El padre de la inteligencia artificial no ve nada que le sorprenda
Marvin Minsky, premio de la Fundación BBVA, critica a las universidades por exigir aplicaciones prácticas a muy corto plazo a los investigadores en computación
MADRID. Actualizado: GuardarMarvin Minsky, uno de los mayores expertos en inteligencia artificial, lamenta el parón que ha sufrido la investigación en este campo. «En los últimos años no he visto nada que me sorprenda», asegura esta figura legendaria en ciencias de la computación. Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA en la categoría de Tecnologías de la Información y la Comunicación, Minsky argumenta que la edad de oro de la inteligencia artificial se registró en las décadas de los años 50 y 60, cuando el poder militar fue más osado que el civil y arriesgó financiando iniciativas novedosas. Es una paradoja, pero el relevo a cargo de la industria civil no se tradujo en un mayor desarrollo. Quizá ello se deba a que las instituciones universitarias subvencionan proyectos de investigación que apenas duran un año. En EE UU, un investigador dispone de tres años para encontrar una aplicación práctica a sus estudios. «Para poder retornar a esa época de esplendor deberían hacerse contratos de, al menos, cinco años», aduce el científico.
Al final de la II Guerra Mundial, los hallazgos en inteligencia artificial no paraban de sucederse. La industria militar disfrutaba de amplios fondos y escaso control, exactamente lo contrario de lo que ocurre con los organismos de investigación civiles, en los que la justificación del dinero recibido hace que el trabajo sea menos libre y creativo.
Por eso es preciso «apoyar más a la gente con buenas ideas», especialmente a los jóvenes, y dejar de mirar con lupa la explotación práctica de las indagaciones. «Muchas instituciones dicen que apoyan la investigación independiente, pero la realidad es que en la mayoría de los casos la dificultan».
Este pionero en la ciencia de los ordenadores no oculta su fascinación por el cerebro humano, pero desconfía del rumbo que está tomando la investigación en neurología. «Invertir mil millones de dólares en un megaproyecto es un despilfarro, en primer lugar porque los científicos no saben qué buscan». A su entender, sería mucho más provechoso acometer mil investigaciones dotadas cada una de ellas con un millón de dólares, pero guiadas por objetivos más modestos, como el estudio del cerebro de un insecto. «Me gustaría que se detuviese todo esto y hubiera una protesta pública ante este tipo de proyectos tan caros».
Cuando se le pregunta si algún día las máquinas se rebelarán contra su propio creador, el ser humano, Minsky arguye que «cualquier nuevo sistema complejo hará cosas impredecibles e inimaginables». «Cada nuevo experimento comporta riesgos, errores y accidentes pero toda persona puede gestionarlos con sentido común». Al fin y al cabo, si no se asumen ciertos riesgos, «se pueden perder oportunidades de aprender para el futuro».
Muchos de los progresos en el orden computacional son susceptibles de tener un aprovechamiento en el terreno militar. De ahí que se vea incapaz de despejar las dudas que se suscitan cuando se piensa en aviones no tripulados por el hombre. Por eso prefiere no pronunciarse sobre el asunto. «Si quiere usted una respuesta mejor, pregunte a su político favorito, le deseo buena suerte», dice con sorna.
Catedrático emérito en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, Minsky ha dedicado su vida a intentar insuflar inteligencia y funciones propias del pensamiento humano a las computadoras que existían hace décadas, entonces meras máquinas de calcular. Su contribución fue portentosa. El computador convencional se erigió gracias a su quehacer en la primera máquina universal de la historia, omnipresente en la vida cotidiana. Devoto de la ciencia ficción, asesoró a Stanley Kubrick en la preparación de la película '2001: Una odisea en el espacio'. Su aportación al arte no se queda ahí. No en balde, sugirió a Michel Crichton la trama de 'Parque Jurásico'.
Gracias a la disciplina fundada por Minsky han surgido hallazgos insospechados, desde sistemas de diagnóstico médico hasta los drones, pasando por múltiples formas de robots inteligentes. Sin embargo, lo que lo que se vislumbraba más factible, dotar de sentido común a las máquinas, está aún lejos de conseguirse.