Son de piedra y no se nota
Actualizado: GuardarHaciendo una vez más uso del refranero nos hemos vuelto a acordar de Santa Bárbara cuando el estruendo de los bloques de hormigón sobre la zapata de la muralla era algo más que una realidad. Ya lo sabe usted, porque llevamos más de una semana intentando frenar no ya los envites enfurecidos de las mareas, sino los despropósitos de quienes en nombre del patrimonio o en nombre de no se sabe bien qué cosa, son capaces de hacer las tropelías más grandes nunca jamás vistas. No hace falta ser un zapador ingeniero para entender que tarde o temprano el frente amurallado de la bahía se vería seriamente sobrepasado por la acción del mar, lo ve usted a diario en la playa cuando sube la marea y comprueba que de nada sirve esa muralla de arena que sus hijos hacen a contrarreloj poniendo inútiles obstáculos, porque las olas se llevan por delante lo que sea con tal de seguir adelante. Esto, quien vive tan cerca del mar, lo sabe perfectamente, lo ha escuchado mil veces de niño «cuando el mar diga aquí estoy yo.» y lo ha confirmado en tardes de temporal paseando por el Campo del Sur.
También lo sabe quien se interesa un poco -muy poco, no hace falta ser un erudito- por la historia de su ciudad y ha visto fotos de las brechas -así se llamaban, brechas- de la Alameda, de Santa Bárbara y de la Cárcel Real. Brechas que muchas veces se rellenaban de escombros y otras se reparaban como buenamente se podía. Porque la historia de nuestras murallas guarda muchísimas similitudes con la propia historia de la ciudad, una ciudad de brechas y remiendos.
No le largaré ahora un rollo sobre fortificaciones y defensas de la ciudad, ni le contaré cómo la necesidad obligó a amurallar el recinto de una ciudad abierta que había sido construida prácticamente sobre el mar, una ciudad, que curiosamente nunca tuvo que defenderse de las fuerzas de la naturaleza sino de las terribles fuerzas humanas. Y no le castigaré tampoco hablándole de cómo desde el siglo XVIII -prácticamente desde su construcción- hasta finales del XIX la muralla parecía el sudario de Penélope, todo lo que se reparaba volvía a destrozarse con el siguiente temporal. La solución, construyendo escolleras a pie de muralla formando un talud inclinado -la zapata, para entendernos- fue conformando el paisaje sentimental de Cádiz, ese perfil tan característico de la Alameda con la marea baja hasta convertirse en un icono, en un símbolo, en un Bien de Interés Cultural.
Tampoco le diré que, mientras tanto, el frente del Vendaval -quizá más azotado aún por los temporales que la zona norte de la muralla- era reparado de forma chapucera en los chapuceros años de la posguerra con bloques de hormigón armado que han servido para casi todo menos para lo que fueron dispuestos. Vertedero, chutadero, picadero, pulguero, comedero de gatos, gaviotas y ratas, centro de atracción suicida, columbario, en fin. y a pesar de todo, no podemos negar que son posiblemente tan nuestros como el resto de la ciudad, tal vez porque nos hemos acostumbrado a que el impacto visual sea menor que el impacto cultural que ya representan los bloques del Campo del Sur.
Y tal vez porque ya no nos agreden los bloques del Campo del Sur, es por lo que la agresión en el frente norte de la muralla resulta aún más agresiva. Sobre todo porque han hecho falta más de diez días y un montón de firmas para que nuestro Ayuntamiento tomara conciencia de lo que la Demarcación de Costas estaba haciendo en Santa Bárbara y para que la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía se diera cuenta de que la intervención con los bloques de hormigón se estaba realizando directamente sobre un bien declarado de interés cultural por ellos mismos.
De locos. Completamente de locos. Cristina Saucedo, delegada de Educación, Cultura y Deporte de la Junta en Cádiz dice ahora que la culpa es del Gobierno, que la Demarcación de Costas está incumpliendo los compromisos que en su día adquirió con los técnicos de la Junta. Javier de Torre, subdelegado del Gobierno dice que la Junta tenía el proyecto desde el mes de abril encima de la mesa y que la delegada sabía lo de los bloques. Fernando López Gil, delegado del gobierno andaluz, afirma que la intervención es «absolutamente chapucera» y acusa al Gobierno central y al Ayuntamiento de negligencia. El Ayuntamiento, convidado de piedra -nunca mejor dicho- hasta el momento, exige ahora una actuación respetuosa y de poco impacto visual, que los bloques se pongan por debajo del nivel del agua, que se repare la zapata, lo que sea.
Total. Lo de siempre, que si yo no he sido, que si has sido tú, que si la culpa es tuya, que si yo no lo sabía, que yo te lo avisé, que esto no es lo que me habías dicho. todo muy cansino, muy repetitivo y muy aburrido. Porque a todo esto, se nos escapa lo más importante.
Si no llega a ser por la intervención ciudadana que denunció, y puso el dedo justo en la brecha de la muralla, todos, absolutamente todos habrían mirado para otra parte. Las murallas de Cádiz, aunque no se noten, son de piedra. Una piedra sobre la que se puede tropezar no una, sino cientos de veces, una piedra que puede ser algo más que un obstáculo en el camino. La gente de esta ciudad puede ser conformista, mansa y hasta pasiva, pero no es tonta, aunque tampoco se note.