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Adiós a la escritora con mirada de niña
Académica y premio Cervantes, cultivó una prosa punzante y poética e hizo incursiones en el género fantástico Muere Ana María Matute, miembro de la Generación del 50 y mujer que retrató la destemplanza de la posguerra
Actualizado: GuardarAna María Matute, una de las grandes autoras de la posguerra, murió ayer en Barcelona, su ciudad natal, cuando le faltaba un mes para cumplir los 89 años. Académica y premio Cervantes, la escritora se va dejando una novela terminada e inédita. Candidata varias veces al Nobel, Matute nunca abandonó la mirada de niña, pese a que le tocó vivir tiempos de desamparo. Aunque recreó como nadie las desventuras de los desheredados por la fortuna, nunca perdió el halo de hada buena. Siempre en contra de la opinión general, reivindicaba el título de hechicera, si bien era una mujer bondadosa que a los ochenta años seguía llorando al terminar de leer las peripecias de Peter Pan.
La Guerra Civil, la desolación como sustrato moral de la posguerra, la memoria de la infancia como pérdida irreparable de la inocencia y el infortunio dominante en una sociedad en la que los más débiles perecen ante el desprecio de los poderosos constituyen el trasfondo temático de su obra narrativa. A esta mujer despistada y elegante, de una melena blanquísima y cara de niña asustada le mordieron duro las enfermedades, la depresión y las penurias económicas. Su padre tenía una fábrica de paraguas y fue instruida para ser una chica bien de la burguesía catalana.
A los cinco años, después de haber estado a punto de morir a causa de una infección renal, gestó su primer relato, ilustrado por ella misma. De niña era tartamuda, más por miedo que por otra cosa. Porque cuando comenzaron los bombardeos de la guerra recobró la fluidez en el habla como a quien le desaparece el hipo de un susto. A los ocho años volvió a padecer otra dolencia grave y la mandaron a vivir a Mansilla de la Sierra (La Rioja) con sus abuelos. Su infancia estuvo poblada de angustias y soportó la congoja de llevar una piedra en el pecho, como ella misma decía. En ese desconsuelo influyó el tener una madre muy estricta que solo la besó dos veces en su niñez, si bien luego, ya de mayor, se reconcilió con ella.
Con apenas 17 años escribió su primera novela, 'Pequeño teatro', por la que el entonces director de la editorial Destino, Ignacio Agustí, le ofreció 3.000 pesetas. Tras su superar el pasmo inicial, su padre, que nada sabía de la vocación literaria de su hija, estampó su firma en el contrato, pues la precoz escritora era menor de edad y necesitaba el consentimiento paterno para entregar a la imprenta el libro. 'Pequeño teatro' no se publicó hasta 11 años más tarde, si bien el retraso fue recompensado con el Premio Planeta.
Alentada por ese prometedor comienzo, se presentó en 1947 al Premio Nadal, que ya ha había ganado otra mujer, Carmen Laforet. Pese a que no se adjudicó el galardón -se lo llevó Miguel Delibes- la novela 'Los Abel' quedó en un honroso tercer puesto. A partir de entonces, comenzó a frecuentar a gentes mucho mayores que ella, intelectuales y escritores pertenecientes a la Generación del 50 o de los 'niños de la guerra', a la que pertenecieron Ignacio Aldecoa, Juan García Hortelanos, José Agustín, Juan Goytisolo y José Hierro, entre otros. Sus amigos de tertulia la llamaban 'El pequeño cosaco' porque bebía más que nadie sin que nadie se percatase de su embriaguez. Pero el alcohol no fue nunca un obstáculo para alumbrar una escritura apasionada, poética e incisiva, repleta de símbolos y metáforas sensoriales.
A los 25 años se casó con Eugenio de Goicoechea, con el que protagonizó un matrimonio tormentoso que duró diez años. La de casarse joven fue una de las pocas decisiones convencionales que tomó esta mujer audaz que llevó una vida a contracorriente. Matute aguantó lo indecible hasta que tomó la determinación, escandalosa para la época, de separarse. Se hartó cuando un día se encontró con que su marido había vendido su máquina escribir. Esa iniciativa de abandonar al esposo le costó cara: la desahuciaron y su esposo la apartó de su único hijo, Juan Pablo, a quien solo podía ver los sábados y domingos. En ese momento fue providencial la ayuda que le prestó su amigo Camilo José Cela, quien la acogió en su casa. Mucho más venturosa fue la vida con su segundo marido, el empresario Julio Brocard, con el que vivió 18 años, hasta su muerte.
Le fueron lloviendo los premios más relevantes de las letras españolas. En 1952 ganó el Gijón por 'Fiesta al noroeste', y en 1958 publicó 'Los hijos muertos', novela que la hizo acreedora de los premios de la Crítica y el Nacional de Literatura. Durante la siguiente década apareció su trilogía 'Los Mercaderes', compuesta por 'Primera memoria', que sería Premio Nadal en 1959, 'Los soldados lloran de noche' (1964) y 'La trampa' (1969). Son obras que aúnan la denuncia social y un imaginativo lirismo, historias que con frecuencia se desarrollan en el universo de una infancia y adolescencia áridas, propias de la España de posguerra.
Años en el pozo
Inexplicablemente, sin una razón clara y cuando disfrutaba feliz de su segundo matrimonio, sufrió una profunda depresión. Hasta llegar a ese momento dulce había pasado por trances amargos: se había divorciado en plena dictadura, había sido desheredada por su madre, de lo que se enteró a la muerte de ésta, y vivió un sinfín de estrecheces. No es extraño que todas esas derrotas la hicieran caer en un pozo del que necesitó muchos años para recuperarse. Por este motivo pasó veinte años sin publicar.
El coraje, el amor por su hijo, una inteligencia fabuladora portentosa y la ayuda de su agente, Carmen Balcells, se confabularon para sacarla a flote. Su resurgir aconteció en 1996, año en que aparece 'Olvidado Rey Gudú', un bello cuento de hadas medieval que supuso todo un hito para la literatura española. Con esta novela salió del ostracismo y regresó a las librerías para erigirse en la gran dama de las letras españolas. Al mismo linaje fantástico se adscribe 'Aranmanoth', que vio la luz en 2001.
En 1998 fue elegida miembro de la Real Academia Española y durante muchos años fue la única mujer de una institución remisa a lo largo del tiempo a acoger la presencia femenina en sus filas. Su carrera se vio coronada cuando ganó en 2010 el Premio Cervantes. Merecimientos que no se le subieron a la cabeza. Al fin y al cabo, la escritora se definía como una «niña que tuvo el mal gusto de crecer».