El oriente más próximo
Actualizado:Los viajeros que visitan Casablanca suelen regresar decepcionados pues por ninguna parte encuentran el Café de Rick. Ignoran que los hechos narrados en la célebre película por Michael Curtiz suceden en Tánger entre mayo y agosto de 1942. Desde allá despegaba entonces el avión a Lisboa que aborda una pusilánime Ingrid Bergman con el pijo de Víctor Laszlo quien no hubiera aguantado ni una colleja en el campo nazi de donde se supone había escapado. Sostienen que el cambio de nombre obedece a razones comerciales, pero yo sé que lo impuso Bogey para que nadie le molestara en el Rick’s, donde ahora el nieto de Sam toca ‘As Time Goes By’. Siempre algún parroquiano reclama: “Tócala otra vez Sam”, ante la sonrisa cómplice de un viejito Louis Renault. En muy poco tiempo podemos arribar a ese lugar mágico, para Mark Twain la segunda ciudad más vieja del mundo (’Los Inocentes en el Extranjero’, 1876). Desde Tarifa los barcos atraviesan el Estrecho en tres cuartos de hora. Toda una aventura fugaz, como la que viví el otro día con Toni Vega, en cuya casa de Tánger conocí ese abigarrado paraíso cuando éramos unos jóvenes felices e insolentes. Desde los muelles alcanzamos en un breve y agradable paseo los veladores del Café Central, que durante años acogieron a los exilados españoles.
La sinuosa trama de la Medina, incluyendo rue Las Once, los zocos plenos de vida, y el mercado de pescado, conduce al Hotel Minzah, antes de visitar la Librairie des Colonnes, donde cada mañana se encontraba Paul Bowles, el recluso de Tánger, como le llama su colega Mohamed Chukri en libro que prologa Juan Goytisolo, ellos acompañaban ocasionalmente al anciano, como antes Tennessee Williams, Truman Capote, Anthony Queen y otros tantos asiduos a esta Puerta de Oriente. Muy cerca, en el Bar Ocaña se puede degustar una especie de acedía chiquita que se llama «correplaya». Ya en coche con Hassan Alami, pasamos por el abandonado Teatro Cervantes que conserva un frontispicio de azulejería modernista fechado en 1913, para llegar al Hafa Café, terraza al océano que frecuentaron los Rolling, olor a algas y cáñamo. El regreso no apena porque ya hemos aprendido que estamos muy cerca.