El ímpetu de Italia y Francia para «flexibilizar al máximo» la regla del déficit da oxígeno a Rajoy
España, que cerró 2013 con un desfase del 6,6% del PIB, debe ajustar otros 38.000 millones para alcanzar en 2016 el 2,8%
BRUSELAS.Actualizado:Jugar en primera división, hacerlo en Europa, no sólo significa haber ingresado del presupuesto comunitario casi 19.000 millones más de lo aportado entre 2007 y 2013. También supone cumplir unas reglas de juego consagradas en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, el mismo que quiere meter en cintura las cuentas de los Estados miembros estableciendo, entre otros límites, que el déficit no supere el 3% del PIB en 2016. Algo que en España, a día de hoy, es «muy difícil, por decir improbable», coinciden numerosos analistas y no pocos funcionarios en Bruselas al ser consultados en privado. En público, en la jerga comunitaria, esto se denomina «tener algunos temores» de que se incumpla lo pactado. Pero Mariano Rajoy insiste. «Se cumplirá, estamos comprometidos», zanjó en su visita a Bruselas el pasado día 27.
Alcanzar ese 3% del PIB significa, 'grosso modo', gastar cada año 30.000 millones más de los que Hacienda es capaz de ingresar. Eso que en Alemania, que brilla al 0%, en total equilibrio, llaman vivir por encima de tus posibilidades. En España, el objetivo no es tan ambicioso pero sí extraordinariamente difícil. 2016 es la meta establecida en la hoja de ruta trazada por la Comisión. Pese a la recesión y gracias a dos prórrogas logradas en la era Rajoy, el país está cumpliendo. Cerró 2013 con un déficit del 6,6% (una décima más de lo pactado) mientras que este ejercicio deberá hacerlo al 5,8%. Sin embargo, el Gobierno, en un alarde de ambición, ya ha anunciado que lo hará al 5,5%.
Los problemas vienen en 2015, año electoral. Hacienda debe cerrar con un desfase del 4,2% del PIB, lo que supone ajustarse en otros 16.000 millones. Esfuerzo descomunal que deberá sumarse, además, a los 8.000 de este año. Y todo ello, con una reforma fiscal que ya estará a pleno rendimiento y que prevé un coste para las arcas públicas de 9.000 millones entre 2015 y 2016. Sí, recortar bajando impuestos. ¿Cómo lo hará? Esto mismo se preguntan en Bruselas.
Los ases del presidente
Los «temores» bruselenses apuntan tanto a 2015 como a 2016, año en el que España deberá justificar un déficit del 2,8%. Dicho de otro modo. Deberá apretarse el cinturón varios agujeros para ajustarse en otros 14.000 millones -esto en el hipotético escenario de que sea capaz de cerrar 2015 cumpliendo el objetivo-. Tomando como referencia la situación actual, la de inicios de 2014, ese 2,8% significa que España, en apenas, tres años deberá recortar 38.000 millones. Bajando impuestos y sin más recortes. «No habrá nuevos ajustes a la baja del gasto público», recalcó el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro.
Lo hizo el 27 de junio, el mismo día en el que Rajoy, en Bruselas, ratificara su compromiso con el saneamiento de las cuentas públicas y asegurara que el debate sobre el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, su flexibilización, «no es un tema que en este momento me genere una gran preocupación». Lo dijo como si nada hubiera pasado pero tras reconocer, eso sí, que España se benefició de ella en 2012.
La tranquilidad con la que se pronunció Rajoy el mismo día en el que sus colegas del Consejo Europeo aprobaron unos recomendaciones específicas que aconsejan a España subir el IVA y bajas cotizaciones, denota que el Gobierno tiene varios ases bajo la manga con los que poder maniobrar si las cosas se tuercen. En clave interna, por ejemplo, la reducción de las grandes partidas de gasto como el pago de intereses de la deuda o el abono de las prestaciones por desempleo conllevarán un saneamiento asegurado. Además, Moncloa quiere aprovechar el tirón de la confianza generada en los mercados para bajar los impuestos y esperar a que el ciclo económico internacional haga el resto sustentado en el histórico plan de choque aprobado por el BCE.
Ganar sin enfadar a Berlín
Pero la gran baza de Rajoy mira a Europa; en concreto, a Francia e Italia, que han pasado de ser las locomotoras a coger el testigo de España y convertirse en auténticos quebraderos de cabeza de la Eurozona. Ambas economías, la segunda y tercera más potentes de las 18 de la moneda única, registraron en el primer trimestre un crecimiento cero. El tren, por tanto, sigue al ralentí manteniendo su dependencia de Alemania.
Las pasadas elecciones del 25-M han cargado de razones a Roma y París para exigir cambios. Al primer ministro italiano, Matteo Renzi, por su aplastante victoria; y a François Hollande porque o hace algo ya o los socialistas están abocados al fracaso tras el ascenso de la euroescéptica Marine Le Pen. La presión del eje Roma-París estas últimas semanas ha provocado que por fin, Europa vuelva a hablar de crecimiento. Con matices, eso sí. La concesión de Angela Merkel fue aceptar incorporar a las conclusiones de la cumbre del día 27 una llamada a «aprovechar al máximo la flexibilidad» que ya ofrece el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, la biblia que establece los límites del déficit (3%) y de la deuda pública (60%).
Pero las reglas, ahora sagradas para Berlín (en 2003 bloqueó esta pacto junto a Francia), no se tocarán. Todo sigue igual. El compromiso de la flexibilidad es lo suficientemente ambiguo para que todos los presidentes puedan acudir a sus países y poder vender el discurso que les convenga. Sí parece claro, aseguran fuentes comunitarias, que esto podría traducirse en dar algo más de aire a los países que lo necesiten otorgándoles quizá más tiempo para cumplir.
¿Y España? El escenario es el anhelado, confiesan fuentes diplomáticas. Rajoy se ha mantenido en un segundo plano lanzando el mensaje de que «nosotros ya hemos cumplido», ha evitado un choque de trenes con Merkel y no dudará en beneficiarse de la «flexibilidad» en caso de que el camino trazado se tuerza. Roma y París han hecho el trabajo sucio.