opinión

El año de los tontos

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Hay veces que la vida parece confabularse en nuestra contra golpeándonos reiteradamente. Situación intrínseca a la condición de humanos pero que afecta con más crudeza a quienes peor escaparon en el sorteo del lugar en que les tocase nacer y buscarse las papas; de ahí lo de que al perro flaco todo se le vuelvan pulgas. Cuando la vida pega es el momento de poner de manifiesto la capacidad para resistir, soportar con entereza los golpes, continuar viviendo sin perder la dignidad y transformar los problemas, la adversidad que se dice ahora, en oportunidad. Facultad que, aún formando parte de nosotros, ha de ser practicada o mejor emulada respecto de quienes nos preceden o admiramos. Sin embargo, lo normal, lo más habitual es reaccionar arrinconándonos. Renunciar a creer en nosotros mismos y a luchar. Nuestra autoestima, refieren los psicólogos, es la que peor escapa. A pesar de todo, salir de ahí es posible y se sale; pero sólo recorriendo el camino adecuado.

Al igual que en las vivencias personales un principio básico de la antropología clásica reza que la sucesión de fracasos colectivos marca la actitud vital de las comunidades. ¿Qué nos pasa a los gaditanos?, me interpelaba hace unos días la competencia de éste medio. Contesté aludiendo a la conversación que hace años mantuviere con María, quién de Casas Viejas vino a vivir al Corralón, yo nací en el año de los tontos, expresión que argumentaba con la sola sabiduría de la experiencia; nunca fue a la escuela. 1898, decía, fue el año en que se perdió Cuba y a los gaditanos, acostumbrados a encontrar tajo cada jornada, se nos quedó la cara de lelos al comprobar como de un día para otro la ciudad era abandonada por quienes hasta entonces la habían sustentado; las grandes compañías navieras de las rutas con ultramar. El bullicioso muelle quedó desolado y los señoriales caserones desiertos. Cádiz dejó de ser menos Cádiz. Se sucedieron luego nuevos reveses como una virulenta epidemia que unificó, por prescripción facultativa, la diversidad cromática de la ciudad. La cal fue el antiséptico idóneo para controlar la situación; y cuando ya comenzábamos a levantar cabeza la explosión del 47. Nos habituamos a vivir con lo puesto, a pasar de ilusionarnos por el futuro y a dejar en manos de los poderes públicos el devenir de nuestras familias.

Los tristes espectáculos de los últimos días han sido el resultado de la insensible aplicación de unas leyes, adaptadas a la medida, aprovechando la desidia generada por lustros de endémica dependencia. Al tiempo, nuevos comportamientos se adivinan en lontananza; celebro que pudieran ser signos del momento que ponga fin al dicho de María.