victoria fue de Pedro Sánchez, en algunos casos, como el de Andalucía, de manera más que holgada. De hecho, de esa comunidad, a la que pertenecen una cuarta parte de los afiliados socialistas, provinieron casi 12.000 de las 16.000 firmas de diferencia entre ambos (41.338 frente a 25.238, y las 9.912 del tercero en discordia, el profesor José Antonio Pérez Tapias).
Su esperanza, pues, y así lo han demostrado tanto sus declaraciones como su estrategia a lo largo de toda la campaña, es que se produzca una suerte de rebelión de las bases, a las que sociológicamente se sitúa en posiciones más a la izquierda que la dirección. Madina ha pretendido usar a su favor un hecho incontestable: la coalición creada en su contra por parte de todos aquellos líderes territoriales que vieron frustrado su deseo de encumbrar a la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, a la secretaría general.
La dirigente más poderosa del PSOE quizá habría dado el paso, o eso es lo que dicen sus partidarios -entre los que se encontraban el madrileño Tomás Gómez, el valenciano Ximo Puig, el gallego Ramón Gómez Besteiro, el aragonés Javier Lambán, el canario José Miguel Pérez, el vasco Patxi López, la balear Francina Armengol, la cántabra Eva Díaz Tezanos, el murciano Rafael González Tovar, el navarro Roberto Jiménez o el riojano César Luena- si se le hubiera garantizado que iba a ser la candidata única y que saldría elegida por aclamación porque cualquier otra opción suponía un desgaste inasumible para alguien con su responsabilidad.
Y entonces llegó Madina. Y dijo aquello de que él sólo se presentaría si se daba el voto a los militantes. Con los estatutos en la mano, cualquier dirigente podría haberse negado a hacerlo, del mismo modo que el PSOE defiende que es imposible celebrar una consulta sobre la independencia de Cataluña porque no cabe en la Constitución. Pero nadie se atrevió a decir que no a una propuesta que todos habían defendido en algún momento para contentar a unas bases recelosas de que, en cambio, sí se vaya a dejar votar a gente que ni siquiera milita en la elección del próximo candidato a la Presidencia del Gobierno.
En ese órdago del secretario general del grupo parlamentario socialista reside la clave de este congreso extraordinario convocado por sorpresa tras la debacle de las europeas del 25 de mayo, en las que, lejos de remontar el vuelo, el PSOE se hundió hasta un histórico 23% de voto. Hasta entonces, Pedro Sánchez no era nadie para buena parte del partido. Había empezado a moverse en diciembre, de cara a las primarias, con escasísimos apoyos: un puñado de críticos a Díaz en Andalucía, un grupo de Badajoz, algo en Baleares, en Castilla-La Mancha y también en Alicante. Pero no contaba ni siquiera con el apoyo del que había sido su jefe el exvicesecretario general José Blanco, ni de los miembros del equipo de Rubalcaba con los que había trabajado codo con codo, como el secretario de Organización, Óscar López, o el de Relaciones Institucionales, Antonio Hernando.
El 'no' de Díaz obligó a resituarse a la mayoría de los barones y en un primer momento sondearon otras opciones. Alguno intentó resucitar a Patxi López, lastrado por sus propios resultados electorales y que siempre fue la opción preferida de Tomás Gómez. Se tiró la caña al exministro de Justicia y exportavoz en el Parlamento Europeo, Juan Fernando López Aguilar, pero aunque este se dejó querer en un primer momento acabó desestimando la idea. Fue entonces cuando todas las miradas se posaron sobre Sánchez. La alternativa de José Antonio Pérez Tapias, el primero en saltar al ruedo, no servía porque se presentó como representante de la corriente minoritaria Izquierda Socialista, que ahora se ha ganado a pulso salir del ostracismo al que se le había condenado.
Las dudas de Madina
Madina a punto estuvo esos días de dar un paso atrás. Al ver el enfado de las federaciones contra él, y sobre todo de la poderosa Andalucía, le asaltaron las dudas de si merecería la pena intentarlo y provocar otra fractura en el partido. Tan solo la tarde antes de oficializar su candidatura frente al busto de Ramón Rubial, en el Senado, se entrevistó con el castellano-manchego Emiliano García-Page, en quien veía un perfil que podía suscitar consenso. Y después se reunió en el hotel Wellington de Madrid con su principal valedor, el extremeño Guillermo Fernández Vara, quien le convenció de que estaba obligado a dar la batalla. Y lo hizo. Pero el episodio, perjudicial para un candidato al que se acusa de tener «la piel demasiado fina», acabó trascendiendo.
Un mes después, el joven dirigente de 38 años -que abandonó la ejecutiva al iniciar su campaña- no da la batalla por perdida, aunque su enfrentamiento con quienes tienen las riendas del partido se ha agudizado. Le acusan de haber convertido «ser dirigente del partido en ser un delincuente», lo contrario que hizo Sánchez, que ya al lanzar su candidatura combinó la apelación a la importancia de oír a las bases con un reconocimiento al papel que desempeñan los cuadros del PSOE. «Democracia sí, toda la del mundo -dijo-, pero también partido».
Tampoco hizo gracia a los andaluces que Madina pidiera los datos territorializados de los avales para demostrar que era la movilización del aparato en esa tierra la que le restaba posibilidades. «No me gusta que nadie de mi partido tenga la tentación del PP de que el voto andaluz vale menos o que el andaluz no sabe lo que vota», le advirtió visiblemente enfadada Díaz. Es la lógica de los aparatos, que en privado se vanaglorian de que no se les escapa un voto y en público juegan a que son neutrales.
En el entorno del candidato vasco se hace ahora la siguiente lectura: «Si vota más gente de la que avaló, la victoria está al alcance de la mano». Pero es difícil encontrar un socialista con experiencia en batallas internas y coordinación de procesos electorales que no responda con una sonrisa escéptica a ese pronóstico. «Si sólo votaran los suyos puede ser, pero lo razonable es pensar que los votos irán en progresión para todos», apunta un 'aparatchik' de pro. Algunos tiran incluso de ecuación matemática y apuntan que, con una participación del 60% (22 puntos más de los que avalaron), Madina necesitaría 28.000 votos más que avales para igualar a Sánchez. Es decir, no admiten duda sobre el triunfo de su candidato.
Y el caso es que, aunque la idea debería tranquilizarles, existe un sentimiento general de prevención porque pocos conocen en realidad a este político y economista de 42 años y porque, no se llaman a engaño, levantar la situación del partido es una tarea titánica. «El liderazgo se construye pero asusta ver que no hay discursos propios, sólidos y bien estructurados», admite un antiguo secretario general con plaza en el Congreso de los Diputados.
El debate del lunes entre Sánchez, Madina y el más veterano Pérez Tapias, de 59 años y decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada, no sirvió para disipar dudas. No sólo porque no se abordaron temas que inquietan a los españoles, como el paro y la pobreza. «Es que no hubo ni un sólo mensaje de optimismo, ni una idea de cómo se sale de esto», apunta el barón de una federación media.
El próximo secretario general tendrá que empezar por unificar un partido que ha llegado al relevo hecho unos zorros. Tiene quince días para negociar una ejecutiva de integración que será votada en el congreso de delegados de los días 26 y 27. Hay pavor a seguir deslizándose hacia la irrelevancia. Y más tras la irrupción de Podemos en la vida política. «No vamos a tener otra oportunidad», es la frase más repetida. «Ahora al menos -apunta con cierta esperanza un miembro de la actual ejecutiva- tendremos un líder al que no le pueden echar en cara sus años en el Gobierno».