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Y Felipe VI comenzó a escribir su Historia
Anatomía de las dos horas en que la Puerta de los Leones se abrió para dar inicio al nuevo reinado
MADRID. Actualizado: GuardarEn la fotografía más larga jamás conocida estuvieron los flamantes Reyes y sus hijas. El presidente del Gobierno y su equipo ministerial. Los mandamases del Congreso y del Senado. Sus homólogos de Poder Judicial y la cúpula militar. Diputados y senadores. Presidentes autonómicos y alcaldes. Decenas de militares y multitud de policías, sobre los que revoloteaban, implacables, agentes de los servicios de inteligencia.
El tiro de cámara proyectaba sobre la fachada principal de la Cámara baja. Y el plano central miraba a la escalinata de la Puerta de los Leones, decorada para la ocasión con un imponente dosel que lucía llamativas arrugas. El atrezo lo completaba una moqueta roja impoluta que se extendía varios metros por la Carrera de San Jerónimo, y se elevaba por los agresivos escalones del edificio neoclásico. Y en el medio, presidiendo, un pequeño atril forrado del mismo color pasión.
La foto más larga del mundo duró nada menos que dos horas. Los 120 minutos en que los felinos de bronce de Ponzano, fundidos de cañones incautados en Marruecos hace 150 años, dieron su venia para que los ujieres del Congreso abriesen los portones. Aquí comenzaba la proyección de una proclamación real, la primera de la democracia, la primera de la España constitucional.
El retrato comenzó a dibujarse a las diez de la mañana de ayer. Los alabarderos tomaron posiciones en la escalinata. A unos cincuenta metros, en dirección a la Puerta del Sol, se colocaron las unidades militares que acompañaron el desfile inaugural del nuevo Rey, ya como jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Más de 800 uniformados de cuatro compañías.
Conforme se acercaba las 10.30, el murmullo de los asistentes y las miradas nerviosas del equipo de seguridad crecía de forma exponencial. En las azoteas del Congreso y edificios aledaños se preparaban los tiradores. Y los cuatro helicópteros que seguían a la comitiva desde Zarzuela se elevaron a cuatro alturas por encima de las Cortes. Más tibios, quizá por la considerable distancia existente con la fotografía del momento, llegaban los vítores del pueblo soberano.
Gestos al milímetro
La pestaña del reproductor la pulsó un momento preciso: el himno nacional cantado por los militares. Entonces, el Rolls Royce de los Reyes paró al principio de la Carrera de San Jerónimo. Era el primer pie de los monarcas en la calle. Tras ellos bajaron sus hijas de un vehículo blindado, y cerraba el grupo el presidente Mariano Rajoy. Cada gesto, cada movimiento en estos cien metros de cuesta abajo eran seguidos al detalle por los focos de decenas de cámaras. Hasta la canícula logró mantenerse en suspenso en ese par de minutos.
Este intervalo fue un aperitivo. Aunque bastante frío, como si se tratara de un entremés. Jesús Posada y Pío García-Escudero, presidentes de Congreso y Senado, respectivamente, saludaron a la puerta de la escalinata a la Familia Real. Después don Felipe se dio la vuelta e hizo un guiño a las cámaras. Levantó de forma leve el brazo izquierdo, a los que acompañó doña Letizia con una sonrisa plana. A continuación subieron los 15 peldaños que dan acceso al Congreso.
A las 11.18 los invitados comenzaron a abandonar en marabunta el hemiciclo y se colocaron, en riguroso orden, en las dos tribunas habilitadas para la ocasión. Después salió el equipo ministerial de Mariano Rajoy. Más tarde, en amena charla, los expresidentes González, Aznar y Zapatero. Curiosas, cuanto menos, fueron los grupos de debate que se formaron allí.
Como si fuera una asamblea del 15M, estaba el Ejecutivo partido en dos, con Margallo, Gallardón, Morenés y Fernández Díaz a un lado, y los económicos De Guindos, Soria y Montoro, además de Wert, del otro. Al primero se incorporó luego la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría, y el resto de ministras el segundo. Hasta que no llegó Rajoy no puso orden en sus filas.
La Familia Real salió en último lugar y se colocó en el atril para presidir la parada militar. A la izquierda del jefe supremo de los Ejércitos estaban los presidentes autonómicos. Con Artur Mas y Alberto Núñez Feijóo haciendo piña. Al pie de un león, buscando la sombra, una besucona Esperanza Aguirre seguía siendo genio y figura. «España, España, España es cojonuda..», llegaban de fondo los ecos del público, como si de un evento deportivo se tratara.