Este largo letargo
Actualizado: GuardarLa situación es tan dramática, la necesidad tan grande, que hablar de recuperación económica en una provincia con casi la mitad de su población activa en paro resulta casi un insulto. A Cádiz, la crisis le golpeó como al perro flaco que ya sufría de antes un problema de desnutrición. Lo que eran índices preocupantes para regiones como el País Vasco, podrían ser las mejores cifras económicas en décadas para esta tierra, lastradas por demasiadas cosas. Pero, sin duda, algo se mueve en el horizonte. Pero esos pequeños síntomas de mejoría –de los que ya algunos socialistas no dudan en reconocer; de ahí que se confirme la recuperación– son leves para la economía nacional, microscópicos para la provincial a quien doblaron en la carrera por ser un territorio competitivo y solvente.
No se puede caer en el pesimismo interesado ni en aquel que demuestra un estado vital que se resigna por naturaleza. Siempre se habla de Cádiz como una zona de oportunidades, de pasado brillante, de futuro por hacer. Pero en las últimas décadas (ya no podemos hablar ni de años), el discurso del gaditano se ha instalado en lo que podía ser, en lugar de lo que en realidad se puede y se debe luchar por ser.
Dice el catedrático Alberto Ramos que a la capital, que en otros tiempos comparaban con grandes ciudades europeas como París o Londres por todo lo que bullía entre sus muros, le han quitado el espíritu de lucha, reivindicativo y algo aventurero; para tornarse en muchos de sus días en una pequeña urbe que espera que todo se lo den hecho, que reclama sin convicción, instalada en el discurso de los derechos que olvida las obligaciones.
Al final todos somos responsables, en pequeña o gran medida, de la careta que le pusimos a esta tierra. Lo peligroso es que se acostumbró a vivir a lo justo y también en la supervivencia se consigue una zona de confort que no favorece la creatividad. Pero seamos optimistas, algún día esta tierra tendrá que despertar de este largo letargo.