Las otras joyas de la Corona
Felipe VI agradece el apoyo ciudadano con un cortejo en coche descubierto, desde el que saludó durante media hora puesto en pie
Actualizado:«La Corona debe buscar la cercanía de los ciudadanos. Nada me honraría más que los españoles se sintiesen orgullosos de su nuevo Rey». Las últimas palabras pronunciadas por Felipe VI en el interior del Congreso se tradujeron solo unos minutos después en el primer gesto de complicidad y de confirmación del inicio de un «nuevo tiempo» que el Monarca quiso trasladar a los españoles. Don Felipe provocó la sorpresa de todos, especialmente la de los cientos de ciudadanos que desde hacía horas soportaban un sol de justicia en el último tramo de la carrera de San Jerónimo, cuando comprobaron que acompañado de doña Letizia se disponía a realizar el recorrido oficial como nuevo Rey por el centro de Madrid en un Rolls Royce descapotable.
La sorpresa se convirtió en euforia general y en constantes aplausos, ondear de banderas y gritos de «¡Felipe, Felipe, Felipe!» cuando los congregados en las aceras comprobaron que el Monarca, tras ayudar a subir a su esposa al asiento trasero, se disponía a cubrir los más de tres kilómetros por la almendra central de la capital hasta el Palacio Real puesto en pie sobre el vehículo y sin dejar de saludar y de agradecer a los ciudadanos sus muestras de cariño.
El Rey venció los consejos en contrario de los responsables de Interior y, en un día clave para empezar a cimentar la recuperación de la maltrecha imagen de la Corona, rechazó techos o cristales entre él y los españoles.
Eligió lo más parecido a un contacto directo con la calle, pese a que, a cambio, tuvo que aceptar que, por exigencias de la seguridad, en la mayor parte del recorrido los ciudadanos estuviesen a muchos metros, incluso a decenas en algunos tramos, del cortejo real, al que abría camino y escoltaba una unidad de la Guardia Real a caballo y que incluía la presencia de la princesa Leonor y la infanta Sofía en un segundo automóvil, este sí, cerrado.
Dos años y medio después del final de medio siglo de terrorismo etarra, don Felipe se sacó, de paso, otra espina. Pudo recorrer las mismas calles que hace una década atravesó tras la boda con doña Letizia, pero sin tener que ver a los madrileños a través de la mampara transparente, tipo 'papamóvil', que blindó entonces el Rolls Royce. Lo hizo sin capota ni cerramiento, igual que su padre y su madre el 22 de noviembre de 1975, el día de la proclamación de don Juan Carlos.
Pese al soleado y caluroso día, y a tratarse de un festivo en Madrid y en varias autonomías más, o quizás también por ello, la presencia de público durante el recorrido, con notables excepciones como la plaza de Callao o la de Oriente, no fue masiva, ni mucho menos.
La escena contrastaba con el 22 de mayo de 2004, el día del enlace de los actuales reyes de España. La lluvia que azotó con ganas en aquella fecha las calles de Madrid no impidió, a diferencia de ayer, que estuvieran abarrotadas de gente. Para explicar muchas de las ausencias del presente posiblemente haya que tener en cuenta el enorme desgaste de imagen que la Corona y los miembros de la Casa Real han sufrido desde entonces por escándalos y episodios como el del 'caso Nóos' o el de la cacería en Botsuana.
Eso sí, las decenas de miles de ciudadanos que ayer se agolparon tras las vallas municipales engalanadas con banderas rojigualdas y los dobles cordones policiales y militares que delimitaban todo el recorrido lo dieron todo. No pararon de aplaudir, dar vivas al Rey, a la Reina y a la Monarquía, ni de agitar banderas españolas o carteles con la imagen de la nueva pareja real. Algunos, los menos, llevaban ya para entonces hasta tres y cuatro horas a pie firme o en sillas plegables para asegurarse un lugar en la primera fila.
Gorras, agua y móviles
Fue media hora exacta de paseo en la que miles de balcones del recorrido, sobre todo los situados a lo largo del tramo principal de la Gran Vía, se convirtieron en palcos privilegiados desde los que observar el baño de masas de don Felipe, el protagonista de la primera sucesión natural y reglada en la Corona de España en sus dos siglos de historia constitucional.
El grueso de los testigos directos eran madrileños de todas las edades que agotaron las 100.000 banderitas de España repartidas por el Ayuntamiento, pero también había muchas personas, según explicaron algunos de los presentes, llegadas de varios puntos de la península solo para ver a los nuevos reyes, y bastantes turistas extranjeros, que se vieron sorprendidos por la algarabía durante su paseo por el cogollo de la ciudad o se enteraron del desfile horas antes y se sumaron al público.
Todos ellos, además de la emoción o curiosidad del momento, compartieron el consumo de litros y litros de agua y el uso masivo de gorros, sombreros, abanicos y sombrillas para enfrentar durante la espera la treintena de grados con un sol de plano. También conformaron una marea constante de brazos levantados al paso de la comitiva para inmortalizar con los teléfonos móviles y las cámaras el momento histórico y compartirlo, en muchos casos, a través de las redes sociales.
No hubo aglomeración, pero muchos de los presentes coincidieron en lo vistoso del cortejo. A una comitiva de lanceros de cuento, centrada en un Rey uniformado de casi dos metros que no paraba de saludar y sonreír en todas las direcciones, se unió un centro de Madrid cuidadosamente engalanado para la ocasión. Con 5.000 banderas de España que cubrían fachadas, aceras, farolas, marquesinas y hasta contenedores de vidrio y unas 16.000 plantas con surfinias, geranios, crisantemos y agapantos en forma de maceteros, cestas y pirámides.
Los cortes de tráfico, metro y autobuses que alteraron la ciudad desde las ocho de la mañana desaparecieron solo unos minutos después de que el cortejo alcanzase, a las 12.22 minutos, la plaza de Oriente entre 21 salvas de artillería.
Los actos de proclamación de Felipe VI, como otros importantes eventos de Estado, contaron ayer con la participación protagonista de las que pueden ser consideradas como las otras joyas de la Corona española, los tres Rolls-Royce Phantom IV que se guardan y ajustan cuidadosamente en las cocheras del palacio de El Pardo.
Los nuevos Reyes de España utilizaron ayer en los diversos recorridos entre la Zarzuela, el Congreso de los Diputados y el Palacio Real uno de los Rolls cerrado y el descapotable negro con asientos verdes.
Son tres de los 18 automóviles de este modelo que la fábrica de lujo británica construyó entre 1950 y 1956 para monarcas y jefes de Estado, de los que ya solo se conservan 16 y solo un automóvil descubierto, el español.
Están considerados como los trabajos más exclusivos de la marca del 'espíritu del éxtasis' y Francisco Franco, que fue quien los encargó en 1948, pagó por el más completo de ellos, el de siete plazas blindado, unas 8.500 libras esterlinas de la época. El modelo se diseñó, tras la Segunda Guerra Mundial, por encargo del duque de Edimburgo.