Uno de los autobuses quemados en Sao Paulo durante la noche del martes, después de la derrota de la selección brasileña de fútbol que la eliminó del Mundial. :: EFE
MUNDO

Brasil baja a tierra tras la derrota

Los disturbios que han seguido a la eliminación del Mundial ponen en alerta al Gobierno en plena campaña por la reelección

BUENOS AIRES. Actualizado: Guardar
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Desconcertado por una derrota futbolística humillante de su selección en Brasil, el Gobierno de Dilma Rousseff se mantenía ayer en alerta frente a la ola de disturbios que se desató en al menos seis de las doce sedes de la Copa del Mundo y que dejó un muerto, saqueos y destrozos, sobre todo de autobuses que fueron incendiados y apedreados. Tras el choque de semifinales, en el que el combinado alemán ganó por 7-1 al de Brasil, los simpatizantes pasaron de la euforia a la tristeza y de allí a la frustración. En el estadio Mineirao de Belo Horizonte, donde se jugó el partido, hubo daños en las propias instalaciones deportivas y 12 detenidos en disputas callejeras posteriores. No obstante, no fue allí donde se produjeron los peores episodios de violencia. En Río de Janeiro, Salvador y Recife, los disturbios tuvieron su epicentro en los Fan Fest montados por la FIFA para atraer al público de la calle a ver los encuentros en pantalla gigante. Allí hubo peleas entre el público, robos y represión policial. En la capital carioca, donde se jugará el domingo la final, la Policía Militar se enfrentó con un grupo en Copacabana y en el tiroteo murió un hincha. Dos personas incendiaron un autobús.

Los adultos mayores en Río aseguran que la derrota del martes fue peor que el recordado 'Maracanazo' de 1950, cuando Brasil perdió la copa en la final por 2-1 a manos de Uruguay. Para el choque contra Alemania no se descartaba una derrota pero nunca se pensó en recibir una goleada de un equipo visitante.

En Recife, en el estado de Pernambuco, la Policía montada utilizó gases lacrimógenos para dispersar al público del Fan Fest. Y en Curitiba hubo 15 autobuses apedreados y otro incendiado horas después de la derrota. En Sao Paulo se registraron destrozos y saqueos en comercios y el asalto a un garaje de la empresa municipal de Transporte, donde desconocidos prendieron fuego a 15 autobuses. Esta práctica de incendiar vehículos comenzó tras las protestas de junio de 2013 cuando centenares de miles de brasileños se movilizaron para exigir mejoras en el transporte. Pero había mermado mientras la Copa transcurría sin sobresaltos para el equipo nacional.

«Como todos los brasileños, estoy muy, muy triste por la derrota», confesó Dilma en Twitter, y a pesar de que en el partido inaugural fue blanco de una pitada confirmó que asistirá al Maracaná el domingo para entregar la Copa. Pero está desolada.

A tres meses de las presidenciales previstas para el 6 de octubre, la presidenta, que es favorita para la primera vuelta, teme que la frustración colectiva que desencadenó el 7-1 recree el malestar que se dejó ver en las calles hace poco más de un año y que parecía neutralizado a medida que el torneo se desarrollaba sin problemas de organización.

La campaña electoral había comenzado el domingo último y el oficialismo tenía la expectativa de conseguir un empujón si la selección lograba el martes pasar a la final. Esperaba que quedaran atrás los cuestionamientos por los gastos a que obligó el torneo junto a la falta de inversiones en salud, educación o infraestructuras de transporte.

La encuesta de Datafolha de la semana pasada -cuando Brasil todavía estaba en carrera para disputar la final- indicaba que Dilma había logrado un aumento en la intención de voto del 34% al 38%, en tanto que la aprobación de su Gobierno mejoraba del 33% a 35%, un alza modesta pero que podía reflejar un cambio de tendencia.

Sus rivales, que en los últimos días habían dado tregua al Gobierno para ver los partidos, también mejoraron sus números. El senador Aecio Neves, del Partido por la Social Democracia Brasileña, subió del 19% al 20%, y el socialista Eduardo Campos -con apoyo de Marina Silva-, del 7% al 9%.