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Nadal conquista su noveno Roland Garros

El español vence en cuatro sets y seguirá como número 1 del ránking

Patricia Muñoz
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Calor y expectación se reunieron en una Phillippe Chatrier que, llena hasta la bandera, confiaba en poder disfrutar de la batalla por excelencia de la tierra batida. Así fue. Rafael Nadal y Novak Djokovic desplegaron, durante las tres horas y media que duró el partido, un nivel de tenis espectacular, casi inhumano, que hizo las delicias del público, que aplaudió a rabiar cuando saltaron los jugadores a la pista y se volcó a lo largo de todo el encuentro en apoyar a ambos contendientes. Como gladiadores en el circo romano, pero esta vez en tierras parisinas, los dos sabían que ésta lucha debía de ser a vida o muerte porque el número uno estaba en juego. Nadal buscaba mantenerlo y hacer historia con el noveno título de un mismo 'Grand Slam', mientras que el serbio deseaba alzarse con su primer Roland Garros y recuperar el liderato de la clasificación, que perdió en septiembre del año pasado.

Quizás Nadal tenía más que perder y se podía pensar que la presión se encontraba más sobre su raqueta que sobre la de Djokovic, sin embargo éste último había sido el vencedor de los cuatro últimos encuentros que habían disputado por lo que ambos, en diferentes sentidos, podían llevar el cartel de favorito. Esta vez pesó demasiado para Novak Djokovic que, tras el encuentro, reconocería que el español había sido «mejor sobre la pista» aunque, ambicioso, añadiría que lo intentaría «las veces que fuera posible para ganar en Roland Garros». La batalla se barruntaba dura y muy igualada y así fue. El público exigía espectáculo y lo tuvo. El encuentro comenzó con ambos jugadores a buen nivel pero mostrando cierta timidez, como probándose, conscientes de lo que se jugaban. Los puntos se sucedían y, a pesar de que cada uno conseguía resolver su servicio, el ritmo de Djokovic empezó a incrementarse.

Precisión y agresividad a partes iguales por parte del serbio que le permitieron hacerse, momentáneamente, con el control del partido. La confianza en su derecha aumentaba y los golpes ganadores se sucedían uno tras otro. Nadal, por su parte, iba a remolque y ello le costó la rotura del octavo juego, que puso al serbio por delante (5-3) y con saque para cerrar el set. El balear reaccionó, e incluso tuvo dos bolas de ‘break’, pero la seguridad de Djokovic era mayor y, a pesar de sufrir hasta el último segundo, se llevó el primer set por 6-3, con una efectividad en roturas del 100% y con las estadísticas en finales a su favor. Siempre que el serbio ha ganado la primera manga en la última ronda de un torneo se ha llevado el trofeo.

Era la oportunidad de Nadal para romper con esta tradición y, además, para superarse a sí mismo y conseguir su noveno título sobre la arcilla parisina al mismo tiempo que mantenía el número uno. Y lo hizo, en lugar de agachar la cabeza y que el primer parcial le dejara tocado, ocurrió todo lo contrario. Perder el primer set le sirvió como aliciente para obligarse a poner una marcha más y a tener en mente que si no luchaba más que nunca el reinado de ocho años peligraba. El manacorense no estaba dispuesto a abdicar, ahora que está tan de moda el término, y comenzó el segundo set mucho más agresivo, jugando más cerca de la línea de fondo, incluso por delante de ella, y dejando ver al público destellos del mejor Nadal. La balanza se igualó y el español empezó a disfrutar de su juego, comenzó a gustarse y eso se notaba en cada punto. Muy parejos hasta el sexto juego, en el que el mallorquín consiguió romper en la segunda bola de rotura de la que dispuso. Sin embargo, la ventaja le duró poco al verse en el siguiente juego al servicio superado por los misiles a las líneas del serbio, que consiguieron igualar el encuentro (4-4). Fue en el duodécimo juego, tras unos cuantos de transición en los que ambos mantuvieron sus respectivos servicios, en el que Nadal quiso demostrar a quién pertenecían esas tierras y sacó sus mejores golpes para llevarse al resto el segundo set por 7-5. Ciertamente más fresco, quizás por haber invertido 11 horas y 52 minutos (1 horas y 3 minutos menos que Djokovic) sobre la pista hasta llegar a la final, Nadal se sentía fuerte, con confianza y dueño del partido, aunque éste se encontrara igualado al máximo. No obstante, la diferencia de actitud se notó desde el primer punto del tercer set. Nadal empezaba a celebrar los puntos clave con su ya famoso ‘¡vamos!’ mientras levantaba, cada vez más y con más rabia, el puño. El serbio, por su parte, se encontraba en su peor momento. Errores no forzados, constantes miradas y gritos a su banquillo y los signos del cansancio y la impotencia muy visibles en su rostro.